REGRESO AL PASADO

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Apenas se abre la nueva edición típica del Misal Romano en lengua española, uno se encuentra con lo que, en principio, parece una errata; pero en seguida ves que es más bien una opción, pues se repite tantas veces como en el texto litúrgico se dice “Oh, Dios”, incluso cuando la invocación exclamativa aparece en medio de una frase: “Que tu misericordia, oh, Dios, limpie al pueblo fiel”.
Supongo que habrá una hermosa explicación para todo eso.
Supongo que la interjección ¡oh!, es un monosílabo que por sí solo, sin nombres al lado, significa admiración, asombro, extrañeza o sorpresa, y que de Dios, como de todo lo demás, prefiere verse separado al menos por una coma.
Curiosamente, el texto latino de referencia en el Missale Romanum no dice: “O Deus” –al modo del “O tempora, o mores!, de Cicerón, o del himno “O Redemptor” de la misa crismal, o del “O felix culpa” de la Vigilia pascual-.
Tampoco dice “Oh, Deus” –al modo del “Oh!, perii!”, de Plauto-.
Dice sencillamente “Deus”.
Con lo cual, la traducción no parece que en eso se haya atenido al criterio de literalidad.
La anécdota me lleva a una consideración más general sobre este libro que se supone es para la comunidad eclesial: ¡Y es que la comunidad jamás podrá entenderlo! El lenguaje es arcano. Los intereses, las preocupaciones, las ideas, todo queda fuera del hoy de la comunidad creyente.
Se puede abrir el libro por cualquier página para encontrar ejemplos de ese lenguaje fuera del tiempo –fuera de la vida de los fieles-.
Para muestra, valga la primera misa de Adviento:
“Concede a tus fieles, Dios todopoderoso, el deseo de salir acompañados de buenas obras al encuentro de Cristo que viene, para que, colocados a su derecha, merezcan poseer el reino de los cielos”.
“Acepta, Señor, los dones que te ofrecemos, escogidos de los bienes que hemos recibido de ti, y lo que nos concedes celebrar con devoción durante nuestra vida mortal, sea para nosotros premio de tu redención eterna”.
“Fructifique en nosotros, Señor, la celebración de estos sacramentos, con los que tú nos enseñas, ya en este mundo que pasa, a descubrir el valor de los bienes del cielo y a poner en ellos nuestro corazón”.
Tengo la certeza de que nadie de ustedes ha usado nunca en su oración personal o en su conversación el lenguaje de esas oraciones del I Domingo de Adviento.
Tengo la certeza de que nadie, incluido el sacerdote que las ha pronunciado, sabe al salir de la misa lo que en esas oraciones se ha pedido.
Tengo la certeza de que nadie usaría esas palabras en la celebración si a alguien se le permitiese hacer esa oración.
Tengo la certeza de que esas oraciones no dejan siquiera un recuerdo de sí en la vida de los fieles que las oyen.
Y lo que es más asombroso: La teología del misal ha dejado a los pobres fuera de las preocupaciones de la comunidad que celebra la eucaristía.
Pero tal vez lo más alarmante sea que esta edición del Misal Romano llega con vocación de revisión… y eso sabe a regreso al pasado… Tal vez para saber de Iglesia, en el futuro hayan de vernos y analizarnos en los museos.