Razones para la esperanza en la vida religiosa…

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En la revista Vida Religiosa tenemos un imperativo a la hora de hablar del presente y el futuro: la esperanza. Es mucho más lo que se puede y lo que está por venir que lo que nuestros ojos alcanzan a ver. Hay que inyectar mucha más esperanza en lo que somos, hacemos y vivimos… porque el protagonismo únicamente es de Él. Por esto nos ha parecido oportuno que una persona, urgida por el servicio de gobierno y la comunicación de esperanza en su orden, nos deje sus convicciones. Le hemos preguntado a Robert Prevost, superior general de los agustinos. Éstas son sus palabras:

Recordemos: hay que distinguir entre la esperanza y el optimismo. ¡No son iguales! La única y auténtica esperanza para todos los creyentes es la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Si es verdad que muchas comunidades están viviendo momentos difíciles, por la falta de vocaciones, y a veces por el fuerte peso de la “institucionalización” de nuestra vida y de las obras, hay que reconocer y agradecer el don de fidelidad y el espíritu de confianza en Dios que está presente en la comunidad y en tantos religiosos.

La vida religiosa la considero una propuesta válida y realizadora para llegar a “ser humano” al estilo de Jesús. Y es que llegar a “ser humano” es llegar a la plenitud a que nos invita Dios Padre a cada uno de sus hijos e hijas.

Hay razones de esperanza para la vida religiosa, por supuesto que sí… En primer lugar, la razón principal es Jesús mismo, su persona, su vida, su palabra, sus promesas, su presencia entre nosotros. En segundo lugar, la manifestación de su Espíritu (surgimos como ermitaños mendicantes… y hemos ido cambiando por la fuerza del Espíritu).

En tercer lugar, en un mundo cada vez más individualista, los carismas se hacen urgentes. Ofrecen espacios, silencio, momentos de compartir en la fe y compartir la vida en amistad y fraternidad. Aspectos muy normales, pero que hacen falta en la vida cotidiana; vivimos corriendo, y necesitamos pausas y experiencias que nos ayuden a conocer “el rostro de Dios”, la presencia de Dios en la comunidad, en la Iglesia.

En cuarto lugar, el buen testimonio de sus miembros. La vida de muchos religiosos habla elocuentemente de la fe que profesamos, invita a la confianza, la acogida, la amistad (por ejemplo, los consagrados de vida contemplativa que dan sus vidas a la oración, el testimonio en silencio de la belleza de la fe en Dios y de su amor).

Me da esperanza el patrimonio e historia de mi orden, como el de tantas familias religiosas; en él se encuentran razones para la esperanza en este hoy urgente.

“Si Agustín tiene todavía algo que decir al hombre de hoy, es porque sabe hacerse nuestro humilde compañero de andadura; sin perder el sentido del camino y sin ceder a las lisonjas de falsos cansancios; su filosofía, hoy más que nunca, ofrece aún la posibilidad de renovación a un mundo senescente”.

Somos esperanza en el mundo desde la normalidad de nuestra vida: la fraternidad, la igualdad de sus miembros en su forma de gobierno, la disponibilidad para la misión, viviendo la evangelización donde la Iglesia nos llama y compartiendo nuestra espiritualidad con los laicos.