Ingenuamente llegamos a creer que la comunidad verdadera está exenta de conflictos. Gregorio Iriarte, desde su dilatada vida, afirma que la comunidad evangélica tiene conflictos, pero ésta no existe si no hay personas que comparten y acogen mutuamente lo que sienten. Reflexiones sobre el “encuentro comunitario”, basadas en la publicación: “Cómo formar Comunidad” del P. Desmond O’Donnell, o.m.i.
Necesidad de la comunidad
Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios que es “Comunidad Trinitaria” por eso, para todos y cada uno de nosotros, “existir, en realidad, es co-existir y comunicarnos es desarrollarnos y liberarnos”. Los religiosos/as somos cada vez más conscientes de la necesidad de profundizar nuestra vida comunitaria en una relación auténticamente fraternal que irradie estímulo, calor y nueva vida en una sociedad cada vez más hundida en individualismo, en el pragmatismo y en el consumismo.
Nada más importante para llegar a una mayor solidaridad que la unión de corazones con la recíproca aceptación de todos y de caca uno de nuestros hermanos/as. Nada anhelamos tanto como el ser aceptados, el ser queridos y tenidos en cuenta por los demás, de ahí que los encuentros comunitarios deban constituir para nosotros una verdadera prioridad.
En realidad, lo mejor de cada uno de nosotros es lo que hemos recibido de aquellas personas que nos han amado. Cuanto más somos amados, más libres nos volvemos para aceptarnos a nosotros mismos y a los demás. Cuando nos sentimos amados, crecemos. Cuando no nos sentimos amados. nos entristecemos y tendemos a cerrarnos sobre nosotros mismos.
Sin embargo, no es tarea fácil
En efecto, no es nada fácil el vivir las exigencias de un auténtico grupo comunitario. Con demasiada frecuencia usamos máscaras y disfraces que ocultan nuestra verdadera identidad.
Las tensiones y conflictos son inevitables pero ello no debe ser óbice para impedir el crecimiento comunitario. Lo que importa es saber cómo afrontarlos.
Procedemos de ambientes socio-culturales diversos y esto hace que cada uno tengamos una manera distinta de ver nuestra propia realidad personal y social. No es nada fácil llegar a conciliar criterios y actitudes. Muchas veces lo que una parte del grupo desea no se adecua con las aspiraciones o proyectos de otros miembros. ¿Cómo ser uno mismo y sin embargo, vivir plenamente integrado en la comunidad? ¿Cómo vivir los valores de la comunidad sin caer en actitudes despersonalizadas y gregarias…?
Lo que pretendemos en este artículo es dar una respuesta al siguiente interrogante ¿cómo podremos formar una auténtica comunidad religiosa siendo conscientes de la presencia continua de tensiones y de conflictos?
El factor más importante y dinámico para vivir el espíritu comunitario es la de ser fieles a la “reunión de la comunidad”.
Veamos cuáles son las características más importantes de una auténtica “reunión comunitaria” y cuáles son sus principales obstáculos. Debemos encontrar las razones del por qué tantos/as religiosos viviendo en comunidad, sin embargo, viven tan solos.
Características de un auténtico “encuentro comunitario”:
1.- Una autentica reunión comunitaria debe partir de un principio básico: todos queremos ser aceptados y todos debemos aceptar a los demás. Cada uno de los miembros debe ser aceptado tal y como es, en su total identidad personal.
La comunidad no se reúne para lograr que se cambien las actitudes de los miembros, ni para corregir, ni para llamar la atención o hacer observaciones a la conducta de sus miembros…. Se reúne para incentivar una intercomunicación franca y fraternal.
2.- Todas las personas son únicas, originales e irrepetibles. Dios nos ha hecho a todos diferentes y quiere que lo sigamos siendo. La comunidad debe ayudar a que cada uno sea él mismo. Cada miembro de la comunidad debe ser aceptado por lo que es, no tanto por lo que sabe o por lo que hace.
Es un error, por consiguiente, cuando en una reunión comunitaria se pretende imponer la uniformidad, buscando que todos sean iguales y que todos piensen lo mismo.
3.- Aceptar a las personas y quererlas no quiere decir que no percibamos sus defectos y limitaciones. Las personas deben ser aceptadas y estimadas plenamente, con sus propios defectos. El verdadero amor tiene como ideal de perfección al amor de Dios. Dios nos ama a cada uno tal y como somos, con nuestros propios defectos, caídas y pecados.
La comunidad, por lo tanto, no es para corregir defectos, ni para plantear discusiones o para sermonear a sus integrantes. Acepta a sus miembros con sus cualidades y defectos y no busca, directamente, el cambio de cada uno, sino una comunicación profunda. Sólo cuando la comunidad se vuelve acogedora y comprensiva, pone los condicionamientos para que cada uno de sus miembros vaya creciendo interiormente.
4.-Los sentimientos son lo más profundo y original de cada persona. En cierto sentido, los sentimientos somos nosotros. Ellos son siempre lo más nuestro y lo que más queremos. Los sentimientos forman parte de nuestra experiencia de vida, de ahí que los queramos más que a nuestros propios pensamientos.
Para compartir en profundidad es necesario que nos refiramos a nuestros sentimientos. Puedes expresarte diciendo “ me siento…” “o me he sentido…” seguido de un adjetivo o de un adverbio. Si lo expresas así, seguramente, que se trata de un sentimiento genuino que responde a una experiencia real. Sin embargo, cuando dices : “ yo pienso…” te refieres a un juicio y no a un sentimiento. Si dices “siento que…” probablemente no es más que una simple opinión personal.
Por lo tanto, un problema muy frecuente que hay que evitar es cuestionar o desautorizar los sentimientos de nuestros hermanos. Siempre deben ser respetados. Cuando alguien comparte los sentimientos, comparte algo que es muy profundo en él. Cuando comunico mis sentimientos ofrezco al grupo algo de mí mismo. Por otro lado, siempre debemos tener muy presente que cada persona tiene el derecho a reservarse algunos aspectos de su vida que no desea que se conozcan.
5.- Compartir el “yo profundo”. La comunidad debe sentirse totalmente libre en su nivel de comunicación pero el ideal es lograr un compartir en profundidad. Es fácil compartir temas superficiales sobre el trabajo, sobre nuestra pastoral, sobre la política, sobre el tiempo… Pero compartir en profundidad no es tan fácil. Lleva tiempo y exige mutua confianza. La necesidad más profunda de cada uno de nosotros es amar y ser amados. Es ser aceptados y comprendidos. Ese es el gran ideal de toda verdadera comunidad evangélica: Dios quiere que seamos una verdadera comunidad, que “seamos uno como Él es Uno”. “Uno”, sobre todo, en la comprensión y en el amor recíproco. El amor profundo y auténtico hacia una persona se expresa cuando yo la acepto y la estimo tal y como es.
Cuando los demás me comprenden y me permiten que yo los comprenda, cuando soy estimado y estimo a mi vez, entonces estoy creciendo como persona, como religioso/a y como discípulo de Jesús. Sólo así soy libre para aceptarme y amarme a mí mismo. Mis heridas, mis aprensiones y sospechas se irán curando al calor de la comunicación y la comprensión. En esa atmósfera acepto mis fallos y trato de superarlos y puedo percibir que mis temores y resentimientos van desapareciendo gradualmente. Estoy mejorando interiormente porque la aceptación y la amistad me dan nuevas energías para el cambio personal.
Compartir lo más profundo quiere decir comunicar nuestras luchas, nuestros problemas, nuestros éxitos, nuestras ilusiones, nuestras frustraciones, nuestros fracasos, nuestros logros. Quiere decir, comunicar nuestras esperanzas, nuestros desánimos, nuestros actos de valentía, nuestros miedos, nuestras penas, nuestras desilusiones…
6.- Estamos llamados a la complementariedad. La mayoría de nosotros tenemos miedo a no ser aceptados y a no ser amados realmente. Por esa razón, muchos de nosotros no somos plenamente felices; llevamos la soledad dentro de nosotros mismos. Generalmente, tratamos de disimularlo hablando de nuestros trabajos, de nuestros pequeños éxitos pastorales, de lo que hemos visto en la TV. o lo que hemos leído en el periódicos… La charla se vuelve insustancial y la vida comunitaria algo meramente funcional. Si nos analizamos con objetividad veremos que vivimos al lado de los otros, cerca de ellos, pero no para ellos.
Sin embargo, constatamos que la verdadera unidad “de mente y de corazones” se construye desde las diferencias, desde nuestras diversidades. Percibimos que estamos llamados a la complementariedad. Lo podemos comprobar en nuestra propia experiencia personal: en la medida en que los otros nos van comprendiendo y aceptando, lo mejor de nosotros se afianza y comienza a crecer en nuestro interior.
San Pablo nos ofrece un hermoso lema cuando nos pide que seamos “sinceros en la caridad” (Ef 4,15).
No se trata de estar o no estar de acuerdo con lo que piensan nuestros hermanos de comunidad. Simplemente debemos avanzar en la práctica del gran ideal que nos propone Jesús:
Yo les pido: “que se amen los unos a los otros como los he amado” (Jn 13,34).
Conclusiones
1.- La “reunión comunitaria” no es para juzgar o para corregir algunos errores del grupo o de las personas que lo integran, sino para comunicarnos en profundidad y lograr con ello conocernos mejor, aceptarnos y construir entre todos una verdadera fraternidad.
2.- Uno de lo errores más graves en los que se ha caído con demasiada frecuencia es hacer del “encuentro comunitario” una práctica de “corrección fraterna”, con la idea de superar algunos problemas de conducta personal o comunitaria. La verdadera comunidad se construye desde la aceptación de todos y cada uno de sus miembros con todas sus limitaciones personales psicológicas y espirituales, y no desde el autoritarismo, por buenas que sean sus intenciones.
3.- La “corrección fraterna” sólo puede ser positiva en una segunda instancia posterior. Es decir, puede y suele nacer desde la aceptación del otro, pero nunca desde una exigencia de cambio impuesta en el encuentro comunitario.
4.- Es muy probable que algún miembro de la comunidad quiera comunicarse en privado con mayor profundidad y desear que le señalen sus defectos o errores. Es muy posible que una auténtica reunión comunitaria desemboque en este diálogo personal franco y constructivo, pero la reunión en sí no es un sistema de coacción o de corrección.
5.- Nunca podrá ser efectivo un encuentro comunitario si no parte de la verdadera aceptación y estima de todos sus integrantes. Esta es la razón del fracaso de lo que antiguamente se llamaba “capítulo de culpas”. No partía del verdadero amor fraternal ni de los más elementales principios de la psicología.
El gran ideal comunitario lo tenemos expresado en el comportamiento y en la actitudes de las primeras comunidades cristianas: “La multitud de creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma” ( Hch. 4,32).