La historia de nuestro tiempo, marcada por la Covid-19, ha tenido al miedo como protagonista central. El miedo al contagio ha obligado a la mitad de la población mundial a un «arresto domiciliario», a renunciar al contacto y a la socialización, a tomar clases online, a trabajar a través de la informática. La Covid-19 ha arrasado con las certezas, ha trastornado los estilos de vida, ha ofendido el orgullo de la ciencia, ha mortificado las expresiones comunitarias de fe, ha puesto de rodillas a las empresas, ha vaciado estadios y teatros, ha cancelado convenciones, ha bloqueado el transporte aéreo y ferroviario, ha obligado a cerrar bares y tiendas.
La agitación ha hecho proliferar el miedo, percibido por algunos como una expresión comprensible de autodefensa que les mantiene alerta y responsables, por otros como una obsesión o una ansiedad paralizante.
Las múltiples caras del miedo
Desde el niño que nace hasta el hombre que muere, cada historia está entretejida con una miríada de miedos, pequeños y grandes, internos y externos.
La gran familia del miedo abarca una variedad de voces, algunas más suaves y moderadas; otras más persistentes y preocupantes.
Entre las expresiones más suaves del miedo se encuentran: el temor, la duda, la preocupación, la inquietud, la ansiedad, la confusión, la aprensión, la incertidumbre, el malestar y la agitación.
Entre las manifestaciones más intensas del miedo se encuentran: el temor, el desconcierto, la pesadilla, el shock, la obsesión, la angustia, la ansiedad, el terror, el horror.
Se trata de un álbum de expresiones emocionales cada vez más intensas, que cada sujeto puede sentir ante acontecimientos o situaciones que le asustan, perturban o abruman.
Evidentemente, cuanto más expuesto esté el individuo a situaciones de ansiedad, pánico o terror, más complicado será gestionar la intensidad de estas reacciones.
Ansiedad y miedo
Un pariente cercano del miedo es la ansiedad, que no es sinónimo de temor, pero representa un tono específico.
La ansiedad tiene un carácter más vago que el miedo, se basa en la inseguridad interna y está relacionada con el futuro. Una persona ansiosa puede negarse a salir de casa por miedo a encontrarse con gente o a que le ocurra algo desagradable.
Las personas denominadas «ansiosas» viven en un clima de alerta, anticipan peligros, rumian recuerdos negativos, asumen actitudes de autoprotección, desconfían de ser observadas y transmiten diversos tipos de ansiedad: ansiedad de rendimiento, ansiedad anticipatoria, ansiedad crónica.
Para aliviar el nivel de ansiedad, algunos recurren a productos de herbolario, asistidos por apoyo psicológico; otros toman ansiolíticos o antidepresivos.
El miedo, en cambio, tiene un objetivo más definido y tiene mucho que ver con realidades objetivas. Algunas personas tienen miedo a los relámpagos o a la oscuridad, o a ver a una persona muerta, a entrar en un ascensor, a subir a un avión, a ir al dentista, a tener una entrevista con un empleador, etc.
Algunas personas están más condicionadas por los miedos que surgen de su interior, como: el miedo a ser abandonado, a no sentirse aceptado, a herir a alguien, a pedir ayuda, a ir contra la corriente, a no ser considerado.
Otros se rigen más por los miedos sociales, como: el miedo a ser criticado, a hablar en público, a asumir roles o responsabilidades, a cometer errores, a alcanzar el éxito, a perder el control.
Otros son más sensibles a los miedos existenciales, como: la preocupación de enfermar, de perder la vista o la memoria, de envejecer, de estar solo, de fracasar en sus funciones, de perder el trabajo, de no salir adelante económicamente, de morir.
En resumen, podemos suponer que hay quien tiene miedo a vivir y quien tiene miedo a morir; quien tiene miedo al fracaso y quien tiene miedo al triunfo; quien tiene miedo al silencio y quien tiene miedo a la palabra; quien tiene miedo a la oscuridad y quien tiene miedo a la luz.
El miedo: función y condicionamiento
Esta emoción del territorio emocional, social, material y espiritual de la persona la protege de los peligros.
En el plano emocional, el miedo desencadenado por un diagnóstico poco propicio empuja a la unidad familiar a acercarse a su ser querido.
A nivel social, la gente se protege de los ladrones cerrando las puertas o instalando sistemas de alarma.
En el plano material, prevenimos la pobreza educándonos para ahorrar y utilizar los recursos con prudencia.
En el plano espiritual, nos encomendamos a Dios en las horas oscuras para recibir fuerza y consuelo en Él.
Las amenazas se contrarrestan identificando territorios de esperanza o recursos para enfrentarlas.
A menudo, como escribe Séneca: «Nuestros temores son mucho más numerosos que los peligros concretos que corremos. Sufrimos mucho más por nuestra imaginación que por la realidad».
Las preocupaciones desproporcionadas surgen de una percepción distorsionada de la realidad, que paraliza las capacidades reactivas del sujeto.
Judy Garland ilustra así la actitud de quienes se inclinan por exagerar el peligro: «El miedo es la cualidad de quien no quita las telarañas del techo, por temor a que éste se caiga”.
El verdadero enemigo no está fuera, sino dentro de la persona que construye un mundo de peligros que no se reflejan en la realidad.
La persona temerosa o ansiosa se apoya en una débil autoestima que da poder al exterior e ignora su propio potencial.
Los aspectos negativos del miedo pueden resumirse en los siguientes epígrafes, que informan de cómo puede llegar a ser problemático cuando conduce a:
– a la indecisión o la parálisis (mental, relacional y de comportamiento);
– conformismo o dependencia de otros o de la autoridad;
– sospecha o desconfianza hacia los demás, lo que lleva a interpretaciones paranoicas de gestos y palabras, habladas o no;
– la acentuación de una imagen débil de sí mismo, evidente en el rechazo a asumir riesgos y aprovechar las oportunidades de crecimiento.
Por lo tanto, en la medida en que quienes se sienten inseguros aprenden a desarrollar más valor, afirman los progresos que han hecho y ganan cada vez más confianza en sí mismos, el miedo disminuye y la libertad personal se consolida.
Miedo y salud
El miedo ayuda a preservar la salud mediante la asunción de comportamientos adecuados para prevenir la enfermedad, combatir los vicios (alcohol, tabaco) y promover comportamientos saludables a nivel alimentario, social y ético.
El miedo positivo nos hace ser prudentes y responsables a la hora de afrontar las pruebas diarias; el miedo problemático o parasitario absorbe las energías mentales, roba energía a la actividad, compromete el bienestar laboral y relacional.
Pubblio Siro señala que: «Cuando actuamos, crece el valor, cuando lo posponemos, crece el miedo».
El miedo excesivo desorienta la mente y se traslada al cuerpo.
Entre las manifestaciones físicas frecuentes del miedo se encuentran: mirada aturdida, sudoración, temblor de piernas, palpitaciones, escalofríos, náuseas, falta de aliento, ahogo y aceleración de los latidos del corazón.
Algunos experimentan ataques de pánico y temen perder el control: «voy a tener un ataque al corazón», «me voy a desmayar» o «me estoy muriendo». Otros sufren trastornos obsesivo-compulsivos que los inhiben.
Las formas eficaces de prevenir estos episodios de ansiedad o pánico son la práctica de técnicas de relajación, la respiración profunda, el yoga, la meditación y la oración, así como las ocupaciones físicas como caminar, las actividades deportivas, la jardinería.
La terapia cognitivo-conductual-mental ayuda a tolerar la ansiedad, a redimensionar las interpretaciones catastróficas, a tomar más control de la situación mediante una evaluación más objetiva de las cosas.
Miedo: aspectos positivos
Los beneficios del miedo son múltiples y la pandemia lo ha puesto de manifiesto.
La primera consideración es que el miedo dispone a reflexionar sobre la precariedad de la salud y de la vida, sobre la temporalidad de las certezas y de los bienes adquiridos, sobre la inevitabilidad de la propia muerte o la de los seres queridos. La introspección ayuda a discernir entre lo que es importante y esencial y lo que es efímero y marginal.
En segundo lugar, a la sombra del miedo se encuentra la virtud de la prudencia. La amenaza del virus del coronavirus nos motiva a comportarnos de forma responsable para proteger nuestra salud y evitar conductas imprudentes. Las restricciones, la invitación a evitar los contactos sociales, la suspensión de las actividades religiosas, culturales y deportivas tienen como objetivo el bien común.
En tercer lugar, el miedo se transforma en una llamada a la colaboración. Juntos afrontamos los problemas, juntos trabajamos para contener el peligro, para superar la autorreferencialidad y la indiferencia, para poner en el centro de la solidaridad la cercanía a los ancianos y a los solos y necesitados.
En cuarto lugar, el miedo puede transformarse en creatividad en el uso del tiempo libre, en dar respuestas innovadoras a los límites impuestos por la emergencia, en cultivar el arte como antídoto contra el aburrimiento, en el uso positivo de la tecnología.
En quinto lugar, el coronavirus invita a la humildad, recordándonos que no son las grandes cosas las que cambian la historia, sino las pequeñas que escapan a la presunción de la ciencia o al control de las multinacionales, pero nos obligan a un baño de realismo existencial.
La Covid-19 ha derrumbado los mitos de autosuficiencia e invencibilidad y nos ha hecho más conscientes de nuestra fragilidad e impotencia.
En sexto lugar, la época del contagio sacó a la luz una creciente necesidad de espiritualidad, de la ayuda de Dios, de la oración, de la movilización de los recursos interiores. Con frecuencia, en momentos críticos o de angustia, las personas acuden a la oración e invocan la ayuda de Dios para que acuda al rescate de las debilidades humanas. La humildad es el canal que alimenta la espiritualidad.
La espiritualidad se manifiesta también en la caridad que se activa a través de formas de apoyo a los que están solos, enfermos o en duelo, mediante la escucha, el consuelo y la ayuda práctica.
En definitiva, el miedo se mitiga aceptándolo con serenidad, compartiéndolo con sencillez, evaluándolo con madurez y redimensionándolo mediante el desarrollo de estrategias beneficiosas en la relación con uno mismo y con los demás.