Ayer por la tarde me sorprendió la llamada de tres compañeros de noviciado que estaban juntos disfrutando de la canícula madrileña. Con uno de ellos, Carlos, tengo mas trato porque de cuando en cuando nos vemos en ese Madrid altanero. Juanma Askaiturrieta, de Donostia, como su propio apellido indica, ahora también estudiando en la Capital. Y Fermín, de Granada, que lleva varios años destinado en Zinbabwe.
Y en unos minutos telefónicos, con cobertura regular, nos encontramos con nosotros mismos, sin caretas, sin tapujos, cómo somos en lo más esencial.
En ese andar descalzos por el suelo conocido de un hogar amplio donde no importa el tiempo ni el espacio. No importa porque la vida compartida en el año intenso del noviciado nos hizo atemporales a pesar del empecinamiento de Cronos. Evidentemente cambiamos y fuímos envejeciendo (vamos, mejor dicho), pero en ese lugar profundo seguimos igual porque la esencia permanece. Esencia amorosa del Dios de la Vida. Gracias