NO HAY DIOS, ¿AFIRMACIÓN NECIA O INTELIGENTE?

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Las letras cobran sentido cuando forman palabras. Las palabras tienen sentido dentro de las frases, y las frases dentro de su contexto. Si afirmo que la Biblia dice: “no hay Dios”, por una parte, digo algo exacto, pero por otra digo una tremenda falsedad. Digo algo exacto porque esas tres palabras, seguidas y en este orden, pueden encontrarse en el libro de los Salmos (14,1). Pero digo una falsedad porque tal como el libro de los salmos emplea estas palabras, lejos de afirmar que Dios no existe, lo que hace es decir que quién lo afirma es un necio: “dice en su corazón el insensato: no hay Dios”.

¿Vamos entonces a calificar de “necios” a todos los ateos? De ningún modo. El texto del salmo no dice que el ateo es necio. Afirma que el necio dice “en su corazón” que Dios no existe. Importa notar que lo dice “en su corazón”, porque el inteligente sólo lo puede decir “en su cabeza”. O sea, necio es el que no quiere que Dios exista; inteligente es el que no encuentra razones para afirmar que existe. Los necios actúan movidos por la pasión, los inteligentes buscan razones. Dice, a mi modo de ver con acierto, Miguel de Unamuno: “no creer que haya Dios es una cosa; resignarse a que no le haya es otra, aunque inhumana y horrible; pero no querer que le haya, excede a toda monstruosidad moral”.

Un creyente puede comprender perfectamente al que no cree en Dios, porque el ateo se apoya en el mismo presupuesto que tiene el creyente para sustentar su fe, a saber: Dios no es una evidencia. Y como no es una evidencia, es posible decir que no existe. De ahí que un ateo coherente no es un “anti”, no está en contra de las religiones. Sencillamente no encuentra motivos para afirmar lo que afirman los creyentes.

Otra cosa es el necio o el insensato, para utilizar el lenguaje bíblico. Es una insensatez no desear que Dios exista. Al menos es una insensatez desear que no exista el Dios cristiano, un Dios lleno de amor, de misericordia y de bondad, que quiere que todos los seres humanos sean felices. Si partimos de este concepto de Dios, entonces se puede no creer en él, pero parece una insensatez no desear que exista. Evidentemente, si se tienen otros conceptos de Dios (por ejemplo un Dios que pide sacrificios humanos), podría ser comprensible desear que no exista. Por eso, una buena predicación cristiana debería llevar a los ateos a una conclusión parecida a esta: “es muy bello, muy estimulante y muy esperanzador este anuncio, pero desgraciadamente yo pienso que tanta belleza no es verdad”.

Más aún, después de pensar con buenas razones que tanta belleza no puede ser verdad, el ateo serio debería añadir: “Ojalá fuera verdad tanta belleza”. Si nuestra predicación logra llevar a los no cristianos a este “ojalá fuera verdad tanta belleza”, es claro que hemos hecho una buena predicación y hemos puesto al no creyente en el umbral de la fe.