NIHIL OBSTAT

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gelabertPresentación del Señor y Vida Consagrada

El dos de febrero, fiesta de la presentación del Señor en el templo, se celebra desde hace ya muchos años la Jornada de la Vida Consagrada. El lema propuesto para este año es: “testigos de la esperanza y de la alegría”. Las hermanas y frailes de un instituto religioso, los miembros de un instituto secular, las nuevas formas de vida consagrada, la vida eremítica, todas y todos estamos llamados a dar gracias a Dios por el don de la esta vocación y a reavivar nuestro compromiso de entrega a Dios y de servicio a las personas.

¿Qué relación hay entre la vida consagrada y la presentación del Señor? Evidentemente no hay una relación directa. Pero es posible encontrar alguna similitud que sea un estímulo para las personas consagradas y, más ampliamente, para todos los cristianos. Los padres de Jesús, a los cuarenta días de su nacimiento, llevaron a Jesús al templo para “presentarlo al Señor”, como también lo hacían los otros padres piadosos de Israel. Presentar un niño al Señor es un modo de decirle al buen Dios: te encomendamos esta vida y queremos que ella esté siempre orientada hacia ti, queremos que todos sus pensamientos y acciones estén acordes con tu santa voluntad; en suma, queremos que este niño sea un consagrado, alguien que viva en comunión contigo.

Ahí es donde yo veo la relación de este acontecimiento de la vida de Jesús con la consagración que todo cristiano hace de su vida en el bautismo y con la ratificación de la consagración bautismal en la vida consagrada. Pues lo que se conoce como vida consagrada es un modo de vivir cristianamente con un determinado estilo, según un carisma, cumpliendo un servicio evangélico, siendo testigos de Dios en el mundo. Pero sobre todo, vivir como consagrados es ponerse de cara a Dios, dejarse llenar de su Espíritu, que renueva nuestros pensamientos, nuestras acciones y nuestro corazón.

Todo cristiano es un consagrado. Todos, en la Iglesia, vivimos nuestra consagración bautismal según un determinado estilo: en la soltería, en la viudedad, en el matrimonio, en el celibato y/o en comunidad fraterna. Las personas que llamamos consagradas recuerdan a todos los fieles lo esencial de la vocación cristiana. Y el resto de los fieles, estimula a esas personas consagradas a vivir su vocación de entrega a Dios y de servicio a los hermanos.

En la presentación de Jesús se hicieron presentes un profeta y una profetisa (Simeón y Ana). Alrededor de Jesús está siempre lo femenino y lo masculino. Podemos ver ahí un buen signo de que en la vida consagrada debe primar la fraternidad: todos somos iguales, todos importantes. En la vida de los consagrados se cumple o debería cumplirse eso de que en Cristo Jesús ya no varón ni mujer. No porque no haya diferencias entre las personas, sino porque las diferencias enriquecen el cuerpo de Cristo y, lejos de rivalizar, están llamadas a colaborar. Más aún: cada uno debe reconocer, valorar y agradecer el don recibido por el otro.