Luz Enith: “En comunidad lo que cuenta para uno cuenta para todos”
Ante la difícil situación de Sudán, los obispos de este país pidieron la presencia de la vida religiosa. Esta petición tuvo una respuesta masiva: de 50 congregaciones que había establecidas pasaron a ser 200. La vida consagrada amplió su campo de actuación atendiendo sobre todo en sanidad, educación, promoción de la mujer… Es ésta una «iglesia de campaña» allí donde se la necesita, en un país en guerra. Luz Enith ha pasado en Sudán los mejores cinco años de su vida. Nos dice que el 15 de diciembre 2013 comenzó de nuevo la guerra entre las tribus más poderosas del sur de Sudán y comenta que un signo de esperanza, en esta situación, es el testimonio de los consagrados, que siendo muy diferentes, son capaces de ser hermanos.
Sudán, en un tiempo fue el país más grande de África, –en extensión cuatro veces España–. Un año antes de dejar de ser colonia británica en 1956, padeció su primera guerra civil que duró hasta 1972. Afrontó, poco después, una segunda guerra en búsqueda de la independencia del norte, que duró de 1983 a 2005. En ese año se firmó el Acuerdo General de Paz. Una tregua propuesta por el norte, a cambio de que el sur permitiera cinco años de libre explotación del petróleo presente en su territorio; a cambio también, les fue concedido realizar un referéndum que, el 9 de julio de 2011, les permitió independizarse y constituir así la nación más joven del planeta. Los criterios económicos fueron los que llevaron principalmente a la división de este país y a la constitución de Sur Sudán.
En este contexto nace el proyecto intercongregacional Solidaridad con Sudán del Sur. La Conferencia Católica de obispos Sudaneses, preocupados por las condiciones en las cuales la guerra dejó a su gente, lanzó un clamor a todos los superiores y superioras generales de las distintas congregaciones religiosas (UISG/USG), para que colaboraran en la reconstrucción del país y de las vidas de quienes sobrevivieron y de aquellos que retornaron. Era un país que estaba destrozado por la guerra y necesitaba ayuda para poder solventar todos los problemas y necesidades de la población.
Esperanza de paz
Con la esperanza que el acuerdo de paz traía consigo, y bajo la inspiración del congreso de Vida Consagrada, celebrado en el 2004, “Pasión por Cristo, Pasión por la Humanidad”, empieza este sueño de misión compartida. Hombres y mujeres que aceptan la invitación y se lanzan para atender a los hermanos y las hermanas de Sudán del Sur, asumiendo el trabajo en los ámbitos de la salud, la educación, la agricultura y la pastoral. Claretianos, hermanos de La Salle, combonianas… fueron liderando proyectos que impulsaron el desarrollo.
La reconstrucción de un pueblo
Jubilados con sentido
Uno de los aspectos que más ha llamado mi atención y que, personalmente, constituye un verdadero testimonio de generosidad, es el hecho de encontrar entre los misioneros y las misioneras presentes en el proyecto, a religiosos que una vez “jubilados” en sus congregaciones, deciden donar uno, dos, tres o más años, al trabajo de la reconstrucción de este país y sus gentes, buscando sacarlos de los escombros y el dolor que les dejó una guerra tan larga y cruenta.
En la educación
En materia de educación, se forman maestros y maestras para la atención básica primaria. Para ello se han construido dos institutos, uno localizado en Malakal y otro en Yambio. Aquí conviven personas de distintos grupos étnicos y esto constituye su mayor aprendizaje.
Existe también un grupo itinerante de misioneros que viaja a distintos lugares, en distintos tiempos del año, para ofrecer el programa de formación en sitios muy distantes, y es que aún después de la división, el territorio de Sudán del Sur continúa siendo vasto. Con la extensión de Francia e Irlanda juntos aproximadamente.
La mayoría de las escuelas no tienen edificación, se dan las clases debajo de un árbol y, en el mejor de los casos, se cuenta con un tablero y algunos pupitres o bancos. Los estudiantes en cada “clase” están en torno a los 100 pero, casi siempre, se supera este número.
En la salud
En Wau, las congregaciones que atienden el sector salud, están formando enfermeros, enfermeras, parteros y parteras. La tradición ha designado esta labor a las mujeres, pero entusiasma ver cómo los hombres quieren prepararse para una tarea tan necesaria. El índice de mujeres que mueren dando a luz es muy alto y, sin duda, una de las causas es la falta de atención o las precarias condiciones en el momento del parto. Como dato curioso, tenemos una hermana que atiende a la gente que no puede desplazarse hasta los centros de salud y no solo los sana, sino que además les enseña a emplear remedios para prevenir enfermedades. Es una enfermera itinerante.
En la agricultura
En el sur del país, limitando con el Congo, se está llevando a cabo un proyecto de agricultura. Unos grupos de familias que se organizan para sembrar, cosechar y distribuir la cosecha; aprovechando las condiciones de la tierra y el clima en el área. Es muy difícil cultivar la tierra porque solo hay cuatro meses de lluvia, el resto del año es completamente seco. A estos inconvenientes metereológicos hay que añadir que, después de la guerra, la gente del Sudán del Sur dejó de sembrar por el temor a que ésta regresara y les forzara a dejarlo todo para huir de nuevo.
En la pastoral
Por su parte, el grupo de pastoral centra sus esfuerzos en formar promotores de paz. En el 2010, en vísperas del referéndum, promovió dentro y fuera del país una campaña de oración para que éste se diera pacíficamente, se tituló: 101 días de plegarias por la paz, y unió al pueblo sudanés con otros miles de personas en distintas partes del mundo. El equipo de pastoral apoya también iniciativas de promoción de la mujer; realiza talleres con el programa denominado Capacitar, que busca ayudar a víctimas del trauma de la guerra; contribuye con la formación de los religiosos y religiosas presentes en Sudán del Sur y actualmente, acompaña a quienes están refugiados en su propio país, debido al conflicto que empezó en diciembre del 2013.
Una experiencia de intercongregacionalidad
Pasando de aquello que hacemos a aquello que somos: en nuestras comunidades religiosas, la pluralidad y diversidad es el común denominador. Pertenecemos todos a diferentes congregaciones, países, culturas, edades y perspectivas diferentes a la hora de organizarnos y trabajar. Un grupo de líderes que debe, necesariamente, llegar a acuerdos comunes para hacer posible la misión y la vida de cada día.
El diálogo, la apertura de mente y de corazón hacia los otros es fundamental. La necesidad de “gastar” tiempo en conocernos, contribuye a la búsqueda de puntos en común que nos faciliten vivir y trabajar juntos. Frecuentemente, dialogamos sobre la manera particular cómo en cada una de nuestras congregaciones se entiende y viven los votos, la Eucaristía, la formación, etc. Una verdadera riqueza.
Los miembros de cada comunidad eligen, cada año, un coordinador y un ecónomo. Compartimos la oración y la liturgia; las responsabilidades de la casa, las celebraciones nuestras y de la gente en el lugar en donde estamos; buscamos espacios para el esparcimiento, para compartir con otros religiosos de las comunidades locales y con el clero. En la primera reunión de comunidad solemos preguntarnos ¿Qué espera cada uno de la vida comunitaria en sus diferentes aspectos? Y ¿Qué debe saber cada uno del otro para facilitar la convivencia entre todos?
Esto, sumado a aquello que intentamos aprender de la gente con la cual convivimos, constituye unos acuerdos comunitarios, tácitos o expresos, que son realmente valiosos y ricos a la hora de organizarnos.
Aprendemos de un pueblo
La gente en Sudán del Sur no se queja, ni le echa la culpa a los demás. Son tan sencillos en el trato, que nos enseñan lecciones tan simples y grandiosas como que a una pregunta se responde sólo con la respuesta. Esto pudiera parecer obvio, pero en muchas ocasiones la comunicación entre nosotros falla porque respondemos con otra pregunta, con silencios o comentarios, o con juicios.
Para ellos lo que cuenta para uno, cuenta para todos: si algo es importante para ti, lo es también para mí. Y le dan prioridad a pasar tiempo juntos, a celebrar o acompañar, sin prisas ni afanes.
Nuestra vida comunitaria no es fácil, tenemos el reto de asumir la actitud no de quien enseña, sino de quien está aprendiendo a solucionar conflictos, saliendo de nosotros mismos para ir al encuentro de lo nuevo, lo distinto, lo que conviene a todos y a la misión, por encima de intereses personales y lecciones bien sabidas. A testimoniar que aún viniendo todos de “tribus distintas” es posible vivir y trabajar juntos construyendo la fraternidad.
En Sur Sudán la gente tiene tiempo para todo, para escucharte, ayudarte, atenderte… Si alguien llega a tu casa se sienta contigo y habla. Nosotros intentamos también llevar este valor de la disponibilidad del tiempo a nuestras ámbitos comunitarios. Esto provocó que nos conociésemos mejor.
Las dificultades, también se dan, hay que tener en cuenta que el grupo de vida religiosa es muy variopinto y de procedencias culturales e idiomáticas muy diferentes. Por ejemplo, yo soy colombiana y me tengo que entender con australianos, gente de Nueva Zelanda, Irlanda, Vietnan, Sri Lanka, Canadá, Brasil, Congo… y un hermano que es sudanés, que ha sido un gran regalo para todos.
La vida comunitaria la vamos organizando dependiendo de la misión que es la que polariza todo nuestro quehacer. Todas las comunidades tienen retiro mensual y algo muy bonito que hemos inventado que son las “tertulias” en las que las distintas comunidades religiosas nos reunimos y compartimos cómo estamos viviendo nuestra vida y misión. Estos momentos son especialmente enriquecedores y nutrientes para todos y nos ayuda también a orar los unos por los otros.
Ahora tenemos muchas razones para rezar. El pueblo de Sudán Sur está en guerra desde el 15 de diciembre de 2013. Dos tribus, las más poderosas y mayoritarias, iniciaron una cruenta lucha.
¿Qué hacemos en mitad de la guerra?
En primer lugar entender que también nosotros venimos y somos de tribus distintas. Nuestra misión es dar testimonio de que aun siendo diferentes -o de diferentes tribus- somos capaces de vivir juntos, de ser hermanos y hermanas… esto quizá sea el mejor testimonio que podamos dar: que es posible vivir una vida reconciliada y en paz a pesar de la diferencias. Es así como nuestra vida religiosa puede testimoniar en medio de la guerra y el aniquilamiento de lo “diferente” que aun siendo todos diferentes, todos nos respetamos y vivimos en paz.
Éste es también el mejor signo de esperanza en clave intercongregacional. Cuando la vida religiosa, como cuerpo, se alía por el Reino se superan muchas dificultades que de no ser por este fin último, no podríamos superar de una manera tan natural e inmediata.
Que Dios bendiga a Sur Sudán porque sabemos que sigue en guerra y, desde este medio, pido también una oración por la paz y la reconciliación en este pueblo.