LOS BESOS Y LOS TRABAJOS

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mariolaUn sábado estaba en casa con mi madre siguiendo una eucaristía en la televisión, y pude comprobar que a sus ochenta y cinco años recién cumplidos es una exegeta maravillosa, aunque ella no sepa que esta palabra significa la que «interpreta las Escrituras». Aplica el sentido común y la experiencia, y cuando escuchamos el Evangelio del hijo pródigo dice: «esa parábola la he oído muchas veces y creo que el hijo mayor tenía algo de razón. Me acuerdo cuando mi hermana se fue a vivir a la ciudad con su familia. Cada vez que venía la abuela se volcaba con ella y yo aquí preparando comidas para todos durante esos días. Para ella eran los besos y para mí los trabajos…».

Me hizo pensar lo importante que es poder experimentar las dos cosas a la vez, «los trabajos y los besos», y hacer que otros lleguen a sentirlas también. Normalmente nos inclinamos hacia uno de los dos lados, solemos poner esa «o» que crea separaciones y dicotomías. Jesús la encontró en la realidad de su tiempo, las personas se clasificaban en judíos o paganos, puros o impuros, sanos o enfermos, ricos o pobres… y según estuvieras de un lado u otro la vida quedaba marcada para siempre. Qué anchura y liberación cuando nos decidimos a poner una «y». La «y» que quería poner el padre entre sus dos hijos, la que Jesús quiere poner entre aquellos que le escuchan y le acusan de comer con publicanos y pecadores. O eras fariseo (bien visto en aquel tiempo, cumplidor, con un buen expediente moral y espiritual) o eras publicano, y ya se sabe lo que venía detrás… Jesús quiere hacernos comprender que hay un poco de los dos dentro de cada uno y que no se trata de enfrentarlos, sino de reconocerlos y aprender a conciliarlos, porque ambos necesitan recibir con apremio «los besos y los trabajos» del padre.

Cuando murió mi hermano ella le llevaba flores cada semana los primeros años hasta que ya no pudo hacerlo. Un día mi padre y mi tío le dijeron que no hacía falta, que las flores mejor en vida, que después ya no tenían sentido y además suponían un coste. Mi madre los escuchó y, tras un pequeño silencio, les dijo: «Es que él las tuvo en vida y las tiene ahora». Al explicarme la parábola, después de contarme lo de su hermana y lo de la razón del hijo mayor, ella añadió al final de su improvisada exégesis: «… pero, a pesar de todo, creo que el padre tenía aún más razón».