(Bruno Secondin, O. Carm. Roma). Pocos como el P. Bruno Secondin para atreverse a mirar este complejo puzzle que hoy es Europa. Hacerlo además desde la doble perspectiva de los desafíos de la vida consagrada para Europa y de Europa para la vida consagrada, solo es posible para quien tiene una teología serena, caliente el corazón y la mirada puesta en el horizonte.
Probablemente Secondin sea el referente más claro de lo que este tiempo y esta etapa del papa Francisco quiere para los consagrados. Nuestro autor insiste en la necesidad de superar la contemplación obsesiva de un pasado que no va a volver, invita a un mañana que hay que aprender a describir, pronunciar y, sobre todo, crear.
La vida consagrada en Europa es una realidad compleja, multiforme, con una gran historia y recursos para el futuro. A pesar de todo, este es un tiempo de gratitud y asombro, de esperanza y nueva profecía como ha dicho el papa Francisco en la Carta a los consagrados (21/11/2014). Ella late aún, en gran medida, de diaconía generosa y de intercesión, de interioridad y ascesis, de contemplación y trascendencia, pero también de proximidad y solidaridad, de martirio y parresia.
Sin embargo, también hay algo de cierto en quienes afirman que en la vida consagrada europea hay algo de “crisis”. El problema es interpretar las razones y las causas, porque no en todas partes la crisis tiene el mismo rostro. En Europa Oriental, por ejemplo, los datos son mejores que en la Europa Occidental… de todos modos, en dos decenios, los religiosos en Europa han disminuido en más de un tercio (somos cerca de 250 mil). Por otro lado, no podemos olvidar que el 70% de ellos se encuentran en cinco países Italia, España, Francia, Polonia, Alemania.
Estas pérdidas, por mucho que queramos, no son compensadas por el incremento vocacional en Europa del Este. Los números siguen siendo bajos y el futuro no se presenta exento de problemas. Además, tenemos que añadir los problemas de sensibilidad eclesial y también de una secularización en expansión. Deben vivir los cambios y la globalización con más rapidez que lo ha hecho el Occidente, donde esta transformación se produjo en un arco de más de 60 años.
Es frecuente y está extendida en Europa occidental una cierta “apología del declive” (ars moriendi). El empobrecimiento numérico y de motivaciones ha provocado precariedad y expatriación: expatriados, nómadas en un mar de niebla, los religiosos parecen una muchedumbre de “zombis” escondidos. En Europa central y oriental el desafío es el discernimiento vocacional serio, y la urgencia de inventar un nuevo modelo (o más modelos) de vida consagrada, en diálogo con el ethos cultural, fermentados por la pasión profética y la audacia evangélica. Por ahora, en realidad, prevalece el contraste de la diferencia y escasean los modelos originales. Y parece que la larga tragedia de la “glaciación roja” (los regímenes comunistas) no fue seguida por una creatividad genial, como fruto del martirio y de la fe. Y el boom vocacional ya está disminuyendo con el progreso del bienestar.
En cualquier caso y contexto, nunca debe faltar la originalidad del esplendor evangélico que habita en nosotros. Evangelio, sucesión, comunión, testimonio, deben convertirse en obstinaciones, en puntos irrenunciables. En la fase actual quizá sea el alma profética la que esté enferma: falta el sueño y la inquietud. No es señal positiva que el futuro de la promesa se convierta en amenaza.
Faltan nuevas propuestas teológicas sobre la vida consagrada: tanto en el este como en el oeste. Ciertamente, durante estos años, hemos tenido una teología de calidad1. Esta afasia de novedad inspiradora indica que falta una vivencia genial e innovadora, por interpretar y plantear: las propuestas teológicas se arriesgan a ser ejercicios de gnosticismo2… Y, por lo tanto, falta a los teólogos la materia prima y cruda sobre la que trabajar. Y la “teología de la vida consagrada” no puede más que repetir el pasado próximo o, peor, “fantasear” soluciones milagrosas… o idolatrar modelos desculturalizados, totalmente estériles y obsoletos. Es necesario pasar de la eficiencia y del orgullo de las obras y de los números, al primado de los signos y de la comunión en la óptica de la compasión solidaria y la interioridad persuasiva.
Entre receptio y renovatio
La renovación postconciliar ha sido un periodo de intensa actividad, tanto de exploración como de reelaboración. No es fácil encontrar en otros grupos de la Iglesia algo similar a la vasta obra de actualización realizada por la vida consagrada, con un prolongado empeño y participación de todos.
Este hecho adquiere mayor relieve si se piensa que el tiempo de la receptio del acontecimiento y de las directivas del Concilio Vaticano II no es muy amplio. Poco son 50 años en comparación con los cuatro siglos que han sido precisos para poner en práctica el Concilio de Trento. Y para la vida consagrada cabe destacar que han hecho de protagonistas no tanto los decretos de reforma cuanto una extendida creatividad, una pasión eclesial e histórica que explotó también en “nuevas formar” de vida3.
La receptio, de la renovación del Vaticano II, ha sido policéntrica y multicultural, en una situación cultural en rápida mutación global, pero también –en un primer momento– sin la aportación original del este de Europa (congelado en los regímenes ateos).
Fue una exploración de nuevas vías: lugares de presencia inéditos y métodos de pastoral de riesgo, sostenidos de sólidas teologías interpretativas de la identidad de la vida consagrada y relectura de las inspiraciones carismáticas iniciales. Pero también relaciones intraeclesiales en espíritu de sinergia y de diálogo con los contemporáneos para reconocer e interpretar inquietudes y nuevas sensibilidades. Fue una revisión del patrimonio que constituye la identidad específica de cada instituto. Lo que el código define: “El entendimiento y los proyectos de los fundadores, recogidos de la competente autoridad de la Iglesia, relativo a la naturaleza, al fin, al espíritu y al índole del instituto, así como las sanas tradiciones” (can. 578).
No se trata solo de textos escritos y relectura de memorias archivadas, sino también de nuevas hermenéuticas, tanto teóricas como existenciales, de nuevas rutas para dar realidad a los nuevos discursos: y han asistido mentalidades y sensibilidades eclesiales no solo europeos. Por esto, cuando la caída de los muros que segregaban insensibilidad e incomunicabilidad del este de Europa, ha hecho posible reencontrarse con los hermanos y hermanas que quedaron ocultos durante mucho tiempo, estalló el disenso y la resistencia por su parte. No habían compartido ese tormento, y se han sentido arrastrados a un mundo desconocido y absurdo para ellos: una traición de sus sueños y de sus fundamentos. El rechazo permanece todavía.
Y todo esto en un mundo en continua y rápida mutación, tanto como para hacer enseguida vieja la misma Gaudium et Spes, el texto conciliar más abierto. Cito algunos datos fundamentales de los cambios históricos: 1968 (mayo francés), 1989 (caída del muro de Berlín), 2001 (las torres gemelas), 2008 (la crisis económica). Todos estos acontecimientos históricos han forzado nuevos desafíos y nuevas estrategias. Y además, para la Iglesia, el cambio de los papas, con sus diferentes sensibilidades en las opciones pastorales y en el estilo de testimonio. Podemos decir que el siglo XX ha sido largo en la Iglesia y que se ha cerrado con la dimisión de Benedicto XVI.
Con las periferias en el corazón
Ahora, con el papa Francisco se tiene la impresión de que se ha abierto una nueva fase de receptio conciliar. Nos sentimos impulsados a reabrir el debate sobre la pobreza evangélica como típica forma Ecclesiae y como forma Christi. Somos exhortados constantemente sobre todo a reencontrar el arte de la proximidad y de la caridad hacia los últimos en un contexto de indiferencia globalizada4.
¿Quién más que los religiosos pueden sentirse interpelados por esta insistencia en la vida evangélica y en la pasión servicial por cada marginado? Es como si el papa Francisco relanzase más adelante, dentro de nuestra historia y hacia las periferias existenciales, las capacidades evangelizadoras que operan en la Iglesia. Él pide vivir como Iglesia en salida –y quizás también afectada– abandonando posiciones perezosas adquiridas. Insta a reconocer, sirviendo y contemplando, la carne de Cristo en el pobre y en el marginado. Y esto precisamente cuando la anemia de fuerzas y la anomia de modelos guía podrían favorecer, en cambio, entre los religiosos un retiro prudente a posiciones adquiridas y el ejercicio de la manutención sin riesgos, salvando lo salvable. Él sacude repliegues y tristezas, clausuras y manos cansadas. “¡Despertad al mundo!”, ha dicho a los superiores generales.
La vida consagrada tiene, en la diaconía entre los pobres y los frágiles, una historia gloriosa, rica en santidad y profecía. También en los últimos decenios, no ha faltado el intentar una fraternidad solidaria y una diaconía ingeniosa y emprendedora, en medio de todas las nuevas pobrezas, en todas las periferias. Tal vez hoy el ingenio puede parecer un poco menos vivaz, pero sigue siendo verdad que esta es una de las características admirada por todos. Se trata en todo caso de arriesgar nuevos destinatarios y nuevas fronteras, explorando todavía con audacia dentro de los desechos de la historia, entre los parias sociales, entre las miles de formas de rostros desfigurados y de dignidad pisoteada: “Marcados a fuego por esta misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, curar, liberar” (EG 273).
Las obras de todo género están ahí testimoniando una historia gloriosa, fruto de una capacidad nunca cansada de ensuciarse las manos, de ponerse en juego, de inventar caminos de curación y de liberación, de promoción humana y proximidad evangélica. Las variadas heridas de los últimos, a menudo, se han convertido en ranuras para ver más allá y más ampliamente, y han generado las formas de diaconía, para concienciar los distraídos ante el entramado de las injusticias, para ofrecer el bálsamo de la solidaridad y de la ternura, de la dignidad y de la esperanza a quien nunca conoció respeto y fraternidad.
La crisis de nuestras “obras de misericordia” –tan numerosas e históricamente importantes, también para la historia de la civilización– nos está poniendo problemas serios para el futuro. Sentimos desaparecer el suelo bajo nuestros pies, porque a través de ellas pensábamos que teníamos dignidad y derecho a existir, a sentirnos Iglesia, a reivindicar derechos e intereses. Con su desaparición se agota un cierto modelo de vida consagrada, un modelo eclesial, una historia de caridad, de servicios, de ingenio incluso femenino que nos pone a todos en una disyuntiva. Quizás hemos confundido el testimonio de la caridad con la organización de “onerosos servicios sociales”. Muchos transferirán aquel modelo, ya desgastado y borroso en Occidente –donde nació y se ha consolidado– hacia otros lugares menos desarrollados. Pero también allí, antes o después, se nos encontrará fuera de juego: no tanto porque las obras de misericordia sean inútiles, sino porque el modelo estándar ya no aguanta más (cf. Brasil). Hay que inventar otros, en respuesta a las nuevas necesidades, a los nuevos desafíos, a las nuevas emergencias: pero también en sinergia con las nuevas corresponsabilidades, las nuevas disponibilidades.
No nos reduzcamos a la conservación miope y administrativa de lo que ya hacemos, es lo que sugiere el papa Francisco: “Espero de vosotros gestos concretos de acogida de los refugiados, de proximidad a los pobres, de creatividad en la catequesis, en el anuncio del Evangelio, en la iniciación a la vida de oración. Como consecuencia espero la simplificación de las estructuras, la reutilización de las grandes casas a favor de obras que respondan más a las actuales exigencias de la evangelización y de la caridad, la adecuación de las obras a las nuevas necesidades” (Carta a los consagrados, II, 4). Esta frase, muy realista, está enmarcada por una convocatoria inicial a ‘crear otros lugares’ donde se viva la lógica evangélica del don, de la fraternidad, de la acogida de la diversidad, del amor reciproco” (II, 2).
Una página bíblica: Hechos de los Apóstoles, 16,1-40
Intento revivir con vosotros una página bíblica que me parece capaz de dar inspiración a nuestra situación actual. Me refiero al momento crítico en el que se ha venido a encontrar Pablo, durante el segundo viaje misionero. Se trata del capítulo 16 de los Hechos de los Apóstoles, la primera experiencia de evangelización en Europa. Quisiera hacer algunas anotaciones.
El momento del sufrimiento
Pablo se encuentra herido por el contraste con Bernabé (Hch 15,36-40), y esto puede haber influido también en su actividad, generando, en cierto modo, confusión e incertidumbre, como se ve por las dificultades. Le aparece, cuando se deja llevar por las cosas y sobre todo ve en la pesadilla nocturna (la súplica del macedonio), una nueva llamada. A ella responde con generosidad: de hecho toma la iniciativa de pasar a Europa y de comprometerse decididamente hasta en una ciudad latinizada. No se desanima por la falta de estructuras religiosas bien organizadas (falta la sinagoga), pero intuye una posibilidad… a la orilla del río, donde se encuentra con un grupo de mujeres.
La sorpresa
Es extraño contemplar a este Pablo –un poco misógino– sentado entre las mujeres hablando y esperando alguna respuesta. Es Lidia, la primera que se le une: “El Señor le abrió el corazón para adherirse a la palabra de Pablo” (v. 14). Una acción de Dios expresada con un vocablo audaz: el verbo griego (diènoixen) recuerda el abrirse de par en par, el dilatarse de la matriz de la mujer para que salga el niño. Un dejarse llevar a la vida plena, ella que era ya “una creyente en Dios”. Y también el verbo adherir (prosékein), quiere decir agarrarse, aferrar, encontrar solidez. Se completa la adhesión a la fe con la insistencia en aceptar la casa de Lidia como lugar de la nueva comunidad. Pablo, atacado en sus esquemas, se siente “obligado” a aceptar.
La vida se complica
El asunto prosigue con un ritmo de oración y predicación, mientras no estalle un incidente. Era una esclava adivina, explotada por sus amos, y cuando Pablo y compañeros estaban orando gritaba que aquellos extranjeros eran “siervos de Dios altísimo”, molestando (v.18). En un cierto momento, Pablo, harto, expulsa el espíritu de adivinación que la poseía, arruinando los negocios a los explotadores. Estos difunden el rumor de que los predicadores subvierten las costumbres religiosas comunes: los magistrados, sin indagar demasiado, les creen y mandan golpear a los misioneros y los meten en la prisión. A pesar del sufrimiento y la injusticia ellos, también allí, “cantaban himnos a Dios, mientras los prisioneros les escuchaban” (v. 25).
Una luz en la noche
Precisamente mientras rezan y cantan, ocurre una especie de terremoto, caen las cadenas y se abrieron las puertas. Y el carcelero se despierta y cree que ha habido una fuga en masa. Tranquilizado por Pablo, presta ayuda a los prisioneros y cura y lava sus heridas, acepta ser bautizado y ofrece su mesa para celebrar el bautismo de su familia. Pablo descubre amigos y discípulos allí donde menos pensaba. Se completa, con el protagonismo de otra familia, la construcción de la comunidad en Filipos: entre la casa de una matrona y la casa del carcelero.
Pablo es liberado
Menos mal, al día siguiente Pablo es liberado, porque se había cometido una injusticia con él que era ciudadano romano, por eso es prudente que se vaya de la ciudad. Pero antes pasa por la casa de Lidia, encuentra a los hermanos, se exhortan mutuamente y parte hacia Tesalónica. Lo que fue un abuso de autoridad –aceptar ser acogido– se convierte en un recurso providencial. Precisamente hacia la comunidad de Filipos, Pablo continuará teniendo una actitud de especial atención: se informa sobre la evolución, solo de ellos acepta el sustento para su actividad. Pero sobre todo les da, además de su nostalgia y afecto, un bellísimo himno cristológico (Fil 2,6-11), para interpretar los sentimientos con los que ha sido acogido y ayudado.
De la Palabra a la vida
A la luz de este icono querría hacer algunas consideraciones y aplicaciones para la vida consagrada en Europa hoy. No olvidemos que aquel episodio recuerda cómo se inició la evangelización en Europa: fuera de la ciudad, a lo largo del río, en medio de un grupo de mujeres, con una exageración sobre los métodos habituales (Lidia que obliga a Pablo a ser hospedado), y mediante la violencia (la cárcel sin un juicio previo). Pero encontramos también comedores solidarios, casas que acogen, hermanos que se llevan en el corazón, dones recíprocos sin chantaje, ganas de cantar a Dios en el fondo de la prisión.
La aventura paulina de Filipos
Esta aventura se coloca en el contexto de un cambio cultural que Pablo temía enfrentar: el de la europea y latina, para él casi desconocida. Pero, cuando se da cuenta de que es la mano misteriosa del “Espíritu de Jesús” (vv. 6. 8) que le bloquea los otros caminos, acepta el riesgo y se pone en juego con inteligencia. Indica para todos nosotros que ciertas situaciones difíciles y arriesgadas pueden darnos miedo, pero es necesario aprovechar los tenues signos/señales de la voluntad de Dios, es necesario adherir y ponerse en juego como protagonistas, sin temblor. También un sueño puede ser una señal, como lo es en el estilo bíblico, si somos disponibles e intuitivos: pero, para un testimonio generador, no solo eficiente.
La falta de sinagoga pública
Esto obliga a Pablo y a sus compañeros a encontrar soluciones más frágiles como alternativa, “salieron fuera de las puertas, a la orilla del río” (v. 13) y allí mismo encontraron mujeres reunidas para honrar a Dios. Fuera de los signos sagrados, en un ambiente pobre y profano, saben ponerse en acción como anunciadores de la Palabra del Señor. Dentro de la cárcel, entre cadenas y oscuridad, ofrecen al carcelero desesperado la luz de una fe que no estaba encadenada, y reciben de él una solidaridad que tiene el sabor de la madurez eclesial. Siembran con disponibilidad y simplicidad: y nace la primera comunidad cristiana, sin ritos, vestiduras, muros, objetos sagrados y específicos para rezar y anunciar.
El Señor obra
Mientras Pablo y sus compañeros hacen su parte, también el Señor trabaja con ellos. Es él quien “abre el corazón de Lidia para adherirse a las palabras de Pablo” (v. 14). Solo el Señor y siempre él, tiene la llave del corazón, sabe suscitar la reacción de fe verdadera y salvífica. La experiencia enseña que en cualquier caso solo si el Señor acompaña nuestras actividades de anuncio y de diálogo, ellas tienen el efecto justo. El problema es que no siempre sabemos reconocer la mano del Señor, le dejamos ser verdaderamente el que abre el corazón a la fe. Siempre estamos ahí evaluando y comprobando, controlando con complacencia, haciendo estadísticas, pidiendo eficiencia según nuestros esquemas. Él siembra en los intersticios, en el umbral, donde se producen las transgresiones de fronteras y esquemas: para generar nuevas relaciones interpersonales.
Toda la familia se involucra
En el bautismo toda la familia se involucra – oikon: indica familiares y parientes, criados y servidores – ya sea donde Lidia o donde el carcelero. Son precisamente estas “familias” las bases vibrantes de la evangelización y del refuerzo de la comunidad en el método pastoral de Pablo. Es la petición de apreciar a la iglesia doméstica, la implicación de todos los familiares y no solo apuntar a una adhesión individual, es el valor sacramental de la mesa familiar. Es también la llamada a una iglesia doméstica rica en hospitalidad, oración, servicio, exhortación, con la participación de muchos y el protagonismo de las mujeres. Es necesario aprender –a veces también dejarse forzar– a salir de lo sagrado rígido y ritual, a menudo solo individual, por un calor familiar, acogedor y de apoyo. La nueva galaxia de las experiencias de vida consagrada llamada “familia” –aquí participan con intensidad laicos y familias, hombres y mujeres– es un recorrido que hay que explorar mejor.
Mantener viva la nostalgia
Pablo tuvo que escapar de Filipos, después de la prisión y machar a Tesalónica (Hch 17,1). Una estancia por tanto breve y sufrida, sin embargo, de aquella comunidad, de aquella su primera experiencia “europea”, conservará una intensa nostalgia. Y se interesará hasta el final por su evolución y crecimiento, sosteniéndola en las dificultades y regalándoles su joya del himno cristológico (Flp 2,5-11): al reiterar la fundamentalidad de Cristo en su fe. Las dificultades, los riesgos, las heridas, se han convertido en símbolos y mediaciones de algo nuevo, para hacer que la pregunta sobre Dios se convierta en una pregunta abierta, un viaje del alma, una búsqueda que lleva a reescribir los códices, las metas, los resultados.
Cuando los dioses caen
Cuando viene el tiempo de la fe como apertura, de sabiduría y parresia, no de idolatría insensata. ¿Y si la “nueva evangelización” en Europa tuviese cualquier semejanza con esta página bíblica? También para nosotros existe el intento de volver a los viejos conocimientos, a recordar las glorias pasadas, a confirmar lo ya realizado porque no tenemos la fantasía de pensar otra cosa. Y nos encontramos, como Pablo y sus compañeros, ante obstáculos sin un porqué, la esterilidad de buenas intenciones y de costumbres, recibir en don mediaciones vagas recuperables en la naturaleza o en el corazón que tiene recursos ocultos disponibles: y desde allí se abre todo.
Una conclusión intermedia
El desafío de hablar de Dios en una cultura europea que está marcada por el olvido de su memoria cristiana, podría encontrar aquí una inspiración original y un recorrido mistagógico que pasa a través de incertidumbres e imprevistos, conversaciones familiares y traumas de desesperación. Salir “fuera de la puerta”, a las riberas de los ríos o las orillas de los mares que engullen refugiados desesperados, encontrar patios y senderos donde hablar familiarmente o tiendas improvisadas para protegerse, o cárceles oscuras y profundas donde las cadenas pesan absurdamente: todo esto es Europa hoy. Rica también de nuevos protagonismos femeninos, de nuevas formas integradoras capaces de una hospitalidad creativa, guiadas en la oscuridad por una luz de confianza e inclinadas a cuidar y lavar las llagas5.
Hemos aprendido a hacer memoria de las experiencias frágiles, de las situaciones de pobreza y de sufrimiento injusto y de improvisaciones a riesgo total vividas por tantos fundadores y fundadoras en nuestros orígenes. No se trata sólo de memoria conmovedora, no podemos reducir todo a leyendas de oro. Se trata de recuperar el estado de invención, el carisma in statu naciente: oportunidad que siempre debemos retomar y vivir, con audacia, pero también con concreción de disponibilidad. De otro modo nos arriesgamos a merecer el reproche dirigido por el Espíritu, a través del vidente de Patmos, a la comunidad de Tiatira… (cf. Ap. 3,15-29).
1 La bibliografía es inmensa. Cf. Aa. Vv., Il Concilio Vaticano II e la vita consacrata. Fedeltà e rinnovamento, Il Calamo, Roma 2014; Bocos Merino A., Un racconto nello Spirito. La vita religiosa nel post-concilio, Dehoniane, Bologna 2013 (orig. 2011); García Paredes J.C.R., Teología de la vida religiosa, BAC, Madrid 2000…
2 Cf. Guccini L., Vita consacrata, cit., 37.
3 Hemos intentado un balance con ocasión del Sínodo de 1994: Secondin B., Per una fedeltà creativa. La vita consacrata dopo il Sinodo, Paoline, Milano 1995. De un valor particular el libro de Herzig A., “Orden-Christen”. Theologie des Ordenslebens in der Zeit nach dem Zweiten Vatikanischen Konzil, Echter, Würzburg 1991.
4 Además del texto fundamental de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (24 noviembre 2013), veánse las dos famosas entrevistas, transcritas por Spadaro, A. Intervista a Papa Francesco, in La Civiltà Cattolica, 164 (2013/III), 449-477 y la audiencia de los Superiores generales: Svegliate il mondo!.
5 Cabe recordar aquí la iniciativa: Talita Kum: la Red internacional de Vida consagrada contra la trata de personas, nacida en el seno de la UISG en el ámbito de un proyecto gestionado en colaboración.