LAS 7 EFES DE LA VIDA FRATERNA

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El imaginario personal está tejido de recuerdos, expectativas, afectos, sabores, costumbres y emerge con especial nostalgia y expectación.
La misma intensidad de la evocación contrasta, posiblemente, con la experiencia de la comunidad actual. Muchas personas suelen aprovechar para visitar a sus familiares; hay quienes están lejos o no tienen esa oportunidad. Lo cual puede implicar fuertes sentimientos de soledad y hasta de abandono. Son acontecimientos en los que se suele revelar la hondura o superficialidad de las relaciones fraternas. Es una oportunidad para descubrir y caer en la cuenta de cómo se está viviendo la pertenencia fraterna, el clima afectivo de la comunidad.
Para tomar conciencia de esta situación o de otras similares, es bueno recordarnos el sentido y la misión de la vida fraterna en comunidad. He aquí siete, que es un número de plenitud, rasgos característicos de la vida en comunidad fraterna:
1. Filiales
El ser hijo de un padre y una madre pertenece a la identidad humana. No los hemos elegido; se nos han dado; forman parte del regalo concreto de la vida. Los padres dan la vida y la educan en las experiencias básicas que marcan para todo el recorrido de la existencia. Enseñan a estrenar la vida desde el cuidado y la experiencia de la suya propia. Y, en efecto, la experiencia de la filiación configura a la persona.
La identidad cristiana más profunda de los consagrados consiste en ser hijos de un Dios amor; somos hijos en el Hijo por la energía del Espíritu Santo. El misterio del Dios amor es digno de fe y de confianza. Dios es digno de toda confianza. Es auto-creíble como Padre/madre que crea, justifica y santifica por amor. Cada miembro de la comunidad es incondicionalmente amado por el Padre. Y de ahí nace la comunión de vida con Dios.
2. Fraternos
La segunda dimensión, inseparable de la anterior, es la fraternidad. Es esta una experiencia natural vinculada con nuestro origen; todos somos hijos de unos padres; muchos miembros de las comunidades tienen experiencia de la fraternidad natural y originaria, otros han sido hijos o hijas únicas. Muchas miembros de las comunidades tienen la experiencia de pertenecer a familias extensas; peor hay quienes han nacido y crecido en el tiempo de familia nuclear.
Sobre las pautas de vida familiar arraiga la experiencia de la fraternidad evangélica: las profundiza; las extiende a los hermanos de comunidad, y las alarga hasta la fraternidad universal. La necesidad humana de pertenencia se satisface, en primer término en la familia en que se nace; pero en todas las personas esa necesidad, ese “longing for belonging” es abierto y busca su satisfacción en la comunidad fraterna. Para ello se requiere una construcción progresiva de la intimidad común. Hacen falta vivencias comunes. No basta estar comprometidos en la misma misión, ni vivir bajo el mismo techo; es menester cultivar la comunicación personal, el conocimiento mutuo para ir creando una biografía colectiva.
3. Fieles
La llamada originaria de la vida es, y permanece por siempre, la llamada al amor. Constituye la vocación más honda de todo ser humano; es también necesidad y aspiración más intensa y permanente del corazón humano.
En la fraternidad evangélica, Jesús propone un camino original y vivo para ser fieles y coherentes con esa vocación de amor. Esa es la misión principal que tenemos en la vida: la tarea de aprender a amar, de ser fieles a la pulsión amorosa de la vida. Todo el sentido de la vida consagrada consiste en crear una forma de vida que favorece y estimula la fidelidad a la vocación fundamental de la vida tal como la vive y la propone Cristo en el evangelio.
La fidelidad a la vocación fundamental al amor se convierte en fidelidad al amor de Dios. Todo el que ama conoce a Dios, porque Dios es amor. La fidelidad a sí mismo y fidelidad a Dios no son disyuntivas; se viven en conjunción.
4. Felices
Es una meta; y es un estilo de vida siguiendo las huellas de Jesús. Tiene mucho que ver con la fidelidad. La relación entre fidelidad y felicidad no siempre se da en el corto plazo. Esperamos que se dé en el plazo largo. En la historia lo que se experimenta –qué bien lo sabía Job– es que no van de acuerdo. La fidelidad no trae la felicidad; el justo experimenta que el injusto prospera, que le van bien las cosas, aun cuando no tenga en cuenta la fidelidad. La fidelidad no trae la prosperidad; los justos siguen sufriendo y siguen siendo pobres.
Incluso hay que añadir que, según la Escritura, con frecuencia se oponen la fidelidad y la felicidad en el camino de la historia. La fidelidad lleva consigo el precio de la oposición, la exclusión y hasta de la persecución; es el destino de los profetas. Pero la llamada a la felicidad tiene en cuenta el conjunto de la vida. El Dios de Jesús nos ha creado para la felicidad.
5. Fecundos
Cada historia humana es única e irrepetible; tiene sentido en sí y de por sí; se justifica simplemente por ser una historia humana que transparenta la fecundidad y el amor de Dios. Todas las personas vienen al mundo con una misión; están destinadas a dejar su huella en el mejoramiento de este mundo.
Las formas de la fecundidad personal son irrastreables. No se pueden medir los efectos del testimonio, de la palabra pronunciada. En el caso de la fecundidad física los efectos son visibles: los hijos. En el caso de los consagrados, la fecundidad es más invisible. Abarca la fecundidad espiritual, apostólica, moral, social. Tal vez cuesta más verla, sobre todo, en épocas de disminución. Las comunidades de vida fraterna en los países occidentales viven una fuerte crisis de fecundidad; parece que no son capaces de transmitir el carisma y la misión a las nuevas generaciones. Y eso cuestiona la significación y el sentido de la propia forma de vida en fraternidad apostólica.
6. Festivos
Dios es una fiesta permanente para el creyente. La identidad cristiana brota de la resurrección del Jesús crucificado por obra de Dios. La resurrección de Jesús es la gran revelación de la vida. Al mismo tiempo la resurrección de Jesús constituye la gran protesta de Dios contra la muerte; contra toda forma de muerte del hombre: la soledad, la indiferencia, la apatía, el fatalismo…
La gran alegría del acontecimiento de la resurrección de Jesús se extiende a los otros acontecimientos de la vida del Mesías: Navidad, Pentecostés…Se trata de acontecimientos que hay que celebrar; no basta narrarlos y meditarlos, hay que hacer fiesta; hay que celebrarlos. El ciclo de la Navidad ha sido especialmente inspirador de elementos celebrativos populares: músicas, felicitaciones, regalos, reuniones familiares, cabalgatas… Al mismo tiempo, la forma de celebrar en comunidad es una buena muestra del clima afectivo y comunicativo de la comunidad. Cuanto más enrarecido es el clima fraterno de una comunidad, más se necesita llenar el vacío por medio de mayores regalos y más sofisticada gastronomía.
7. Fervientes
Es una convicción común de la vida consagrada actual que los más jóvenes buscan y esperan encontrar relaciones cálidas en las fraternidades; y, con frecuencia, se ven decepcionados, porque encuentran climas comunitarios fríos. A veces también los seglares, que conocen más las comunidades, constatan la frialdad, el desconocimiento mutuo y el desinterés de unos por otros. Aun valorando muy positivamente el hecho de la convivencia, la colaboración y participación en la misión, hay que reconocer una cierto fracaso en las relaciones de fraternidad. El peso de la inercia y de la fragilidad hace que se pierda la pasión por una fraternidad de talla más humanizadora y evangelizadora.
Ahora bien el Espíritu Santo que habita en cada uno, se simboliza en el fuego. La acción del Espíritu tiene cierta analogía con la acción del fuego: calienta, ilumina, reúne, purifica…El Espíritu crea comunión entre los seres humanos distintos y distantes.
El Espíritu Santo purifica los corazones y crea la comunión. Las vicisitudes humanas son mediación y expresión de ese proceso de purificación y maduración. Las limitaciones humanas sirven al proceso de purificación del amor en el camino del amor posesivo al amor oblativo, del te amo porque te necesito al te necesito porque te amo. Y la dimensión fraterna no termina en sí misma sino que tiene una dimensión de transcendencia. Es en el caminar de la vida en fraternidad apostólica donde se revela y verifica, como en Job, si la relación con Dios es interesada o es gratuita, si servimos a Dios por interés personal o la servimos porque Dios es Dios.
Para el trabajo personal y el diálogo comunitario
¿En cuál de los puntos descritos me veo más reflejado?
¿Con qué puntos estoy de acuerdo y con cuáles estoy en desacuerdo?
¿Cómo me siento en mi comunidad actual?
¿Qué valoro más de nuestras relaciones fraternas?
¿Qué echo de menos en nuestras celebraciones fraternas?

Pequeñas maneras de amar
José Luis Martín Descalzo ofrece una lista de 23 maneras de ejercitar el amor en la vida cotidiana. Escritas para todos, son especialmente aplicables en la vida de la comunidad fraterna:

Aprenderse los nombres de las personas que trabajan con nosotros o de las que nos cruzamos en el ascensor y tratarles luego por su nombre
Estudiar los gustos ajenos y tratar de complacerlos.
Pensar, por principio, bien de todo el mundo.
Tener la manía de hacer el bien, sobre todo a los que no se lo merecía teóricamente.
Sonreír. Sonreír a todas horas. Con ganas y sin ellas.
Multiplicar el saludo, incluso a los semidesconocidos.
Visitar a los enfermos, sobre todo si son crónicos.
Prestar libros aunque te pierdan alguno. Devolverlos tú.
Olvidar las ofensas. Y sonreír especialmente a quienes nos ofenden.
Aguantar a los pesados. No poner cara de vinagre escuchándolos.
Tratar con antipáticos. Conversar con los sordos sin ponerte nervioso.
Contestar, si te es posible a todas las cartas.
Entretener a los viejos. No engañarles como chiquillos pero subrayar todo lo positivo que encuentres en ellos.
Recordar las fechas de los santos y cumpleaños de los conocidos y amigos.
Hacer regalos muy pequeños, que demuestren el cariño pero no crean
obligación de ser compensados con otro regalo.
Acudir puntualmente a las citas, aunque tengas que esperar tú.
Contarle a la gente las cosas buenas que alguien ha dicho de ellos.
Dar buenas noticias.
No contradecir por sistema a todos los que hablan con nosotros.
Exponer nuestras razones en las discusiones, pero sin tratar de aplastar.
Mandar con tono suave. No gritar nunca.
Corregir de modo que se note que te duele hacerlo.