Enfoques en el año de la vida consagrada
¿…qué es desaprender?
Un gran desafío que, también la vida consagrada, está urgida a afrontar. Es un buen ejercicio de liberación interior y de ofrecimiento para crecer personal y comunitariamente. “Decrecer para crecer”, fue el lema que, hace ya unos cuantos años, se propuso una comunidad cristiana de base en Italia. Lo relacioné con el “aprender a ser”.
La crisis económica, que todo el mundo dice que es crisis de valores, nos está pidiendo una profunda revisión de planteamientos y de estilos de vida. Hemos de desaprender la cultura de la competitividad, de la exclusión, del prestigio, del hedonismo, para aprender el amor al prójimo, la misericordia y la compasión; la sencillez y la solidaridad. Hemos “engordado” en “cenas” no evangélicas y tenemos que adelgazar para poder pasar por la puerta del Reino.
Se desaprende aligerando la carga que nos pesa y nos hace inviable la inventiva, la creatividad y la acogida de cuanto nuevo nos llega. Solo quienes experimentan la precariedad, son creativos. Se desaprende cuando somos capaces de replantearnos la vida espiritual, la formación, el gobierno, las posiciones apostólicas. La Palabra de Dios nos sigue iluminando. Es nuestra regla de vida. Pero tenemos que dar credibilidad a nuestro enriquecido vocabulario para que las muchas palabras no aneguen lo nuclear: el seguimiento de Jesús, la docilidad al Espíritu y la vivencia en comunidad fraterna del carisma fundacional. Sabemos programar mucho mejor que antes y tenemos unas administraciones más técnicas. Sin duda, hemos ganado en transparencia, pero la asignatura pendiente es vivir “sine propio”, la verdadera pobreza, que comporta solidaridad. ¿Cuánto de superfluo almacenamos? También se nos ha metido muy dentro el consumismo. Desaprender es terapia para la gula espiritual y cultural. La misión nos urge a reducir tiempos y medios innecesarios que nos distraen y nos conducen a la comodidad. Solo pueden despertar al mundo quienes están vigilantes y anuncian los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. Ap 21, 1).
Hemos tratado de cumplir el mandato de ir a todos los pueblos a anunciar el Evangelio del Reino. Ha sido admirable la expansión de los Institutos, haciéndose presentes en territorios carentes de medios para sobrevivir. Pero, en esa expansión ¿hemos atravesado las fronteras de las culturas y estamos recorriendo la vía de la interculturalidad?
Me eduqué en seminarios grandes y con muchos compañeros. Ahora, seminarios así, solo los encuentro en Asia y África. Voy entendiendo el valor del empequeñecimiento y apoyo el esfuerzo que están haciendo los Institutos en su reorganización. Para abrazar con esperanza el futuro tenemos que olvidarnos de muchas formas de ver, pensar y actuar que ya no tienen sentido. Vaciarse para llenarse; para revivir la alegría de la libertad de los hijos de Dios. Jesús sigue diciendo: “Vino nuevo en odres nuevos” (cf. Mc 2, 22).