CINCO AUGURIOS PARA LA VIDA CONSAGRADA EN SU AÑO 2015
Al comenzar este año 2015 hay una cuestión insoslayable: ¿cuáles pueden, deben ser nuestros deseos y augurios de feliz Año para la vida consagrada -¡en su año!? Estos augurios los ha expresado muy bien el Papa Francisco en su Carta Apostólica -dirigida a todas las personas consagradas- con motivo del comienzo del Año de la Vida Consagrada y que se titula “Testigos de la Alegría”. Quisiera hacer un libre comentario a sus cinco deseos, expresados en la segunda parte de la carta y que él denomina “Expectativas”. Estos deseos se condensan en cinco palabras: alegría, despertar, comunión, mundo-periferia, creatividad-innovación.
Como trasfondo, preguntémonos:
¿preferimos una vida consagrada desconectada de este mundo, o, más bien, enviada a este mundo y deseosa de encarnarse en él, como Jesús?
En la transmisión de nuestra fe y en el testimonio ¿queremos utilizar el lenguaje del mundo cultural e intelectual de la gente de hoy o pretendemos que los demás se adecuen a nuestro lenguaje, aprendan sus claves, entren en nuestro mundo conceptual?
¿Optamos por ir contracorriente, por la denuncia y no dejar pasar una –temerosos ante cualquier invención o innovación- o nos sentimos llamados a ser comprensivos, a potenciar los impulsos renovadores de la sociedad y ofrecerles ese sentido que el Espíritu nos sigue revelando?
Cuando nos aferramos demasiado a la tradición nos volvemos irrelevantes, incapaces de transformar la cultura; creamos separaciones, nos volvemos incapaces de discernir dónde actúa el Espíritu de Dios; mostramos a un Dios-Iglesia y no a un Dios de la Vida, incluida la Iglesia[1]. Ese modelo de Iglesia –y de vida consagrada dentro de ella- no atrae a las nuevas generaciones, que quieren igualdad, compasión, autenticidad, que desean ver alternativas a las políticas vigentes hasta hoy, que se sienten apasionados por las innovaciones tecnológicas, por los descubrimientos de las ciencias, por las aventuras de la libertad.
El Papa Francisco se pregunta: ¿qué espero en particular de este año de gracia de la vida consagrada? Y responde con cinco propuestas, que yo reduciría a cuatro:
Que se haga realidad el dicho: “Allí donde están los religiosos, allí hay alegría”
Que “despertéis al mundo”
Que os mostréis como “expertos en comunión”
Que vayáis a todo el mundo, en especial a las periferias existenciales y os preguntéis qué es lo que Dios y la humanidad os piden hoy.
.
1. “Donde están los religiosos allí hay alegría” (n.1)
Hace unos meses acompañé a un instituto religioso durante la etapa del discernimiento para elegir el Gobierno General. Se trata de un momento muy delicado. Una persona –muy considerada en ese instituto en el ámbito de la espiritualidad y la formación- me dijo: “hay en nuestro instituto… mucha gente triste”. Más que impresionarme por el hecho, me pregunté: ¿sólo ocurre en este Instituto o es un fenómeno generalizado en la vida consagrada?
En Harvard, el curso con más popularidad y éxito, más que los de economía –impartidos por los grandes especialistas- es el curso sobre la felicidad; se titula “Mayor felicidad” y es impartido por Tal Ben Shahar. Este curso atrae a 1400 alumnos por semestre y el 20% de los graduados de Harvard toman este curso electivo. El profesor compara la vida con una empresa que tiene ganancias y costos. La empresa va bien si hay más ganancias que costos. Nuestras ganancias son nuestras emociones y pensamientos positivos; nuestras costos son nuestras emociones y pensamientos negativos. Cuando éstos prevalecen en el balance final, vamos entrando en bancarrota, en números rojos. “Sólo sonreir, cambia el estado de ánimo”. “Ser feliz, es al final, la construcción de un gran fondo de ahorro de experiencias significativas. ¡Pobre de aquel que guarda lo que posee en donde se corre el riesgo de perderlo todo”[2].
La verdad es que los niveles de satisfacción en la vida consagrada no son muy altos. Se ven entre nosotros “rostros tristes, personas descontentas, insatisfechas”… Se pueden aducir muchas razones: dificultades, noches del espíritu, desencantos, enfermedades, pérdida de energía; o el exceso o el defecto en el modo de gobierno, en la vida comunitaria, en la propia vida personal afectiva y espiritual…
El Papa Francisco nos indica que:
Somos llamados a experimentar y mostrar que la fuente de nuestra alegría, es Dios -capaz de colmar nuestro corazón-; no necesitamos buscarla en otra parte.
La fraternidad auténtica, vivida en nuestras comunidades alimenta nuestra alegría y nos realiza como persona; también nuestra entrega total al servicio de la Iglesia (familias, jóvenes, ancianos, pobres) da sentido y plenitud a nuestra vida
No destruye nuestra alegría interior el padecer, el sufrimiento: con ello nos es dado participar en los padecimientos de Jesús, que por amor a nosotros, no rehusó la cruz.
Nuestra alegría hace atractiva a las nuevas generaciones la vida consagrada: no bastan las bellas campañas vocacionales, ni la eficiencia y potencia de nuestros medios de evangelización. Les habla una vida “que transparenta la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y de seguir a Cristo”.
2. “Despertad el mundo” (n. 2)
La pérdida de fuerza profética se detecta la desconexión con Dios y con los seres humanos. Es la tentación de la huida: como Elías, como Jonás. Y, así, desconectados, caemos en un profundo sopor. Ese sopor tiene mucho que ver con ese pecado capital que habíamos olvidado en la Iglesia de Occidente, la acedia. Para los Padres del Desierto era el peor de los pecados capitales: también lo llamaban el demonio meridiano. Es el demonio de la desesperanza, no solo en las instituciones, no solo en la comunidad, no solo en el propio ministerio, sino –en última y primera instancia- en Dios. Es “desconfiar de Dios, de su Providencia”.
El profeta es, sin embargo, aquella persona que está despierta y que trata de hacer salir de su sopor a quienes duermen. «El testimonio profético […] se manifiesta en la denuncia de todo aquello que contradice la voluntad de Dios y en el escudriñar nuevos caminos de actuación del Evangelio para la construcción del Reino de Dios» (VC, 84). Esa fue la misión del profeta Elías con relación a su pueblo: pasión por la fidelidad a la Alianza, audaz defensa de los derechos de los pobres, transmisión de su espíritu profético a las nuevas generaciones. Aunque estuvo tentado, Elías nunca se dejó llevar por la desesperación: después de un largo tiempo de sequía, se le concedió ver –mientras oraba encorvado con el rostro en las rodillas- una “nubecilla, como una palma de la mano” que subía desde el mar (1 Re 18,42.44).
Nosotros luchamos contra los ojos cargados de sueño (Lc 9,32) para discernir los movimientos de la nube y reconocer los signos de la Presencia. «Guiados por el Espíritu, nunca rígidos, nunca cerrados, siempre abiertos a la voz de Dios que habla, que abre, que conduce, que nos invita a ir hacia el horizonte»[3]. El Papa Francisco nos pide que seamos como “centinelas que vigilan en la noche y saben cuando llega la aurora (Is 21,11-12) y que estemos, sobre todo, “de parte de los pobres e indefensos, porque Dios está de su parte”.
Decía Ernst Bloch que hay dos tipos de sueños: los sueños nocturnos –que remiten al pasado- y los sueños diurnos –que remiten al futuro-. Esos sueños no deben sólo ser nuestra utopías, sino los motores que nos lleven a crear “otros lugares”, en los que se viva “la lógica evangélica del don, de la fraternidad, de la acogida de la diversidad, del amor recíproco”. Nuestros lugares, espacios, instituciones deben convertirse en levadura de una sociedad inspirada en el evangelio, ciudades sobre el monte que proclaman la verdad y el poder de las palabras de Jesús.
Si recuperamos nuestra dimensión profética sabemos que “no hemos de tener miedo”: “Estoy contigo para protegerte”, dijo Dios a Jeremías (Jer 1,8). La profecía nos vuelve innovadores[4]. “La innovación es un proceso a través del cual un sueño se convierte en realidad” (Ebraim Hemmatuia). El miedo hace fracasar la innovación, la profecía innovadora. No somos –ni en la Iglesia, ni en la vida consagrada- muy propensos a hablar de “innovación” o “invención”. Nos sentimos, más bien, depositarios de una gran y rica tradición que celebramos con asiduidad y diligencia. A veces se escucha decir: “¡dejémonos de innovaciones!”, “siempre se ha hecho así”. Nos hemos de preguntar si no es el miedo el que entre nosotros impiden la innovación: cuando prolifera el miedo nuestras sociedades buscan zonas de seguridad a costa de una super-vigilancia exagerada. La Iglesia del miedo –la vida consagrada del miedo-, no quiere correr riesgos y, en el fondo, piensa más en salvarse ella misma, que en salvar a los demás. No le interesa la innovación, sino sólo la tradición. Pero “el miedo es mal consejero”. Y tiene razón la sabiduría popular, porque el miedo nos des-vitaliza, nos impide ser personas capaces de afrontar las tinieblas, de vencer nuestro temor a la oscuridad, a afrontar riesgos, a cambiar. Son muchos quienes siguen al pie de la letra los consejos del miedo. Lo cual lleva a una paralización de la actividad creadora, a un agarrarse a maromas de seguridad y a tratar de salvarse de un mundo que por todas partes trae amenazas y peligros. Escribe Luc Ferry que “como continuemos escuchando a quienes nos infunden miedo en el cuerpo acabaremos enfermos, metidos en un cajón de algodón, envueltos en un gigantesco preservativo”[5].
3. “Expertos en comunión” (n. 3)
Las experiencias que vamos acumulando en nuestras comunidades, en nuestras relaciones mutuas, en nuestra forma de abordar los conflictos, nos indica que no es fácil “ser experto en comunión”. No tenemos demasiado aguante en el conflicto, en el diálogo con quien discrepa. La ira se apodera fácilmente de nosotros y nos impide continuar pacientemente. Dentro de la misma Iglesia vemos que nunca como ahora se ha hablado de la “eclesiología de la comunión” y sin embargo, constatamos el déficit de diálogo que ha existido entre nosotros. Como en la sociedad, también nosotros llegamos fácilmente a los divorcios y a los abortos de proyectos que no encuentran un primer apoyo. Sin embargo, ahí está el sueño de la “Novo Millenio Ineunte” de san Juan Pablo II “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión”.
El Papa Francisco quiere que ese sueño se haga realidad –a lo largo de este año- en nuestras Órdenes o Congregaciones, en nuestras Provincias, en nuestras comunidades: “que el ideal de la fraternidad perseguido por nuestros Fundadores crezca en todos los niveles, como en círculos concéntricos”. Y también entre los institutos, en relación a las Iglesias particulares y a la iglesia mundial.
El camino de la caridad: “no me canso de repetir que la crítica, el chisme, la envidia, los celos, los antagonismos, son actitudes que no tienen derecho a vivir en nuestras casas. El camino de la caridad que se abre ante nosotros es casi infinito: acogida y la atención recíproca, comunión de bienes materiales y espirituales, corrección fraterna, el respeto hacia los más débiles, relaciones interculturales y acogida mutua… «La mística de vivir juntos» hace de nuestra vida «una santa peregrinación».
Comunión entre los miembros de los distintos Institutos:, camino de esperanza: “Salir con más valor de los confines del propio Instituto para desarrollar juntos, en el ámbito local y global, proyectos comunes de formación, evangelización, intervenciones sociales. Nadie construye el futuro aislándose, ni sólo con sus propias fuerzas, sino reconociéndose en la verdad de una comunión que siempre se abre al encuentro, al diálogo, a la escucha, a la ayuda mutua, y nos preserva de la enfermedad de la autoreferencialidad.”
La sincera sinergia entre todas las vocaciones: “comenzando por los presbíteros y los laicos, así como a «fomentar la espiritualidad de la comunión, ante todo en su interior y, además, en la comunidad eclesial misma y más allá aún de sus confines».
4. Hacia todo el mundo y sus periferias (n. 4)
La vida consagrada se está planteando –ahora muy seriamente- la misión. Nuestra Congregación se lo planteó en el anterior Capítulo General cuando se propuso “plantearnos la misión desde la clave del amor como “misio Dei”, “misio inter gentes” y “misión compartida”[6]. Han tenido lugar después diversos encuentros que han profundizado en el tema de la misión. El próximo capítulo general lo abordará de una manera específica. La “Evangelii Gaudium” nos ha exhortado a emprender una seria “conversión pastoral y misionera”. Por eso, ¡estamos en esa línea!
El Papa Francisco nos ha llamado en la exhortación “Evangelii Gaudium” a ser una Iglesia en salida y nos ha marcado un lugar preferencial: ¡las periferias geográficas y culturales! Nos pide, además, que nos dejemos convertir por el Espíritu Santo para ser más pastorales y misioneros en esta época, que nos integremos dentro de un gran movimiento misionero, y que esta conversión innove nuestras estructuras, instituciones y personas. y que tenga efectos visibles en nuestra economía, en la gestión de nuestros bienes, en la venta y dedicación de los inmuebles que nos vemos obligados a abandonar. Nos ha pedido que salgamos de nuestras zonas de seguridad y confort para anunciar el Evangelio a los pobres, a los que no son de nuestra confesión cristiana, o de nuestra religión, pero son hijos e hijas de Dios y para sembrar en las culturas la luz y la sal del Evangelio.
Si queremos ser una Iglesia más encarnada y mesiánica, más hospitalaria y acogedora, más abierta y dialogante, ¿cómo rechazar las invenciones que sean necesarias y la innovación que éstas producirán? ¿Nos hemos preguntado si en nuestra Provincia, en nuestra comunidad funciona la misión, es decir, si somos válidos “cómplices de la misión del Espíritu Santo”[7]?
El Papa Francisco nos recuerda –en su carta- que la última palabra de Jesús fue: “Id a todo el mundo” (II,4) y también que hemos de ser dóciles a los impulsos del Espíritu Santo para atender a las necesidades del mundo” (II,5). La humanidad entera no espera. En esta humanidad hay:
gente sin esperanza,
familias en dificultad,
niños abandonados,
jóvenes sin futuro,
enfermos y ancianos abandonados,
ricos con el corazón vacío, hombres y mujeres en búsqueda de sentido,
gente con sed de lo divino (II,4).
Todos ellos nos esperan: para ellos podemos ser “Mebasser”, es decir, profetas de la alegría, Evangelizadores. Para ello se nos piden gestos concretos de:
acogida a los refugiados,
sostener a los cristianos perseguidos,
cercanía a los pobres,
creatividad en la catequesis y en el anuncio del Evangelio, en la iniciación a la vida de oración,
acompañar a quienes buscan una vida espiritual más intensa o tienen necesidad de un apoyo moral o material.
Y se espera que:
se aligeren las estructuras,
se reutilicen las grandes casas en favor de obras más acordes a las necesidades actuales de evangelización y de caridad,
se adapten las obras a las nuevas necesidades.
Con respuestas creativas e innovadoras (n.5)
Se nos está invitando no solo a una re-novación, sino a una auténtica in-novación: ésta rompe moldes, allana los caminos, ofrece nuevas posibilidades. Hay innovadores en el campo de la medicina, la educación, la política y la sociedad, en la ingeniería, en los medios de comunicación… También en el ámbito religioso, especialmente allí donde se permite experimentar, abrir nuevos caminos, buscar nuevos horizontes. Los innovadores corren, mientras la mayoría se contenta con sólo pasear. Los innovadores nos introducen en el ámbito de lo desconocido; por eso, sus innovaciones han cambiado nuestra forma de ver, de sentir, de vivir. Pensemos únicamente en Johannes Guttenberg:, el fundador de la imprenta. Su innovación trajo libros a las masas, hizo posible la reforma en el ámbito de la religión, de la política y de la sociedad.[8]
De la capacidad de innovación –nosotros creemos que en colaboración con el Espíritu creador y lleno de fantasía- depende nuestro futuro y el de las próximas generaciones. Nos encontramos en la “sociedad de la innovación”. Estamos en una sociedad en la cual “si no innovas, te mueres”[9].
Innovar no consiste en hacer crecer lo que ya existe y en repetirlo hasta la saciedad. No se innova por el mero hecho de producir más y favorecer un mayor consumo. Innovación es la invención de lo nuevo. Hoy, una nueva idea, un nuevo servicio, un nuevo producto, pueden generar una cascada impresionante de cambios colaterales, que movilizan a la sociedad como un tsunami. Clayton Christensen (1997) le puso un nombre a este fenómeno: “disruptive innovation” (“innovación rupturista”)[10]. Luc Ferry lo denomina “innovación destructiva” (“innovation destructice”)[11]. ¿Y porqué rupturista o destructiva? Porque hay ideas y productos que introducen tal novedad, que vuelven obsoletas e inútiles las ideas y productos anteriores. Lo que innova, produce como efecto colateral la destrucción progresiva de aquello a lo que sobrepasan. La innovación deja fuera de juego a quienes la rechazan.
La innovación afecta no solo al sector tecnológico, también al sector ético y religioso. Se han abierto nuevos debates públicos en los cuales hemos de intervenir como evangelizadores. Vemos cómo el sistema de valores tradicional se ha ido desmoronando. Han ido desapareciendo progresivamente todos los fundamentos de la cultura “clásica”:
Se han cuestionado la figuración en pintura, la tonalidad en música, las reglas tradicionales en la novela, el teatro, la danza y el cine.
Con el descubrimiento del ADN el cambio en la genética ha sido espectacular.
La sociedad ha redescubierto el valor de la sexualidad desde baremos distintos a los tradicionales: por una parte, “tolerancia cero” ante la pederastia, el abuso sexual, la violencia doméstica, la trata de personas… y por otra, una mayor liberalidad en el ejercicio libre de la sexualidad.
Los partidos políticos sienten la necesidad de re-fundarse para ganar adeptos y votantes y conseguir más presencia social. Para ello se recurre a mil estratagemas. Y las más eficaces –al parecer- son aquellas que mejor conectan con las “pasiones de la gente”: la indignación, la ira, la envidia, el sexo. Para ello no hay escrúpulo en sacar a publicidad las miserias de los otros. El escándalo vende. La indignación moviliza. La envidia crea enemistades. El sexo encandila. Las instituciones sobre las que se basaba la sociedad hasta este momento comienzan a cambiar[12].
No hay innovación sin invención. Se pierde el tiempo añorando la innovación si no se aportan datos concretos de invención.
La innovación no es algo que hacemos, sino algo que ya hemos estado haciendo.
La innovación no surge de repente: es una meta, a la que se llega a través de invenciones. Las invenciones son los componentes de la innovación. La historia de la humanidad nos sorprende constantemente con la aparición de innovadores, inventores. Gracias a ellos cómo hemos ido avanzando. La resignación, la pereza, la falta de creatividad, la costumbre, nos llevarían a vivir miserablemente en un mundo lleno de recursos y posibilidades.
Esta es nuestra hora, nuestro momento. Debemos salir a la cancha y jugar este partido. El Espíritu nos ha puesto en la lista de los convocados y él nos pide dejar el banquillo y disfrutar de este admirable juego para ganarlo. Pero se espera de nosotros que seamos “creativos”, y no “fotocopiadoras del pasado”.
El Papa nos dice: “La fantasía del Espíritu ha creado formas de vida y obras tan diferentes, que no podemos fácilmente catalogarlas o encajarlas en esquemas prefabricados. No me es posible, pues, referirme a cada una de las formas carismáticas en particular”.
Tal vez no todos tengamos la capacidad de innovación, pero sí que podemos ser como Juan el Bautista: personas que hagan fácil el camino, o lo preparen para la llegada del “novum”.
El tema de la Plenaria de la CIVCSVA -que tuvo lugar desde el 25 al 29 de noviembre de 2014- fue “Vino nuevo en odres nuevos”. Allí se constató que el “vino nuevo” nos está siendo dado; pero que tenemos el peligro o la tentación de escanciarlo en “odres viejos” y, por lo tanto, de estropearlo. En un contexto parecido dijo con motivo de la nueva evangelización el Cardenal Kasper: “nos piden pan y nosotros les damos piedras”.
El Papa Francisco nos anima a salir a esos nuevos escenarios de misión, incluso como terapia para nosotros mismos:
“No os repleguéis en vosotros mismos, no dejéis que las pequeñas peleas de casa os asfixien, no quedéis prisioneros de vuestros problemas. Estos se resolverán si vais fuera a ayudar a otros a resolver sus problemas y anunciar la Buena Nueva. Encontraréis la vida dando la vida, la esperanza dando esperanza, el amor amando”.
El Magisterio actual de la Iglesia (en especial de Benedicto XVI y Francisco) nos invita a “renovar nuestra comprensión y vivencia de la caridad, tan central en la definición del misionero: “Es un hombre que arde en caridad” (Deus Caritas est -2005-, Sacramentum Caritatis -2007-, Caritas in Veritate -2009; Evangelii Gaudium –capítulo IV: Dimensión social de la Evangelización).
La caridad misionera nos lleva a la innovación a través de las nuevas tecnologías, tierras inexploradas para narrar el Evangelio, a plantar tiendas ligeras en las encrucijadas de senderos inexplorados. La vida consagrada ¿será capaz de ser interlocutora de la búsqueda de Dios que aletea en el corazón humano?
* * *
Estos son los augurios para el Año de la Vida Consagrada no son utópicos. Son -¡eso sí!- una llamada a la conciencia de todos y cada uno de los que pertenecemos a esta forma de vida para que se haga realidad en nosotros el “año nuevo – vida nueva”. Hay que recobrar el ánimo, la ilusión. Hemos de decirnos muchas veces: ¡PODEMOS! Pero con la mágica convicción de que “todo lo PODEMOS en Aquel que es nuestra fuerza (Jesús) (Filp. 4,13) y en el Espíritu que diseña nuestro futuro.
[1] Cf. Michael Frost – Alan Hirsh, The shaping of things to come: Innovation and Mission for the 21th Century Church, Hendrickson Publications, Peabody, 2003, p. 158.
[2] “La psicología positiva es una rama de la psicología que busca comprender, a través de la investigación científica, los procesos que subyacen a las cualidades y emociones positivas del ser humano. El objeto de este interés es aportar nuevos conocimientos acerca de la psique humana no sólo para ayudar a resolver los problemas de salud mental que adolecen los individuos, sino también para alcanzar mejor calidad de vida y bienestar, todo ello sin apartarse nunca de la más rigurosa metodología científica propia de toda ciencia de la salud.
[3] CIVCSVA, Escrutad, Parte II: La profecía de la vigilancia.
[4] Quizá deberíamos pasar de palabras tan utilizadas últimamente, palabras con re- (re-novación, re-fundación, re-estructuración, re-organización, re-animación, re-forma, re-visión, re-vitalización), a las palabras con in- (in-novación, in-spiración, in-tuición, in-teligencia, in-terioridad, in-clusión…). Éstas nos hablan de un presente marcado por el futuro, y no tanto por el pasado de oro.
[5] Luc Ferry, L’innovation destructrice, editions Plon, Paris 2014, pp. 12-13
[6] HAC, n. 58.
[7] Cf. José Cristo Rey García Paredes, Cómplices del Espíritu. El nuevo paradigma de la Misión, Publicaciones Claretianas, Madrid 2014.
[8] Kim Chandler McDonald, Innovation. How innovators think
[9] Cf. Walter Isaacson, The innovators, Simon & Schuster, London 2014.
[10] Cf. Clayton Christensen, The innovator’s dilema, Harvard Bussines School, Boston, 1997.
[11] Cf. Luc Ferry, L’innovation destructrice, Editions Plon, Paris, 2014.
[12] Cf. M. R. Miller, The Millenium Matrix: reclaiming the past, reframing the future of the Church, Jossey-Bass, San Francisco, 2004, pp. 15-16