INTRODUCCIÓN
Toda persona lleva en sí el misterio y ese misterio es mayor que ella misma. En el origen de la palabra misterio está la palabra mística, pasión por la vida en su sentido más pleno. Y, a su vez, en el origen de ese misterio está un ser al que nos atrevemos a llamar Dios-con-nosotros porque así es como lo hemos experimentado en la historia. Es un Dios que se revela a través de muchos rostros y que nosotros expresamos mediante imágenes.
Preguntarse por las imágenes de Dios no es exactamente lo mismo que atreverse a imaginar a Dios. Pero en su etimología está la misma raíz imaginar (=imagen). Y la fuerza de la forma verbal “imaginar” es in-mensamente mayor y más creativa que la forma sustantiva “imagen”, que suena mucho más estática y acabada. De hecho “imaginar” es una de las condiciones indispensables, muchas ve-ces olvidada en el mundo moderno, para captar el lenguaje del “misterio” y entrar en una espiritualidad dinámica a la búsqueda de Dios. En la Biblia encontramos las huellas de una incansable búsqueda de Dios, que se expresa a través de imágenes como viento, fuego, padre, madre, pastor, rey, etc. También encontramos la prohibición de hacer imágenes físicas de Dios. De hecho, sólo el ser humano, hombre y mujer, ha sido creado a “imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,26-27). Por tanto, las imágenes de Dios han de ser constantemente deconstruidas y reconstruidas. Porque no son imágenes estáticas como los ídolos hechos por la mano, los pensamientos o los deseos humanos (cf. Sal 115).
En la experiencia bíblica Dios se presenta como un ser vivo y verdadero (1Te 1 ,9), un Dios del camino, que acompaña a su pueblo, como nos relata el libro del Éxodo. Entra de un modo sorprendente en la vida del pueblo, como entró en la vida y en la historia de Elías, a través de una brisa suave (1Re 19, 9-18). A partir de esa experiencia de Dios, como la de Moisés en la zarza ardiente (Ex 3) renace la esperanza y la fuerza para la misión. El culmen de la revelación de Dios es el Hijo encarnado en la realidad humana. Él es la imagen, el primogénito de toda criatura. A partir de ahí podemos decir que la “pasión por Dios es también pasión por la humanidad”.
Iniciaremos esta breve reflexión situando la pregunta por los rasgos del rostro de Dios y la incansable, apasionada, búsqueda de Dios en relación estrecha con la visión del mundo y de la persona humana, apoyándonos en algunos autores y autoras que han reflexionado y escrito sobre el tema. Concluiremos apuntando a algunas imágenes bíblicas y especialmente a la búsqueda incansable y apasionada de María Magdalena.
Esperamos colaborar así a una relectura del itinerario espiritual de nuestra vida consagrada religiosa, en la búsqueda incansable del Dios que nos llama, atrae, seduce y conquista porque es un Dios apasionado por nosotros. Así, al afirmar que la pasión por Dios es el alma de la vida religiosa consagrada, recordamos, ante todo, que nuestro Dios es un Dios apasionado por la vida y no un Dios frío e indiferente con sus criaturas.
¿UN ROSTRO PARA DIOS?
La pregunta por los múltiples rostros de Dios es, ante todo, una pregunta por la experiencia de Dios. Nos lleva también a la pregunta por las imágenes de Dios. Esta cuestión es por una parte sencilla pero por otra es extremadamente compleja. Sencilla porque la encontramos por todas partes cuando la contemplamos en su ex-presión en las manifestaciones y rituales religiosos como, por ejemplo, la música y las canciones populares. Pero al mismo tiempo es muy compleja porque la pregunta por el rostro
o las imágenes de Dios está presente en todas las dimensiones de la persona humana, desde la existencial y personal hasta la religiosa y social. Suscita, por ejemplo, cuestiones histórico-culturales, de género y étnicas; el agotamiento de un humanismo antropocéntrico y muchos otros desafíos. Pannenberg en 1964, en plena época conciliar, introdujo su conferencia titulada Una pregunta sobre Dios con la siguiente afirmación:
“Aquel que hoy en día se propone hablar de Dios ya no puede contar con el presupuesto de una comprensión inmediata de lo que es. No a menos que se refiera al Dios vivo de la Biblia, como realidad que determina todo, como el creador del mundo. El discurso sobre el Dios vivo, creador del mundo, está amenazado de convertirse hoy, incluso en boca del cristiano, en un vocabulario vacío”1.
Otros autores más modernos, como por ejemplo Andrés Torres Queiruga, hacen una afirmación semejante e incluso más contundente. En una conferencia publicada posterior-mente en un folleto con el título Un Dios para hoy2, Queiruga llamaba la atención sobre la necesidad de renovar la pregunta por Dios en cada época histórica porque hay una interconexión entre la forma de entender a Dios y la de entender el mundo: “Dime cómo es tu Dios y te diré cómo es tu visión del mundo; dime cómo es tu visión del mundo y te diré cómo es tu Dios”3.
Sin embargo, esa pregunta es ya en sí misma un dilema. Nuestra visión actual de Dios está marcada desde su raíz por las experiencias y conceptos de un mundo que ha dejado de ser el nuestro. En otras palabras: ¿cómo y por qué hablar de Dios a un mundo que ya no siente su necesidad? De hecho, la búsqueda de Dios no es tanto un asunto científico sino una cuestión del corazón. Como decía Agustín: “Nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Dios”, que es lo mismo que experimenta el salmista (Sal 131/130).
BÚSQUEDA INQUIETA Y APASIONADA DE DIOS
En el itinerario espiritual que seguimos, encontramos a personas como Dorothee Sölle que en 1992 publicó una de sus preciosas perlas literarias titulada Debe haber algo más. Reflexiones sobre Dios. Sus consideraciones sobre la búsqueda de Dios parten de la experiencia cotidiana en el contacto con personas que viven en un mundo totalmente secularizado, como un taxista. Después de intentar de muchas maneras el diálogo, Dorothee deja el taxi y se pregunta a sí misma: “¿Por qué no conseguí compartir mi fe con esa persona? ¿Será que es imposible hablar de Dios en el mundo de hoy? ¿Será que no hay un lenguaje a la vez comprensible y capaz de comunicar sobre el miste-rio más íntimo de la realidad humana?”4. Para Dorothee, Dios es el misterio más íntimo de la realidad. Aludiendo al maestro Eckhart, dice: “Si Dios es realmente Dios, entonces es lo más digno de ser comunicado”
La autora llama la atención sobre una tensión básica, entre dos polos, que recorre hasta hoy la tradición cristiana y que se refiere a la capacidad humana de imaginar y a la propia fuerza de la imagen: la tensión entre la veneración de las imágenes y su prohibición.
En la vida ordinaria encuentra personas cuyas imágenes de Dios oscilan entre dos extremos: el Dios todopoderoso y el Dios frágil e impotente. Y la pregunta que ella se hace en ese momento es: ¿De qué Dios estamos hablando realmente? Basando sus reflexiones sobre Dios en el lenguaje de las mujeres, de los que sufren la injusticia y de los excluidos, concluye que “solamente podemos hablar de Dios si hablamos con Dios”.
Pero incluso así la pregunta sigue ahí: ¿De qué Dios estamos hablando realmente? Dorothee continúa haciéndose preguntas: “¿Necesitamos decir que Dios es todopoderoso y que nosotros somos impotentes? […] ¿Será que sólo tiene sentido hablar de Dios cuando se le atribuye algún poder?”. Como dice una canción latino-americana: “Un día la tierra pertenecerá a todas las personas y las personas serán libres, como Tú, Dios, lo quisiste desde el principio”.
Dorothee Sölle comenta:
“Esta canción habla de Dios y sobre Dios. Nos libera del ídolo destino, cuyo poder hace que todo suceda como estaba previsto. Nos alía con un Dios que no es el todopoderoso vencedor sino que está al lado de los pobres y abandonados. Un Dios que todavía está oculto en el mundo y que quiere hacerse visible”5.
La autora nos recuerda todavía la necesidad que tenemos hoy de entender el poder de Dios en relación directa con su amor. De hecho, el poder de Dios es su capacidad de amar o su in-capacidad para no-amar. El amor concreto de Dios se expresa en su capacidad para compartir el poder, en la gratuidad. Nuestro mundo es demasiado frío para vivir en él sin el manto del amor de Dios. La gracia nos da calor y al mismo tiempo nos capacita para participar en la confección de un manto para la humanidad hecho de amor de Dios. Dios está apasionado por nosotros y nuestra búsqueda de Dios debe ser inquieta y apasionada.
¿QUÉ ROSTRO TIENE EL DIOS EN EL QUE CREO Y CON EL QUE ME COMUNICO Y RELACIONO?
Una reflexión muy importante en esta búsqueda de pistas que nos permitan entender los rasgos del rostro humano y apasionado de Dios en toda su complejidad y sencillez es la de Juan Arias. Una de sus obras más leídas es Un Dios para el 2000: contra el miedo y a favor de la felicidad. El prólogo, escrito por Leonardo Boff, se titula: “El Dios de la intimidad del universo y del ser humano.”
Se abre así ante nosotros un nuevo horizonte, que no está sólo condicionado por las circunstancias históricas ni por las influencias locales o existenciales. Está también condicionado por el panorama de la cultura mundial. Más allá de la vuelta de la dimensión mística o religiosa en sus más diversas manifestaciones, asistimos a la emergencia de una nueva civilización de carácter planetario, cósmico, que implica una nueva experiencia de Dios6.
A semejanza de Dorothee Sölle, también Juan Arias comienza su reflexión a partir de un hecho cotidiano. Sucedió en un viaje en tren, volviendo de Asís. Había publicado un libro titulado El Dios en quien no creo. Y el “no” estaba destacado en letras rojas. Algunas señoras miraban con curiosidad y recelo un ejemplar que había quedado olvidado en uno de los asientos del tren. Una de las señoras se atrevió a preguntar: “Dígame, por favor, ¿es un libro a favor o en contra?” Eso sucedía justamente en 1968, en la época en que terminaba el Concilio. El autor, motivado por la apertura propiciada por el Concilio Vaticano II, había reunido cien imágenes negativas de Dios. Incluso quien diese crédito a esas imágenes se vería obligado a rechazarlas para ser fiel a su propia conciencia7: “Es más fácil decir el Dios en el que no se cree que el Dios en el que se cree”. Siempre fue así a lo largo de la historia.
UN DIOS PARA HOY
Incluso llamando la atención sobre el tono pretencioso del título, Queiruga afirma que no podemos escapar de la necesidad de repensar continuamente nuestras ideas sobre Dios y que hoy también debemos hacerlo8.
Para Queiruga las grandes cuestiones, también las preguntas sobre Dios, tienen como punto de partida o, al menos, como contexto envolvente un “cambio de paradigma”. Aun-que el futuro ya esté llamando a la puerta del presente, todavía no podemos distinguir su perfil concreto:
“La humanidad camina, en efecto, rumbo a nuevas configuraciones culturales, sociales, económicas, políticas y religiosas de una novedad tan radical que rompe todos los esquemas del presente. Y lo hace, además, no en el seno de una transformación lineal y pacífica sino en el torbellino de una situación trágicamente conflictiva, azotada –hasta la sangre y la muerte de millones de seres– por los que Adam Schaff ha llamado los nuevos jinetes del Apocalipsis: el paro estructural, el deterioro ecológico, la amenaza de la ‘bomba demográfica’ y el conflicto latente entre Norte y Sur”9.
Podemos tener en cuenta otras realidades presentes en el panorama nada agradable de la actualidad con sus problemas, como los nacionalismos desgarrados entre sus justas aspiraciones y las tendencias totalitarias o el militarismo que persiste y convierte en armas el pan que no llega a las bocas hambrientas. Po-demos mirar también las contradicciones, los obstáculos crecientes y las barreras al nuevo protagonismo de las mujeres que, como con-ciencia irreversible, choca con resistencias aparentemente insuperables e inmutables. Y así podemos seguir poniendo nombre a la realidad que hoy nos toca vivir. La experiencia de Dios debe encontrar su rostro dentro de estas contradicciones de la realidad.
Las religiones viven sus crisis internas y están expuestas a confrontaciones externas, tan extremas a veces que corren serio peligro de perder su patrimonio ético y sus valores fundamentales. Ninguna religión puede quedarse indiferente ni acomodarse sino que ella misma debe intentar cambiar con “discernimiento”. Todas las religiones “tienen que someterse a una auténtica ‘conversión’, revisando sus actitudes y repensando su herencia”10. Y aquí también se incluye la vida religiosa consagrada como estilo de vida particular.
La vida religiosa está llamada a situarse en el espacio intermedio, con la misión de recoger las semillas de sus experiencias fundantes y lanzarlas con pasión a la realidad concreta que tiene ante sí, en la perspectiva de una respuesta desde la fe. Sin embargo, esa respuesta permanece siempre precaria y parcial. La vida religiosa está llamada a dar un nuevo significado a la fe en el mundo de hoy. No está llamada a cuestionar la verdad profunda de la experiencia cristiana sino a actualizarla y fundirla en una vivencia nueva y en instituciones renovadas: “Vino nuevo en odres nuevos”. Es una novedad que no niega la continuidad sino que da un nuevo significado y una nueva calidad al mensaje central del Evangelio para nuestro tiempo.
Queiruga, hablando de los rasgos del rostro de Dios para nuestro tiempo presenta dos proposiciones en forma de pareado: “Dime cómo es tu visión de Dios y te diré cómo es tu visión del mundo; dime cómo es tu visión del mundo y te diré cómo es tu Dios”. Hay un acuerdo general en que teología y visión del mundo se influencian mutuamente. Pero también hay una estrecha relación e interacción entre antropología y teología: “dime qué Dios tienes y te diré qué hombre eres; dime qué hombre eres y te diré qué Dios tienes”. Y en el mismo párrafo: “Si ha cambiado la comprensión que los religiosos tienen de sí mismos, ha cambiado también su imagen de Dios. Éste es un tema que tiene repercusión esencial en la forma de vivir la vida consagrada”.
Nuestra comprensión actual de Dios está marcada desde su raíz por las experiencias y los conceptos de un mundo que ya ha dejado de ser el nuestro11. Queiruga ve en la emergencia del paradigma de la modernidad uno de los cortes más profundos en la historia de la humanidad. El paradigma de la modernidad impone un cambio radical en la manera de entender las relaciones de Dios con el mundo.
En la misma estela, la teóloga brasileña Maria Clara Bingemer en su libro Um rosto para Deus? señala la cuestión del pluralismo en el que se contextualiza nuestra búsqueda de Dios en la actualidad cuando afirma:
“El pensamiento post-moderno, caracterizado por la de-construcción y por la relativización de todo el edificio conceptual, tan aparentemente sólido, de la modernidad, cuestiona también los intentos de nombrar el Absoluto inefable que los cristianos y otras tradiciones religiosas llaman Dios; considera todo discurso con pretensiones de universalidad y totalidad como reductor e inadecuado y desemboca en la indiferencia y el desencanto. Y, obrando así, abre para el pensamiento y el discurso cristiano una senda aparentemente nueva pero en realidad muy antigua que desemboca en el misterio y en el pluralidad, como confesión de la imposibilidad de pensar y de decir completamente el SER, cualquiera que sea su aspecto12.
Para María Clara, en lugar de excluir a Dios el efecto es el de darle mayor lugar. Ya no es un modelo único, piramidal, totalitario y universal sino plural. Este es el desafío que hoy tenemos delante.
AL DIOS DESCONOCIDO: LA INCESAN-TE BÚSQUEDA A TIENTAS DE DIOS
En última instancia la pregunta sobre Dios siempre es y debe permanecer como pregunta y nunca llegará a convertirse en una respuesta racional13. Más que definir a Dios o formular ideas sobre Dios, nuestra tarea, siguiendo las huellas del teólogo moderno Pablo de Tarso, es ir en busca del “Dios desconocido” (Hch 17,23) y buscarlo aunque sea a tientas (cf. Hch 17,27-28).
Incluso encarnado, Dios permanece “invisible”. Ahí está el sentido y el alcance del término “revelar” cuando se refiere al misterio, sobre todo al misterio de Dios. Mantiene la tensión entre desvelar, quitar el velo y, al mismo tiempo, esconder y ocultar.
Existe una sana tensión dialéctica entre el Dios “invisible” que, paradójicamente, se encuentra con nosotros en su manifestación humana más próxima posible. En su “inmenso amor” trata con la persona humana como los amigos hablan entre ellos. Más allá de una amistad interpersonal, Dios invita y acoge a la persona humana con tanta intensidad que la ha-ce partícipe de su comunión.
INSPIRÁNDONOS EN IMÁGENES BÍBLICAS
Como en la vida, encontramos en la Biblia personajes que, a modo de iconos, nos inspiran y contagian su búsqueda apasionada de Dios. Una reflexión muy buena en esta línea, publicada hace ya más de diez años pero muy actual, es la de Dolores Aleixandre: Memoria viva del ‘Juego Pascual’. Mística y tareas de la Vida Religiosa hoy14.
Según esta autora la esencia de la vida religiosa es el seguimiento de Jesucristo que implica en primer lugar una llamada gratuita por parte de Dios y un deseo personal y libre de seguirle y responder a esa llamada. Implica también una actitud de discernimiento para llegar a una opción radical, libre y consciente, que es la misma dinámica pascual: perder para ganar. Supone así una propuesta de felicidad en el espíritu de las bienaventuranzas, que se concreta en un estilo de vida específico dentro de la Iglesia y de la sociedad.
En una época de tantas pérdidas y cambios, de tantas preguntas sobre el significado y el valor actual de la vida religiosa, nuestra verdadera identidad puede estar o germinar en ese dinamismo pascual. Se trata de ser hombres o mujeres que, en respuesta a una llamada, desean “pensar y sentir” como Dios mismo (hacer su voluntad) y que, por la causa de Jesús y del Evangelio del Reino de Dios, motivados por la alegría de encontrarlo, están dispuestos a abandonarlo todo para entrar en esa dinámica pascual, o sea en el riesgo de la fe pascual, de “perder para ganar”.
La autora desarrolla su reflexión de una manera muy pedagógica a partir de tres ejes tomando como iconos y guías algunos personajes bíblicos femeninos: la mujer de la dracma perdida (Lc 15,8-9); la mujer del fermento, símbolo del Reino de Dios (Mt 13,33); la viuda pobre, cuando lo poco es todo y todo es nada (Mc 12,41-44); la mujer samaritana (Jn 4,1-42); la mujer del perfume (Mc 14,3-9); y la novia que con sus compañeras espera al novio con las lámparas encendidas (Mt 25,1-13).
Para el tema que tratamos aquí encontramos en María Magdalena el verdadero icono inspirador de la búsqueda apasionada de Dios.
MARÍA MAGDALENA: MUJER, DISCÍPULA Y APÓSTOL DE LOS APÓSTOLES
María Magdalena, presente en los cuatro evangelios canónicos, es una figura extremadamente provocadora, controvertida y revolucionaria en su tiempo y en el nuestro. Acompaña el itinerario vital de Jesús de Nazaret como mujer apasionada, afectiva, luchadora, audaz, valiente y profética. Cuestiona las estructuras y echa abajo las barreras de la exclusión. Al releer las narraciones en que apare-ce, encontramos una mujer de grandes deseos, símbolo de la búsqueda apasionada del Dios de la Vida, que puede ser fuente de inspiración para la vida religiosa consagrada.
María Magdalena es capaz de correr todos los riesgos, incluso de poner su propia vida en peligro, a causa de su opción por la vida y de su pasión por el Dios de la Vida. Encontramos aquí un paralelismo muy sugerente con la amada del Cantar de los Cantares que busca a su amado.
Cantar 3,1-4 Jn 20,1-18
En el lecho, por las noches, he buscado el amor de mi alma. Busquéle y no le hallé. Me levantaré, pues, y recorreré la ciudad. Por las calles y las plazas buscaré al amor de mi al-ma. Busquéle y no le hallé (vv. 1-2). El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro, cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro (v. 1).
Los centinelas me encontraron, los que hacen la ronda en la ciudad: ¿Habéis visto al amor de mi alma? (v. 3). Dicho esto se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré” (vv. 14-15).
Apenas había los pasado, cuando encontré al amor de mi alma (v. 4a). Jesús le dice: “María.” Ella se vuelve y le dice en hebreo: “Rabbuní” –que quiere decir “Maestro”– (v. 16).
Le aprehendí y no le soltaré hasta que le haya introducido en la casa mi madre, en la alcoba de la que me concibió (v. 4b). Dícele Jesús: “No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (v. 17).
A pesar de la impresionante simetría entre el Cantar de los Cantares y la narración que encontramos en el Evangelio de Juan, hay una diferencia fundamental, que se expresa en la nueva misión de María Magdalena15.La narración evangélica revela una profunda y personal relación de ternura y cariño, que la lleva a una búsqueda apasionada de aquel al que ama con un amor de amistad y que culmina en un compromiso mutuo. A semejanza de Rut y Noemí (cf. Rt 1,16-17) encontramos una fórmula de alianza: “Vete donde mis hermanos y diles: subo a mi padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.” (Jn 20,17)
La escena del encuentro de María Magdalena con Jesús resucitado (Jn 20,11-18) reúne en una convergencia impresionante todos los criterios necesarios para un discipulado de iguales16.
– Jesús la llama “mujer”. Y le pregunta: “¿A quién buscas?”, la misma pregunta que Jesús había hecho a los primeros discípulos (cf Jn 1,35).
– La mujer anónima conoce o reconoce a Jesús en el momento en que él la llama por su nombre: “María”. Las ovejas conocen la voz de su Pastor que las llama por su nombre (cf Jn 10,3-4).
– La respuesta de María a la llamada de Jesús es la de una auténtica discípula: “Rabbuní” “Maestro”.
– Al final María recibe una misión y es en-viada por el resucitado: “Vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.” (Jn 20,17).
– Como mensajera y portadora de la Buena Nueva, María Magdalena realiza su misión: “Fue y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras” (Jn 20,18).
La progresión narrativa de la escena: llamada-respuesta, envío-anuncio de la Buena Nueva, confirma a María Magdalena en la condición de auténtica discípula de Jesús. Ahora, llamada y enviada por el resucitado, puede volverse a los discípulos y anunciarles la Vida, convirtiéndose así en “apóstol de apóstoles.”
Según la teóloga Elizabeth S. Fiorenza, María Magdalena recibe ese título por dos motivos:
1) porque reconoce la tumba vacía y va a llamar a los apóstoles;
2) porque es la primera testigo de la Resurrección y va a anunciar a los apóstoles, a los hermanos que ha visto al Señor, al Maestro y que está vivo17.
Ojalá esta experiencia de María Magdalena y de tantas otras mujeres, otras Marías, inspiren y fortalezcan nuestro caminar con el resucitado. Que despierten nuestras Utopías en la búsqueda de la construcción de un mundo nuevo, marcado por la lógica gratuita del Amor, animado por el sueño de la Esperanza, sustentado por una Fe inquebrantable.
No se trata de un simple volverse geográfico sino de una auténtica transformación. “Volverse” significa metanoia, es decir, entrar en una dinámica permanente de conversión. La vida religiosa está necesitada de una verdadera transformación ante los nuevos signos de los tiempos en orden a reencontrar su mística, la pasión del “primer amor”.
Dorothee Sölle en su inquieta búsqueda de Dios decía que antes de hablar sobre Dios es preciso hablar con Dios. Por eso terminamos con una propuesta de lectura orante:
LECTURA ORANTE: JN 20,1-18
Leer el texto atento a los pasos de María Magdalena en su búsqueda: para encontrar a Jesús… para encontrar y llamar a los apóstoles… para anunciar que ha visto al resucitado…
-Meditar: hay tres maneras de llegar y salir de la tumba donde enterraron a Jesús: a) la de Pedro, b) la del discípulo amado, y c) la de María Magdalena.
¿A qué lugares (tumbas, jardines) hemos de ir en este momento en la vida religiosa? ¿Con qué actitud?
¿Cómo se produce el encuentro de María Magdalena con Jesús?
Jesús la llama por su nombre y María lo reconoce. ¿Dónde, cómo y en quién me/nos reconocemos hoy? ¿Con el Jesús que sufre, con el muerto o con el resucitado?
¿Cómo nos inspira y anima la experiencia de María Magdalena a religiosos y religiosas a comprometernos más con la vida y con la misión, creciendo en un discipulado misionero de iguales?
-Oración: permanecer con María Magdalena y Jesús trayendo al presente mis/nuestras experiencias de búsquedas inquietas y apasionadas de Dios.
Salmo 118 (117): “Vivo para contar las obras del Señor” (v. 17).
– Contemplación: María Magdalena es testigo y anuncio de la Resurrección: “Yo vi al Señor. Está vivo” (cf Jn 20,18). ¿A quién soy/somos enviados a anunciar esta Buena Noticia?
– Recrear el texto con imaginación creativa. El texto termina de una manera abierta: “Fue y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras” (Jn 20,18). El texto no dice lo que Jesús dijo a María Magdalena y que ella luego anunció a los discípulos. Ese final abierto permite que usemos nuestra imaginación creativa y que la mezclemos con nuestra propia experiencia.
Se podría completar poniendo en boca de María Magdalena lo que diría a partir del encuentro con Jesucristo Vivo: ¿Qué diría entonces a los discípulos? ¿Qué nos diría a nosotros hoy? ¿Qué debería decir yo a las personas con las que me encuentro en mi vida cotidiana de misión? n
(Traducción: Fernando Torres Pérez, cmf)
1 W. Pannenberg, A pergunta sobre Deus. Río de Janeiro, Novo Século 2002, p. 5.
2 Cf. A. Torres Queiruga, Un Dios para hoy, Maliaño,
Sal Terrae 1997. 3 Idem, p. 8. 4 D. Sölle, Deve haver algo mais; reflexões sobre Deus,
Vozes, Petrópolis 1999, p. 9 (traducción en español: Reflexiones sobre Dios, Herder, Barcelona 1996, 153 pp.).
5 Idem, pp. 7-16.
6 Leonardo Boff ha escrito sobre la obra de Juan Arias que “plantea la irrupción de Dios en el marco de un nuevo paradigma emergente, holística, ecológico, in-tegrador de lo femenino y masculino, de lo humano y lo cósmico, de lo material y lo espiritual” (J. Arias, Um Deus para 2000: contra o medo e a favor da felicidade, Vozes, Petrópolis 1999, p. 9; edición en es-pañol: Un Dios para el 2000: contra el miedo y a favor de la felicidad, Desclée de Brouwer, Bilbao 1998, 221 pp.).
7 Cf. Idem, pp. 13-14.
8 A. Torres Queiruga, o.c.
9 Idem, p. 5.
10 Idem, p. 6.
11A. Torres Queiruga se inspira ciertamente en autores clásicos, como Pannenberg, aunque no los cite. Véase por ejemplo W. Pannenberg, o.c.
12 M. C. Bingemer, Um rosto para Deus?, Paulus, São Paulo 2005, p. 21.
13 Cf. W. Pannenberg, o.c., pp. 19-21
14 En la revista de la UISG, 1998, nº 108, p. 36-55.
15 Se puede establecer otro paralelismo entre Agar y María Magdalena (cf. Gn 21,14-21).
16 Cf. L. Weiler, A mulher no Novo Testamento en “Renovação” 24(1990) Porto Alegre, pp. 2-6.
17 Cf. E. S. Fiorenza, In Memory of Her: a feminist theological reconstruction of Christian origins, Cross-road, Nueva York 1984, p. 333; cf. A. M. Tepedino, As discípulas de Jesús, Vozes, Petrópolis 1990, p. 106.