LA PARTIDA DE BAUTISMO

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1911

(Emili Turú, VR). Cuando Sally Gómez entró en la clase, un buen día de 1993, se encontró con las miradas medio incrédulas y medio escépticas de aquellos seminaristas. ¿Qué hacía Sally como profesora en una Facultad de Teología de Estados Unidos, ella que era mujer, laica, de origen hispano y piel morena? Consciente de que tenía que superar muchos prejuicios a su alrededor, colgó en la pared de su despacho no sólo sus títulos académicos, sino, bien visible, una copia de su partida de bautismo, como para recordarse a sí misma (¡y a los demás!) que su título principal para estar allí era ser hija de Dios y que de ahí provenía su autoridad para anunciar el evangelio.

Me impresionó escuchar recientemente esta historia de sus labios, 24 años después, recién retirada de su labor académica. Sobre todo, porque no es frecuente encontrarse con cristianas/os que se tomen tan en serio las consecuencias de su bautismo.

No sé si Mary McAleese, presidente de Irlanda durante 14 años, tiene colgada una copia de su partida de bautismo en alguna parte, pero ciertamente es otra mujer que se ha tomado en serio su bautismo, como atestiguan su vida personal y profesional. A inicios de marzo, en un encuentro internacional que tuvo lugar en Roma, desde su compromiso como bautizada y desde su libertad como hija de Dios, recordó que “la Iglesia católica ha sido, desde antiguo, una de las más importantes portadoras globales del virus de la misoginia” y que la jerarquía de la Iglesia tenía que encontrar “caminos innovadores y transparentes para incluir las voces de las mujeres, que les corresponde por derecho”. E insistió: “Seamos claros. El derecho de las mujeres a la igualdad en la Iglesia proviene orgánicamente de la justicia divina. No debería depender de la benevolencia ‘ad hoc’ del Papa”.

Es un maravilloso don del Espíritu que, a pesar de todo, haya mujeres que alcen su voz, asumiendo su propia responsabilidad en la Iglesia. Para ello no necesitan permiso de nadie: ¡les corresponde por derecho divino!

El momento actual exige cristianos y cristianas audaces, sin miedos ni complejos. Empezando por nosotros mismos. La renovación de la Iglesia no le corresponde sólo al Papa Francisco. Es hora de quitar el polvo a nuestra partida de bautismo.