La economía de los Institutos religiosos: claves del presente y retos del futuro

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La actual crisis económica, que se va centrando cada vez más en el aspecto financiero de la economía nos puede hacer olvidar que la actividad económica se fundamenta y tiene su origen en el trabajo, en la capacidad humana para transformar los escasos recursos disponibles en productos o servicios capaces de satisfacer las necesidades de las personas. La economía no es pues una mera cuestión monetaria. Las inversiones son sólo un aspecto de la vida económica de la sociedad y, por ende, de los institutos religiosos.
En los institutos religiosos se desarrolla una actividad económica sin la que no se podrían desarrollar las acciones concretas que ponen en práctica la misión y el carisma de cada instituto. En los institutos religiosos, como en cualquier grupo humano, la actividad económica se basa en el trabajo. Por eso, las personas son el principal recurso de los institutos. Su esfuerzo, trabajo, creatividad son capaces de hacer maravillas con recursos escasos. Su ausencia o incapacidad para participar en la actividad productiva marcará el declive en las actividades del instituto. Las personas lo son todo. De ahí vendrá la consideración de que los institutos religiosos no sólo estamos afectados por la crisis general sino que estamos inmersos en otra crisis específica nuestra: la que viene de la falta de recursos humanos.
Dicho esto, paso a exponer de una manera breve y sencilla las que para mí son las claves que nos ayudan a entender el presente de los institutos religiosos en España –aplicable también a otros países desarrollados– desde el punto de vista económico y los retos que tendremos que desafiar en el futuro, a medio y largo plazo, si queremos sobrevivir. O mejor dicho, si queremos que nuestro carisma y nuestra misión sigan siendo una realidad que, en el seno de la Iglesia, produzca “frutos de caridad para la vida del mundo”. Y ello desde la perspectiva de la vida religiosa en España.
Las claves del presente
Desde mi punto de vista, las claves que nos ayudan a entender el presente económico de los institutos religiosos son las siguientes.
Venimos de una situación de prosperidad
Hemos vivido en Europa y en España en particular una época de prosperidad económica como nunca hemos conocido en nuestra historia. Un signo claro es que los españoles hemos dejado de ser emigrantes. España hace años que ha comenzado a ser receptora de inmigrantes. Hemos conocido una situación de casi pleno empleo. Ha aumentado mucho el nivel medio de vida y de bienestar. Todo eso ha afectado a los institutos religiosos. También religiosos y religiosas hemos experimentado ese crecimiento económico. Y como a lo bueno no es difícil acostumbrarse, pues resulta que nos hemos acomodado casi sin darnos cuenta a un mayor nivel de consumo y a un más alto nivel de vida.
No me refiero a que hayamos entrado en el lujo –no estoy hablando del voto de pobreza ni de que seamos poco austeros; este no es un discurso moral sino económico. Me refiero a que, nivelándonos casi inconscientemente con la sociedad en que vivimos, hemos aumentado el nivel de consumo (viajes, ropa, teléfono, alimentación…). Pensemos igualmente en el estilo actual de gobierno en la vida religiosa, con abundantes viajes y reuniones. Es un estilo que necesita muchos recursos. Por otra parte, muchas personas en la vida consagrada están convencidas de que “hay dinero” y de que no hay que preocuparse ni poco ni nada de los recursos económicos. De alguna manera, la realidad económica social no nos toca. A nosotros los problemas económicos no nos afectan vitalmente (no experimentamos en carne propia la “teología del endeudado”, como diría Mafalda, la protagonista de las tiras cómicas de Quino).
Una crisis económica mundial y agravada en España
Esta reflexión nos lleva directamente a pensar en la crisis económica en que hemos entrado desde hace dos años. Es una crisis que afecta más o menos a todos los países. Pero a España le toca más porque su desarrollo económico se había basado en el ladrillo y en la abundancia de inversión extranjera. Cuando la “burbuja” inmobiliaria pinchó y la inversión extranjera salió huyendo, nos quedamos en nada. Y comenzaron los problemas: deflación, desempleo, estancamiento, deuda… Estamos en una crisis muy grave del sistema y no se aventura una salida fácil ni rápida.
Pero el hecho es que, quizá por vivir en una organización-institución como la nuestra, los religiosos y religiosas estamos un poco separados de la sociedad en este punto. Vemos la crisis como algo que sucede ahí fuera y que a nosotros nos afecta muy poco. La crisis, piensan y sienten muchos y muchas es para los otros: los pobres, los desempleados, los inmigrantes, pero no para nosotros. Nosotros no entramos en ninguna de las categorías de afectados por la crisis. Hay ahí un problema de concienciación que es grave. Porque no será fácil que religiosos y religiosas asuman su responsabilidad y su parte en el proceso de solución si no son conscientes de la situación. Lo más fácil es que la inercia nos lleve a seguir viviendo como hasta ahora y a mantener como natural y normal el nivel actual de gastos y las actuales estructuras.
Envejecimiento de religiosos y religiosas
Hay otro dato que es importante a tener en cuenta desde el punto de vista económico porque afecta directamente a nuestra principal fuente de recursos económicos, que es la actividad, el trabajo de las personas. Me refiero a la falta de nuevos ingresos en nuestras instituciones. Esa ausencia de vocaciones da lugar a que la edad media aumente exponencialmente y a que el número de jubilados (no en sentido legal sino en el sentido de personas mayores que ya no pueden trabajar) pase a ser mayor incluso que el número de personas con capacidad de trabajar. No hace falta dar datos concretos porque son bien sabidos. La consecuencia es que los ingresos disminuyen y los gastos que suponen la atención a los mayores y enfermos crecen más de lo que bajan, como es natural, los gastos en formación.
Se mantienen por otra parte las más de las veces los gastos provocados por unas estructuras que no corresponden a la realidad actual de las provincias y que incrementan mucho los costes generales. En alguna congregación que conozco dividir los gastos de las comunidades por el número de miembros es suficiente para ver que necesitamos para vivir mucho más que un salario decente. No es que las personas gasten mucho sino que los gastos de estructura son muy altos.
Esta realidad es dolorosa de admitir y tanto las personas como las instituciones pueden tener la tentación, y caer en ella, de no aceptarla y seguir como si nada sucediese. Más de un gobierno provincial ha hecho cambiar los números referidos a la relación personal/ingresos y su proyección a unos cuantos años al administrador provincial por la sencilla razón de que “eso no se puede decir”.
Menor movilidad de las personas y sus consecuencias
Este aumento de la edad media y la falta de recambio generacional ha dado lugar también a una menor movilidad de las personas. Con la edad es más difícil cambiar. Con la edad todos echamos raíces en las comunidades y en las actividades. Ha habido además una teología de la vida religiosa que ha puesto el acento en la comunidad, lo que está muy bien. Pero se ha entendido que esa comunidad era la comunidad local, cuando en las congregaciones apostólicas modernas la verdadera comunidad no es la local sino, como mínimo, la provincial. Todo ello ha facilitado una cierta identificación de las personas con la comunidad y la actividad en la que están implicadas.
Eso hace que las personas se preocupen más por el bienestar y situación de su comunidad o actividad (mi comunidad, mi colegio, mi editorial…) que por el bienestar y situación del conjunto, de la provincia o, incluso, de la congregación. Olvidan que la provincia es la que da razón de ser a cada una de las actividades. Olvidan que si la comunidad provincial no funciona como una unidad las actividades y comunidades concretas no podrán sobrevivir. Lo gracioso es que, cuando hay problemas, entonces si recurren al gobierno provincial, que se convierte en el apagafuegos y soluciona-problemas. Este es el caso, por ejemplo, en el tema de las contrataciones de personal seglar, donde muchos reclaman autonomía al momento de contratar pero, cuando hay conflictos, recurren a la autoridad superior.
Cargados de grandes y complejas estructuras
Durante años de abundancia de recursos humanos, hemos ido organizando unas actividades apostólicas que han ido creciendo hasta alcanzar grandes dimensiones y mucho peso estructural. Colegios, editoriales, hospitales, instituciones de tipo asistencial, todas han ido engordando con el paso de los años. Muchos religiosos y religiosas echaron el resto y pusieron alma, vida y corazón para hacer de instituciones que comenzaron de una forma muy humilde, grandes estructuras capaces de prestar un servicio a muchas personas. Por otra parte, una sociedad más estructurada y moderna, ha convertido esas instituciones en organismos muy complejos tanto desde el punto de vista económico como legal. Eso coincide con un momento en el que cada vez hay menos religiosos y religiosas disponibles para hacerse cargo de esas actividades y/o para trabajar en ellas.
La realidad es que no nos queremos deshacer de ellas. Forman parte de nuestra historia y cada ladrillo es fruto de nuestros trabajos. Han sido el medio como hemos ejercido nuestro apostolado, nuestra misión, durante años. Pero carecemos de las fuerzas necesarias para seguir adelante con ellas. Estamos buscando caminos nuevos: fundaciones, entidades titulares, misión compartida… todo son medios para dejar sin dejar, para mantener un cierto control económico y/o ideológico de esas actividades. Tratamos de que mantengan el sello carismático.
Pero habría que estar muy atento a las decisiones económicas que se toman con respecto a esas instituciones. Existe el peligro de entregar generosamente el patrimonio de la congregación y poner en peligro su viabilidad futura, no de las actividades sino de la misma provincia religiosa. Estamos en medio de ese proceso, que no es simple sino muy complicado. Están implicadas la vida de muchas personas (no sólo religiosas y religiosos, también trabajadores) y muchos afectos.
Ecónomos y gobiernos provinciales
Me van a disculpar que en esta última clave del presente haga referencia a algo muy cercano, muy de dentro de nuestras provincias. Tengo la impresión de que en demasiadas ocasiones los superiores provinciales y los miembros de sus consejos no tienen una idea clara de la importancia de la dimensión económica de la vida religiosa ni de la situación concreta por la que estamos pasando. Ellos, como muchos otros, tienen la idea de que “hay dinero” y de que las quejas del ecónomo provincial provienen simplemente de que el cargo lleva consigo implícita una cierta “tacañería”, que forma parte del “rol” de ser ecónomo. Hasta el punto de que hay congregaciones en las que el ecónomo no es miembro del consejo de gobierno de la provincia. Es una figura que se ve como necesaria pero a la que no se le quiere dar ninguna importancia en el gobierno porque se piensa que es un mero contable. Sus aportaciones se ven como una especie de rémora o freno permanente a las decisiones de gobierno. ¡Craso error!
La realidad es que sin la economía no hay nada que funcione. Prácticamente todas las decisiones de gobierno tienen implicaciones económicas (hasta los cursos de espiritualidad tienen un coste). Marx, el creador del marxismo, aunque no esté de moda decirlo, tenía razón al menos en una cosa: la economía es la infraestructura necesaria que pone los fundamentos para que todo lo demás funcione. Y sin ella nada funciona ni la pastoral ni la espiritualidad ni la misión.
Las inversiones financieras
Las inversiones financieras que tenemos son más apariencia que realidad, son pan para hoy y hambre para mañana. Difícilmente nos vendrá de ellas la salvación. Sus rendimientos, con la crisis, han bajado en picado. En todo caso, no hay que olvidar que son sólo el fruto de los rendimientos del trabajo de religiosos y religiosas acumulado durante años. No hay que esperar la salvación de ellas.
De esos fondos habrá que hacer una gestión muy conservadora y trabajar para que, en esta situación de crisis, mantengan por lo menos su valor. Y poco más. Pero ellas también tienen que ser vistas desde esta perspectiva de “crisis”. No nos podemos dejar deslumbrar por la apariencia de que tenemos mucho dinero y de que ese dinero se puede gastar alegremente.
Los retos del inmediato futuro
Si estas son, a mi modo de ver, las claves para entender el presente económico de nuestras congregaciones. Nos dicen algo fundamental: desde el punto de vista económico la vida religiosa está pasando por una crisis que es independiente de la actual crisis económica global. Es decir, cuando la sociedad supere la crisis, nosotros seguiremos en ella e incluso más acentuada, porque nuestro problema está causado por la falta de recursos humanos y el peso de unas estructuras correspondientes a otros tiempos. ¿Cuáles son los retos que se nos plantean a medio y largo plazo, en el futuro más o menos inmediato?
El desafío fundamental es seguir funcionando como congregación o provincia, seguir ejerciendo nuestra misión, seguir atendiendo a las personas que la forman en todas sus necesidades. No se trata de obtener grandes beneficios ni de atesorar tesoros en la tierra pero si de no perder dinero, de no llegar a ser dependientes económicamente. Y de seguir aportando en la medida de lo posible, al menos financieramente, a otras zonas de nuestras congregaciones, muchas veces en expansión de personal, como lo hemos hecho en el pasado. Eso significa:
Concienciar a las personas
Si la base de la realidad económica de los institutos religiosos está en las personas, en su trabajo, en su comportamiento económico, es obvio que el primer objetivo debe ser concienciar a las personas de la realidad en que estamos: que han pasado los tiempos de prosperidad y que ya han llegado otros muy diferentes, que hay que ajustar los comportamientos y criterios cuanto antes. Porque ahora andamos algo “desajustados”, usando los criterios de antes en una realidad que ya ha cambiado. Religiosos y religiosas son los recursos más importantes con que cuentan los institutos religiosos. Si no se aúnan voluntades y criterios, no habrá nada que hacer (por más que los asesores externos sean buenos y que utilicemos la mejor técnica financiera y contable).
Quizá el primer paso de esa formación-concienciación sea ofrecer una información económica fiable, objetiva y realista. Es posible que los religiosos y religiosas de base no se hayan hecho cargo nunca demasiado bien de lo económico porque siempre se les ha escamoteado esa realidad: ni se les ha informado ni se les ha dejado participar adecuadamente en las decisiones. Porque no se ha confiado en ellos en este punto. Así de simple. Habrá que vencer esa rémora del pasado, habrá que vencer desconfianzas, hasta que todos nos demos cuenta de que lo “nuestro” hay que cuidarlo entre todos, que es responsabilidad de todos. Habrá que organizar los medios democráticos de participación en la toma de decisiones económicas (consejos, consultas) que hagan real la corresponsabilidad de todos.
Administrar en época de crisis
En economía, el punto de partida es que los recursos son escasos y las necesidades que hay que atender con esos recursos son múltiples. Administrar es mucho más que llevar la contabilidad. Es el arte de distribuir esos recursos escasos de forma que se alcance el más alto nivel de satisfacción posible de las necesidades presentes y/o futuras. La exigencia para el futuro es, pues, la de administrar lo mejor posible los recursos disponibles teniendo en cuenta no sólo las necesidades presentes sino las que se pueden presentar en el futuro a medio y largo plazo.
Eso significa contener todo lo posible los gastos y aumentar los ingresos. Pero también significa evitar todos los despilfarros en que incurrimos a causa de estructuras ya obsoletas pero que “siempre han estado ahí” y que se da por supuesto que deben seguir. Eso significa aprender a hacer presupuestos base cero, en los que todos los gastos son puestos en cuestión y nada se da por supuesto (en oposición a los presupuestos incrementales, que habitualmente hacemos, donde prácticamente nada se discute y simplemente se incrementa el gasto previsto en el tanto por ciento de la subida del coste de vida y un poco más por si acaso). Eso significa hacer un verdadero control de los presupuestos, que son algo más que un papel que hay que hacer a principio del año pero que luego no se mira nunca…
Atención a nuestros mayores y enfermos
Si somos consecuentes con la idea de que el principal recurso con que contamos son las personas, entonces la atención a nuestros ancianos es una opción preferente. Son los que se han dejado la piel trabajando y creando los bienes de que hoy disfrutamos. Muchos de ellos se sacrificaron en sus propias necesidades para levantar esas estructuras en las que hemos trabajado y en las que hemos desarrollado nuestra actividad apostólica. Este punto no es discutible.
Pero la realidad es que atender a los ancianos exige abundantes recursos. Las jubilaciones no cubren ni de lejos sus gastos. A bastantes de ellos les hace falta una atención personal y especializada que tiene un alto coste. El problema se agudizará en el futuro porque la pirámide de la población en los institutos religiosos se está invirtiendo (hay más ancianos que jóvenes). Será necesario, por tanto, hacer las reservas oportunas para poder atender a sus necesidades –dentro de poco a las nuestras–.
¿Qué hacemos con las grandes estructuras?
Las grandes estructuras de que somos propietarios las vamos a terminar dejando en manos de otros. Eso ya es un hecho. Ya está sucediendo. Pero hay que pensar muy cuidadosamente cómo se hace ese traspaso, al menos desde el punto de vista económico. ¿Renunciamos totalmente al patrimonio? ¿Dejamos la gestión totalmente en manos de otros pero al mismo tiempo seguimos siendo los últimos responsables? En este punto surgen muchas preguntas a las que conviene responder antes de dar pasos de los que luego nos podríamos arrepentir.
Desde mi punto de vista, si seguimos siendo los últimos responsables, conviene que estemos presentes en las decisiones de gestión. Y no como oyentes o espectadores mudos sino como actores y responsables. No puede ser que bajo la bandera de la “misión compartida” sean otros –empleados– los que tomen las decisiones sobre lo nuestro y luego seamos nosotros los que tengamos que pagar los platos rotos. No es lógico. Ni siquiera es responsable.
Prever el peor de los escenarios posibles
El futuro no se puede controlar. El futuro es imprevisible. Es cierto pero podemos hacer algo para tratar de asegurarlo hasta cierto punto. Exactamente igual que lo hacen las empresas, los estados y tantas otras instituciones. Se trata de planificar a medio y largo plazo, a 5 y 10 años. No estamos acostumbrados a hacerlo y solemos ir más bien a salto de mata. Hacemos presupuestos para un año y las cifras de lo gastado o ingresado hace dos años ya se nos hace demasiado lejano.
Planificar a medio y largo plazo significa muchas cosas en concreto. Desde hacer un plan director donde se recojan las inversiones necesarias en nuestras empresas y actividades a 5-10 años vista, de forma que podamos ver en conjunto los recursos con que tendremos que contar y las obras que se van a hacer. Hasta sentarse ante el mapa de la provincia y señalar con banderitas la situación de las comunidades y el orden en que se van a ir cerrando, porque eso tendrá consecuencias a la hora de hacer inversiones en esas casas. Hasta poner en una hoja de cálculo la lista de los miembros de la provincia y su situación (en activo, jubilados, enfermos) y hacer una prospectiva a 5-10 años para saber con que ingresos se podrá seguir contando. Planificar es ser realista. Si luego las cosas salen mejor, todos nos alegraremos, pero deberíamos estar preparados para el peor de los escenarios posibles de futuro. Y, desde ahí, administrar nuestros, por definición, escasos recursos.
Tengo la impresión de que, desde el punto de vista económico, los institutos religiosos van a entrar en una etapa difícil en España. Los ingresos disminuirán y los gastos, como mínimo, se mantendrán. Urge hacer una administración más cuidadosa y atenta de los escasos recursos disponibles. Lo dicho en estas páginas puede ser discutible. Pero hay algo que no debe olvidarse: hay que hablar y discutir sobre el tema porque nos afecta a todos y afecta a nuestro futuro.