JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

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"La vida religiosa se está dejando pensar por Dios y encuentra respuesta a su identidad en la misión"

 

J. B. Libanio, Elena Davara, Ignacio Madera, Jaume Pujol i Bardolet, Robert Prevost, José Rodríguez Carballo, Manuel Herrero, Card. Maradiaga y Pedro Barreto responden para la revista Vida Religiosa. Hemos formulado cinco cuestiones en las que los religiosos nos jugamos todo. Ofrecemos en la web en este día de la vida consagrada un avance de sus respuestas que, de manera desarrollada, encontrarán en VR vol.113-2 (2012).

 

 

– ¿ DÓNDE TIENE QUE ESTAR LA VIDA RELIGIOSA…?

A la cuestión sobre el sitio hemos querido encontrarle dos respuestas. Distantes en la geografía, cercanas en el contenido. No hay otro lugar: los últimos son nuestro sitio. J.B Libanio, jesuita y teólogo brasileño esboza con claridad cómo la debilidad configura el lugar acertado de la misión. Por otro lado, Elena Davara, hermanita de Jesús del P. Foucauld, que trabaja y vive en la tierra original de Jesús, nos ofrece la convicción de que la presencia en minoría es el lugar para este tiempo. Estas son sus palabras:

J. B. Libanio

-Allí donde Jesucristo palestino prefirió estar. Los predilectos de Jesús se clasifican en tres grupos. Primero aquellos que se sentían re-chazados por Dios por razón de la cultura religiosa de su tiempo: los pecadores, las prostitutas, las adúlteras, los publicanos y los endemoniados. En segundo lugar, los mismos u otros que no participaban de la vida social religiosa judía, especialmente los leprosos, los samaritanos, las mujeres sin hogar. Y finalmente los avergonzados y sufridores de la pobreza material como los vagabundos o los explotados por los cobradores de impuestos. Ahí estaba Jesús. ¿Y hoy? Ahí están los rechazados, los marginados por su sexualidad, los prisioneros, los condenados por los tribunales y por la prensa. ¿Quién de la Iglesia piensa en ellos? Execrados por todos. El religioso puede llevarles otra imagen del Dios de la misericordia, del perdón, del amor.
Los millones de indocumentados que dejaron el propio país o región en búsqueda de mejor vida viven amenazados por la policía como ilegales, por los vecinos como indeseables, dentro de sí como desprotegidos. Cabe a los religiosos ser un primer abrigo de acogida, de cuidado, de seguridad.
Otros viven en clínicas y asilos de ancianos, sin visita de familiares, en la noche afectiva del desprecio. Carecen de presencia y de una mira-da de acogida y cariño. ¿Quién se lo dará? Para eso existen los consagrados y consagradas a Dios y a los hermanos.
¿Qué decir de los que carecen de los bienes necesarios para la existencia: pasan hambre, están desamparados o no tienen techo? Son individuos, regiones, países y continentes. Merecen la primera mirada de la vida consagrada.
Y finalmente, hay fronteras difíciles de ser alcanzadas por la vida consagrada. En ellas están los ateos, los satisfechos consigo hasta prescindir de Dios, los poblados de preguntas de las ciencias modernas a la espera de una palabra profética que los sacuda. ¿Quién sabe si los religiosos llegarán hasta allá para despertarlos de ese sueño de la inconsciencia y de la alienación?

Elena Davara

-Creo que soy la menos indicada para decir a la vida consagrada donde debe situarse hoy día… Lo que si puedo, sin ninguna pretensión, es compartir cómo y dónde he vivido "mi" vida consagrada durante todos estos años.
Al entrar en la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús, hace ya más de 40 años, salí de Madrid y "ya" me vine hacia este país, con el que soñaba hacía algún tiempo y que me fascinó desde el primer momento. Aquí, en estos lares que muchos llaman "Tierra Santa" o "Santos Lugares" y que yo conozco como "Palestina", he vivido y vivo aún mi vida consagrada.
Para mí, la vida consagrada es sencillamente "vida", vida vivida como "encarnación", como ese Jesús cuyo nacimiento acabamos de celebrar, que decidió encarnarse y "plantó su tienda en medio de nosotros" (Jn 1, 14).
A Él le dí yo mi vida al entrar en comunidad y lo cierto es que me la devolvió enriquecida y embellecida con la presencia de un pueblo hacia el que me envió para compartir con él las penas y los gozos del día a día.
Vida consagrada, "encarnación", vida compartida con los más pequeños, aquellos que no interesan a nadie, porque no saben de tecnologías, ni de intereses de mercado, pero sí que saben, y mucho, de compartir, de acoger, de dar cariño a partir de lo poco que poseen.
Durante todos estos años, caminando al lado de la minúscula comunidad cristiana, he aprendido a vivir en una sociedad que no es la mía, a ir hacia la gran comunidad musulmana, a compartir con todos "el tesoro de mi corazón" a abrir un gran espacio de acogida, de escucha respetuosa, en el que cada cual ha podido depositar "la piedra" de su corazón. Gozos, muchos gozos a lo largo de los días; gozos pequeñitos, minúsculos, de esos de "mi chaval ha sacado, con éxito, el certificado de estudios…" y, juntos, nos hinchamos todos un poco. O aquello de "mi hija se casa" y todas las vecinas, juntas, salimos a limpiar delante de nuestras puertas, para que la novia pueda lucir su vestido y "taconear" alegremente sobre nuestra calle.
Penas, muchas penas; las penas que nos trae una situación en la que los pequeños, de los que formamos parte, sufren siempre las consecuencias de todos los desacuerdos internacionales, intifadas, guerras, bombardeos… Todo vivido en solidaridad con nuestro pueblo.
Como tantas congregaciones religiosas, también nosotras estamos en momento de "pérdida"… Sí, pérdida por falta de vocaciones, pérdida que se manifiesta por el cierre de casas, de inserciones bellas, en las que hemos dejado toda una parte de nosotras mismas. Así, actualmente, hemos llegado a la difícil decisión del cierre de nuestra comunidad de Gaza. 35 años de presencia escondida, solidaria, de alegrías y de penas compartidas, 35 años en que la vida de cada día ha sido un constante "lugar de encuentro con el Padre".
Momento de "paso" hacia algo nuevo. Momento de recoger las perlas que el cariño ha ido depositando a lo largo del camino… "os habéis mezclado con nosotros". "El Verbo se hizo carne y plantó su tienda en medio de nosotros…"
Momento de cerrar el surco sobre la semilla en él depositada… y, con el calor del tiempo y el calor de los corazones, la semilla dará su fruto en su momento.
Esta es mi vida religiosa, pequeña presencia en medio de un pueblo, piedrecita minúscula en el mosaico de la vida religiosa, de la Iglesia. Minúscula, pero, estoy segura de ello, con su color particular que, quizá, pone una nota propia en el conjunto.

-HABLAR DE EVANGELIZACIÓN, SIGNIFICA…


Es la era de la polisemia. Se crean palabras y con rapidez se destruyen o vacían de significado. Seguramente cuando hablamos de evangelización no entendemos todos lo mismo. Unos inciden más en lo que tenemos que ofrecer, otros en cómo lo tenemos que ofrecer y algunos se atreven a hablar de lo que tenemos que recibir… ¿Qué es evangelizar para la vida consagrada? Nos ha parecido oportuno preguntar a algunos expertos sobre esta cuestión. Ignacio Madera, salvatoriano y teólogo, des-de Colombia, nos da claves de implicación con la realidad. Un diálogo que exige mucha más apertura de la que normalmente aparece en nuestras propuestas. Por su parte, Jaume Pujol i Bardolet, hermano de La Salle, desde España, nos acerca a aquellos principios teológicos que sustentan la misión del evangelizador.

Ignacio Madera


Evangelizar es mucho más que un decir, es el anuncio de una novedad; de la llegada de algo diferente que altera lo establecido y propone lo inédito. Algo distinto a lo logrado hasta el presente. La predicación de Jesús es “Evangelio” porque el Reino es la propuesta de otro mundo, contrario a los criterios, políticas y acciones que ofrece este mundo; porque al evangelizar, las incertidumbres de hoy se convierten en acicate a la humanización que diviniza.
Evangelizar es mucho más que un decir, porque contradice todas las sentencias inexorables de los análisis definitivos y las predicciones de desastres incontenibles. Decir que una novedad es posible, desde la vida religiosa, es seguir anunciando que el cristianismo conlleva una originalidad y un carácter contestatario de toda estructura que niegue un lugar a los excluidos y a los pobres; de aquellos y aquellas que son negados en su humanidad porque se les niega la posibilidad de vivir como humanos.
Evangelizar es mucho más que un decir, porque lo que se propone con esta buena nueva es la construcción de una humanidad que devuelve a todos y todas, y a la creación, su condición de don. Somos una presencia discreta ante la magnitud de las galaxias y la inconmensurable grandiosidad del cosmos. Aquí, en este pequeño punto del espacio, la vida se ha producido y en ella algunos hemos llegado al pensamiento para realizarnos como creados creadores. Y al evangelizar, la vida religiosa tiene que ser insobornable ante la necesidad de respetar la vida en una creación que los seres humanos no pueden transgredir a su antojo, porque un límite tiene que tener la acción humana, para no asumir el riesgo de destruir y destruirse.
Evangelizar desde la vida religiosa es continuar la terca proclamación del triunfo del sentido sobre todos los absurdos históricos a partir de la revelación dada en quien se hizo hombre para divinizar lo humano, Jesús, el Cristo, el Señor.

Jaume Pujol i Bardolet

– Que se habla desde una impregnación vital del Evangelio, que se habla «del» Evangelio «desde» el Evangelio. Por lo tanto, la «vida de evangelio» y la «evangelización» constituyen una unidad en la persona.
Se puede estar preocupado acerca de cómo evangelizar, qué textos, acciones y actividades preparar, pero al mismo tiempo debe haber la preocupación por ir acrecentado la capacidad de vivir desde el Evangelio. Por lo que, la evangelización no es sólo un «proyecto de acción», si-no al mismo tiempo, un proyecto de «experiencia evangélica». Para evangelizar hay que estar evangelizado, lo cual es tarea de toda la vida.
Todo ello nos conduce, por parte del evangelizador, a una actitud «mística» (testimonial) y «profética» (de visión de Reino). La vida del evangelizador, al ser testimonial es ya de «anuncio» y de «denuncia» por ella misma. Desde el testimonio es la mejor manera de anunciar y denunciar.
La evangelización supone, como hizo Jesús, ocuparse y preocuparse de las personas necesitadas y ser sensibles a ellas. Ser el «buen samaritano» que ayudó a un desconocido (quizás a un judío con quien no sentía simpatías). No asistió al necesitado por ser su amigo, sino por ser un necesitado. Es un buen icono para un evangelizador.
El referente del evangelizador es Jesús, reconocido como “el que anuncia el evangelio a los pobres, proclama la liberación a los cautivos, da vista a los ciegos, libertad a los oprimidos” (Lc 4, 18). Por su encarnación, Jesús unió lo divino y lo humano en una unidad perfecta. Desde esta encarnación el evangelizador deducirá la creatividad y fuerza de su ser y actuar.
Y como Jesús, que no lo solucionó todo y que dejó que el Espíritu Santo diera testimonio de Él, deberemos tener presente que «sólo sembramos» y que los «resultados» vendrán más tarde… No pocas veces tenemos la impresión de “ser la voz que clama en el desierto” (Jn 1, 23), pero que, a pesar de todo, “se preparan los caminos del Señor”. Por lo tanto, siempre abiertos a la esperanza.

– RAZONES PARA LA ESPERANZA EN LA VIDA RELIGIOSA

En la revista Vida Religiosa tenemos un imperativo a la hora de hablar del presente y el futuro: la esperanza. Es mucho más lo que se puede y lo que está por venir que lo que nuestros ojos alcanzan a ver. Hay que inyectar mucha más esperanza en lo que somos, hacemos y vivimos… porque el protagonismo únicamente es de Él. Por esto nos ha parecido oportuno que una persona, urgida por el servicio de gobierno y la comunicación de esperanza en su orden, nos deje sus convicciones. Le hemos preguntado a Robert Prevost, Superior General de los Agustinos. Éstas son sus palabras:

Robert Prevost

– Recordemos: hay que distinguir entre la esperanza y el optimismo. ¡No son iguales! La única y auténtica esperanza para todos los creyentes es la Cruz de nuestro Señor Jesucristo. Si es verdad que muchas comunidades están viviendo momentos difíciles, por la falta de vocaciones, y a veces por el fuerte peso de la “institucionalización” de nuestra vida y de las obras, hay que reconocer y agradecer el don de fidelidad y el espíritu de confianza en Dios que está presente en la comunidad y en tantos religiosos.
La vida religiosa la considero una propuesta válida y realizadora para llegar a “ser humano” al estilo de Jesús. Y es que llegar a “ser humano” es llegar a la plenitud que nos invita Dios Padre a cada uno de sus hijos e hijas.
Hay razones de esperanza para la vida religiosa, por supuesto que sí…En primer lugar, la razón principal es Jesús mismo, su persona, su vida, su palabra, sus promesas, su presencia entre nosotros. En segundo lugar, la manifestación de su Espíritu (surgimos como ermitaños mendicantes… y hemos ido cambiando por la fuerza del Espíritu).
En tercer lugar, en un mundo cada vez más individualista, los carismas se hacen urgentes. Ofrecen espacios, silencio, momentos de compartir en la fe y compartir vida en amistad y fraternidad. Aspectos muy normales pero que hacen falta en la vida cotidiana; vivimos corriendo, y necesitamos pausas, y experiencias que nos ayudan a conocer “el rostro de Dios”, la presencia de Dios en la comunidad, en la Iglesia.
En cuarto lugar, el buen testimonio de sus miembros. La vida de muchos religiosos habla elocuentemente de la fe que profesamos, invita a la confianza, la acogida, la amistad (por ejemplo los consagrados de vida contemplativa que dan sus vidas a la oración, el testimonio en silencio de la belleza de la fe en Dios y de su amor).
Me da esperanza el patrimonio e historia de mi orden, como el de tantas familias religiosas, en él se encuentran razones para la esperanza en este hoy urgente.
“Si Agustín tiene todavía algo que decir al hombre de hoy, es porque sabe hacerse nuestro humilde compañero de andadura; sin perder el sentido del camino y sin ceder a las lisonjas de falsos cansancios, su filosofía, hoy más que nunca, ofrece aún la posibilidad de renovación a un mundo senescente”.
Somos esperanza en el mundo desde la normalidad de nuestra vida: la fraternidad, la igualdad de sus miembros en su forma de gobierno, la disponibilidad para la misión, viviendo la evangelización donde la Iglesia nos llama y compartiendo nuestra espiritualidad con los laicos.


– URGENCIAS DE LA VIDA RELIGIOSA

Parece un hecho admitido por todos que la vida religiosa no va a encontrar nunca la tranquilidad. Siempre estará urgida planteándose y preguntándose cómo puede acercarse más y servir mejor a un mundo cambiante. Dependiendo del riesgo que consigamos ofrecer en nuestra propuesta de amor a la realidad, estará la vitalidad de la vida religiosa. En esta línea se expresa José Rodríguez Carballo, Ministro General de los Franciscanos a quien hemos preguntado dónde sitúa él las urgencias de los consagrados.

José R. Carballo


Revisitar la propia identidad para ser más significativos en la Iglesia y en el mundo actual. En la vida religiosa considero urgente revisitar el tema de la propia identidad, a la luz del propio carisma y de los desafíos del momento actual en que vive la Iglesia y ella misma, para asegurar la necesaria significatividad. Necesita hacer un alto en el camino y preguntarse: dónde está, quién es, hacia dónde va y hacia dónde la empuja el Espíritu, de tal modo que se lleve a cabo un serio discernimiento de los elementos no negociables , y, al mismo tiempo, se dé una respuesta evangélica a los signos de los tiempos y de los lugares, como la dieron en su momento nuestros fundadores, reproduciendo “con valor la audacia, la creatividad y la santidad” que dio sentido a sus vidas (cf. VC 37). Es urgente una fidelidad creativa que pasa necesariamente por la revitalización de lo que hoy se consideran los tres pilares: la espiritualidad, la vida fraterna y la misión. Una espiritualidad unificada, que nos haga ser hijos del cielo e hijos de la tierra; una espiritualidad dinámica, que nos lleve a ser místicos y profetas; y una espiritualidad de presencia, que nos transforme en discípulos y misioneros. Una vida fraterna humana y humanizante, de la que todos se sientan constructores y no sólo consumidores, y en la que todos busquen los medios adecuados para recrear comunión, intercomunicación, calidez y verdad en las relaciones de los hermanos entre sí.

Una misión que consiste fundamentalmente en el testimonio de una vida totalmente consagrada al Reino y al servicio de los demás. En este sentido los votos han de ser vividos en su dimensión profética: elementos esenciales de la vida religiosa que presentan un estilo de vida alternativo al que ofrece el mundo, y que llevan, a quien los profesa y vive, a configurase con Cristo (cf. VC 22). Una misión sostenida por una fuerte experiencia de Dios, vivida en fraternidad y como fraternidad, con carácter de “inter gentes”, preferentemente en lugares de frontera, y en estrecha colaboración de los religiosos entre sí y de estos con los laicos. Las estructuras han de ser revitalizadas para que favorezcan y no impidan cuanto se ha dicho, y el servicio de la autoridad ha de asumir como prioritaria la animación en la vivencia de estas dimensiones.
Una formación adecuada al momento actual es la clave para una revitalización de la propia identidad y para mantener alto el nivel de significatividad. Para ello ha de ser integral, permanente, y personalizada. En todo ello no se puede olvidar que la formación permanente es el “humus” de la inicial, y que, ha de ser prioritaria.


– LA VIDA RELIGIOSA ES NECESARIA EN LA IGLESIA LOCAL

Es uno de los asuntos cruciales de esta era. A la hora de abordar la evangelización, necesariamente hay que entrar en cómo son las relaciones y la complementariedad de las distintas formas de vida al servicio de la mis-ma. La vida religiosa se reconoce en el seno de la Iglesia local, en la que hace camino al lado del laicado y el presbiterado. A la vez, la peculiaridad carismática ofrece, por un lado, acentos muy ricos en la ofrenda evangelizadora, pero, por otro, también puede llevar a los religiosos a mirar «hacia otro lado». Y esto es preocupante. A su vez, en no pocas ocasiones se ha mostrado, más que pasión por la misión, pequeñas batallas entre evangelizadores. Hemos querido conocer, de primera mano, cómo viven esta implicación de los religiosos en la Iglesia local, tres religiosos que están gastándose en esta empresa. En primer lugar, Manuel Herrero, agustino y vicario general de la diócesis de Santander en España. También recibimos la intuición del Cardenal Maradiaga, salesiano y Arzobispo de Tegucigalpa en Honduras y en tercer lugar, Pedro Barreto, jesuita y Arzobispo de Huancayo en Perú.


Manuel Herrero


-La Iglesia local o Diócesis es presentada en el Concilio Vaticano II en estos términos: “La Diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía a un obispo para que la apaciente con la colaboración de su presbiterio. Así, unida a su pastor, que la reúne en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular”( Ch D, 11).
En esta porción del Pueblo de Dios confiada al “oficio de amor” del obispo, hay diversidad de miembros, enriquecidos por múltiples carismas y ministerios, todos ellos necesarios y complementarios, para la edificación y misión de la Iglesia.
Están los laicos, a quienes, en virtud de su carácter secular, corresponde primariamente hacer presente a Cristo en todas las realidades humanas.
Está el ministerio ordenado, cuya especificidad es hacer presente a Jesucristo, Cabeza, Pastor y Esposo, desde el servicio a todos los hermanos en la fe, para que seamos luz, sal y levadura del Reino.
Está la vida consagrada, y dentro de ella la religiosa, que, aunque no pertenece a la estructura de la Iglesia, pertenece a su vida y santidad. Los religiosos tenemos como rasgo vivir al servicio de Dios de tal manera que nuestra vida, marcada por el Bautismo y ahondada por la profesión de los consejos evangélicos, sea una llamada a hacer presente a Jesucristo, nuestra meta escatológica, signo de la vida nueva y eterna para todos los creyentes y eco de la voluntad de Cristo: “ Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17, 21).
Además, es reclamo de la esencialidad de la Palabra de Dios y la oración en la vida y acción pastoral de los cristianos, de la apertura a la catolicidad y la urgencia de la nueva evangelización en los escenarios nuevos que hoy se presentan como la cultura, el fenómeno migratorio, los medios de comunicación social, la economía, la investigación científica y técnica, la política.
Sin la vida religiosa la Iglesia local sería otra cosa, pero, sin la Iglesia local, la vida religiosa no sería.

Card. Maradiaga

– Nadie me tiene que convencer del valor de la vida consagrada en la vida y misión de la Iglesia universal y local. Estoy convencido de que la vida consagrada es un signo preclaro de los bienes del mundo futuro que todos queremos alcanzar. Siempre he dicho que soy religioso por vocación y obispo por obediencia.
Creo que “Mutuae Relationes” debe ser re-visado y ampliado: no es suficiente con el concepto de superior mayor y ordinario del lugar. El nuevo concepto ha de ser el de la eclesiología del cuerpo que San Pablo nos propone y de la que todos somos responsables, por lo tanto, par-te de la vida y misión y santidad de ese cuerpo son los que profesan los consejos evangélicos, y por ello todos en la Iglesia universal y local debemos apoyarlo y promoverlo.
Hemos de favorecer las condiciones necesarias para que los institutos religiosos crezcan y florezcan según el espíritu de sus fundadores y las sanas tradiciones para el servicio de
la Iglesia y en plena comunión con todos, no solamente con el obispo. La Iglesia local se enriquece y madura cuando sus miembros reciben dones diversos, pues quieren imitar más de cerca a Cristo cuando ora, cuando anuncia el Reino de Dios, cuando hace el bien a los hombres y mujeres, cuando convive con ellos en el mundo cumpliendo siempre la voluntad del Padre.
He sido testigo del florecimiento y del decaimiento de algunas de estas formas de consagración. Florecen cuando todos observan con fidelidad la mente y propósitos de los fundadores acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también sus sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del instituto. Decaen cuando se “negocia” con la misión, el carisma y la espiritualidad propios.
Un gozo grande, para un obispo, es ver que en su propio territorio nacen institutos de vida consagrada.
Una tentación del ordinario del lugar es que todos los agentes evangelizadores le saquen “las castañas del fuego”. Encontramos en la vida consagrada esa buena mano de obra evangelizadora, sin embargo, hemos de recordar que no se le puede pedir a nadie lo que no le corresponde. Por lo tanto, los ordinarios del lugar hemos de reconocer a cada uno de los institutos de vida consagrada una justa autonomía de vida, de manera que dispongan de su propio carisma, misión y espiritualidad dentro de la Iglesia local y puedan así conservar íntegro el patrimonio propio. Pero no puedo callar el hecho de que el ordinario del lugar sufre cuando los que han optado por esa forma de vida “van por lo libre” y no son parte de la vida y misión de la Iglesia local. Los institutos de vida consagrada, precisamente por dedicarse de un modo especial al servicio de Dios y de toda la Iglesia, repito, toda la Iglesia, se hallan unidos por una razón peculiar a la autoridad de ésta.
La Iglesia local ha de conocer el carácter y fines propios de cada instituto religioso, no so-lamente distinguirles por el hábito religioso o la obra apostólica que desempeñan.
Muchos religiosos y religiosas son conocidos y amados, pero no se sabe por qué. Por eso se hace necesario que todos los consagrados ordenen su vida según el Evangelio. Así se dará más claramente razón de vida, de consagración y de misión: desde el Evangelio de Jesucristo.
La Iglesia local necesita testigos del consejo evangélico de castidad asumido por el Reino de los cielos, que es signo del mundo futuro y fuente de una
fecundidad más abundante en un corazón no dividido, lleva con-sigo la obligación de observar perfecta continencia en el celibato.
La Iglesia local necesita testigos del consejo evangélico de pobreza de aquellos que, a imitación de Cristo, que, siendo rico, se hizo indigente por nosotros, y que además de una vida pobre de hecho y de espíritu, se desprenden sobriamente de las riquezas terrenas.
La Iglesia local necesita testigos del consejo evangélico de obediencia de aquellos que se obligan, libremente, a someter su propia voluntad a Dios, a la Iglesia y a sus superiores.
Hay muchos medios de comunicación y pocos medios de comunión en el mundo de hoy, por eso, la Iglesia local necesita testigos de vi-da fraterna en común, por la que todos los con-sagrados se unen en Cristo como en una familia peculiar, como testimonio de ayuda mutua en el cumplimiento de la vocación personal y la vocación pastoral que se nos confía. Por la comunión fraterna, enraizada y fundamentada en la caridad, los consagrados son ejemplo de la reconciliación universal en Cristo en un mundo, que ya no sabe como “inventarse” nuevas formas de rencor o de falta de comunión.
Lo más evidente en la Iglesia local respecto de los religiosos es su apostolado. Éste tendría que consistir, primeramente, en el testimonio de su vida consagrada, que han de fomentar con la oración y con la penitencia.
Los institutos de vida contemplativa en la Iglesia local se configuran con Jesús, que sube a lo alto de la montaña para encontrarse, desde el silencio y la soledad, con su Padre. Estos institutos han de tener siempre una parte relevan-te en el Cuerpo místico de Cristo, en la Iglesia local, pues ofrecen a Dios un sacrificio notorio de alabanza, enriquecen al pueblo de Dios con frutos abundantes de santidad, lo mueven con su ejemplo y lo acrecientan con su oculta fecundidad apostólica. No caigamos los obispos en la tentación de que, cuando surja necesidad urgente, llamemos a miembros de estos institutos para que presten colaboración en lo que no les es propio por vocación y misión.

 

La Iglesia local se beneficia del apostolado de muchos institutos religiosos. La vida de es-tos hermanos y hermanas nos hacen entender qué significa aquello que nos dice el documento de “Aparecida”: estar en estado permanente de misión. Esta actividad apostólica ha de brotar siempre de la unión íntima con Dios. Todos sabemos que el activismo mata, empobrece y seca la vocación y la misión de la Iglesia. Los institutos de vida consagrada participan en la función pastoral de la Iglesia local cuando prestan servicios muy diversos mediante las obras de misericordia espiritual y corporal y en perfecta fidelidad en la gracia de su vocación.
El Concilio Vaticano II, en Perfectae Caritatis nos propuso releer nuestro carisma, misión y espiritualidad porque muchos habían perdido el tren de la historia. A los 50 años del Concilio, esta tarea ha de ser constante revisión de posiciones y servicios a la Iglesia Universal y local.
Por eso, los superiores junto con los respectivos obispos y con los demás miembros del instituto religioso han de mantener fielmente la misión y obras de su instituto; sin embargo, juntos, las hemos de acomodar prudentemente a la realidad de la Iglesia Local y atendiendo a las necesidades de tiempo y lugar.
Uno de los testimonios más preclaros que la Iglesia local reclama a los institutos de vida consagrada es la comunión. Por eso, todos hemos de fomentar una cooperación entre los distintos institutos y entre todos los agentes de pastoral, así como también con el clero secular, para que la coordinación de todas las obras y actividades apostólicas de la Iglesia local alcancen su fin.
No han de temer los obispos y los superiores mayores tener, siempre, un convenio escrito con la Iglesia local que les acoge. Algunos obispos y otros superiores creen que esto es “atarse de manos”. Cuando hay fraternidad, trasparencia, comunión y comunicación, nadie se ata de manos, sino que se vive en plena libertad. Por lo tanto, procuremos siempre firmar entre el obispo diocesano y el superior competente del instituto un acuerdo escrito, en el que, entre otras cosas, se determine de manera expresa y bien definida lo que se refiere a la labor que debe realizarse, a los miembros que se de-dicarán a ella y al régimen de vida y sus necesidades.
Cuando el obispo diocesano quiera visitar, personalmente o por medio de otros, durante la visita pastoral o con ocasión de un encuentro fraterno las obras de apostolado de los institutos religiosos no puede haber puertas cerradas.
Bendito sea Dios porque hay quienes entienden que no se trata solamente de imitación de Cristo o de seguimiento de Cristo. Bendito sea Dios porque algunos saben, y así lo asumen, que se trata fundamentalmente de configuración con Cristo.

Pedro Barreto

-Desde el inicio de la evangelización en América Latina, la presencia de la vida consagrada significa un impulso evangelizador y un elemento decisivo para la misión de la Iglesia hoy. Sin duda son muchas las referencias históricas al respecto.
FUNDAMENTO BÍBLICO
La experiencia del profeta Jeremías es actual para todo discípulo misionero de Jesucristo: “Mis ojos se deshacen en lágrimas día y noche sin cesar…” (cf. Jr 14, 17-18).
Se da entre nosotros el sufrimiento y la desesperanza de los pobres ante la injusticia que experimenta una gran mayoría de nuestro pueblo latinoamericano por diversas causas. Ya Gandhi afirmaba: “El mayor desastre ecológico es la pobreza”. El Espíritu llama a las personas consagradas a una constante conversión para dar nueva fuerza a la dimensión profética de su vocación. Éstas, en efecto, “llamadas a poner la propia existencia al servicio de la causa del Reino de Dios, dejándolo todo e imitan-do más de cerca la forma de vida de Jesucristo, asumen un papel sumamente pedagógico para todo el Pueblo de Dios”(Caminar desde Cristo, CIVCSVA – Roma, 2002, n.1)
Se nos invita a vivir el seguimiento de Jesús como alternativa a la actual sociedad de consumo: “De las espadas forjarán arados… no se prepararán para la guerra” (Is 2, 4).
BÚSQUEDA DEL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA
El Papa Pablo VI afirma con claridad que la clave de la vida y misión de Jesús, el Dios-con-nosotros, es el Reino: «sólo él es absoluto, todo lo demás es relativo» (EN 8). Jesús es la personificación del Reino y Él mismo nos señala en qué consiste la misión de la Iglesia: el “Kerigma”, el anuncio del encuentro con Cristo vivo, autor y consumador de nuestra fe: «Buscad el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura».
Jesús fue un apasionado del Reino de Dios porque tiene en su corazón y en su voluntad poner en práctica el querer del Padre: “Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). La vida en común de todo consagrado y consagrada debe reflejar en el mundo la misma vida de Dios Trinidad y es, en sí misma, espacio esencial de la misión evangelizadora de la Iglesia.
Jesús nos manifiesta la urgencia siempre actual de nuestra misión: “El plazo se ha cumplido. El Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15). Es necesaria la conversión continua y sostenida para ser fieles al mandato de Jesús porque: “La voz del Señor nos sigue llamando como discípulos misioneros y nos interpela a orientar toda nuestra vida desde la realidad transformadora del Reino
de Dios que se hace presente en Jesús” (Aparecida, 382).
Somos llamados a ser “discípulos misioneros” de Jesús, poniendo en práctica su espiritualidad, la “Diakonia”, desde el anuncio del Reino de Dios. Esta es la hora del anuncio comunitario de horizontes siempre alentadores del Reino de Dios, de la denuncia de las injusticias a partir de una espiritualidad místico-profética, para acompañar a “nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio” (Aparecida 396). Esta es la esencia de la mística profética de Jesús, la de todo cristiano y en especial de la vida consagrada “para que, en Él, nuestros pueblos tengan vida”.
NECESIDAD DE EXPERIMENTAR LA ESPIRITUALIDAD DE JESÚS
El estilo de vida de Jesús se manifiesta a través de su espiritualidad. Y uno de los rasgos es su profundo enraizamiento en el único Ab-soluto: Dios Padre, su Abbá y su única misión: anunciar que el Reino de Dios ha llegado a nosotros. En este sentido es muy necesario tener en cuenta las orientaciones de la Iglesia, la necesidad de vivir identificados con Jesús, centrados en Él, en su relación personal con su Padre y con el Espíritu Santo, en el corazón de la Iglesia.
ALGUNAS CONSIDERACIONES PARA LA VIDA CONSAGRADA
Uno de los aspectos que cuestionan la sociedad consumista en que vivimos son los votos con que los consagrados se comprometen a vivir los consejos evangélicos.
La virginidad ensancha el corazón en la medida del amor de Cristo y nos hace capaces de amar como Él ha amado y de servir sin medida en toda circunstancia.
La pobreza nos hace libres de la esclavitud de las cosas y de las necesidades artificiales a las que empuja la sociedad de consumo, y nos hace descubrir a Cristo, único tesoro por el que vale la pena vivir.
La obediencia pone nuestra vida enteramente en las manos de Dios para que Él la moldee y seamos instrumentos dóciles a las inspiraciones del Espíritu en la continuidad de la misión de Cristo en la Iglesia de hoy.
Misión del Obispo: acompañar y alentar a los miembros de la vida consagrada.
Recuerdo, con gratitud, las palabras de su SS. Benedicto XVI en la visita Ad Limina de los Obispos del Perú en mayo del 2009: “La Iglesia en su Nación ha contado desde sus inicios con la benéfica presencia de abnegados miembros de la vida consagrada. Es de gran importancia que sigan acompañando y animando fraternalmente a los religiosos y religiosas presentes en sus Iglesias particulares para que, viviendo con fidelidad los consejos evangélicos según el propio carisma, continúen dando un vigoroso testimonio de amor a Dios, de adhesión inquebrantable al Magisterio de la Iglesia y de colaboración solícita con los planes pastorales diocesanos”

CONCLUSIÓN
Deseo concluir esta reflexión con las palabras del Beato Juan Pablo II que expresan el sentir de Dios respecto a la vida y misión de numerosos hermanos y hermanas que entregan su vida como respuesta a su llamada:
“En estos años de renovación la vida consagrada ha atravesado, como también otras formas de vida en la Iglesia, un período delicado y duro. Ha sido un tiempo rico de esperanzas, proyectos y propuestas innovadoras encaminadas a reforzar la profesión de los consejos evangélicos. Pero ha sido también un período no exento de tensiones y pruebas, en el que experiencias, incluso siendo generosas, no siempre se han visto coronadas por resultados positivos.
Las dificultades no deben, sin embargo, inducir al desánimo. Es preciso más bien comprometerse con nuevo ímpetu, porque la Iglesia necesita la aportación espiritual y apostólica de una vida consagrada renovada y fortalecida” (JP II, VC 13).