¿”TENGO UN SUEÑO?” O “¿TENGO UN PROGRAMA?” El liderazgo del Espíritu

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Necesitamos un liderazgo que nos inspire y nos haga partícipes apasionados de un sueño y no un liderazgo que nos exija simplemente sumisión a un plan pre-establecido y nos convierta en forzados colaboradores, que solo se atienen a lo prescrito o contratado. Necesitamos líderes a quienes seguir, no por obligación, sino por deseo, no porque “tenemos que”, sino porque “queremos”.

Pero ¿cuál es el secreto de un liderazgo inspirador, movilizador, revolucionario? Simon Sinek, un estudioso de la antropología, en su libro “Start with Why” (“Comenzad con un porqué”) expuso en 2009 su teoría sobre el modo de convertirse en líderes efectivos que inspiran el cambio: él lo denominó “el círculo de oro”. Imaginemos tres círculos concéntricos: el más exterior es el círculo del “¿que?”; el intermedio es el círculo del “¿cómo?” y el más interior es el círculo del “¿porqué?”. Estos tres círculos se corresponden no con nuestra psicología, sino con nuestra biología (neocórtex, cerebro límbico). Así está estructurado nuestro cerebro, dice Simon Sinek. El liderazgo inspirador surge en el centro y se proyecta hacia el exterior. En cambio, lo que ocurre frecuentemente es todo lo contrario.

De su libro se pueden extraer frases como las siguientes:

“Si contratas a gente simplemente porque pueden realizar un trabajo, trabajarán, pero por dinero. Pero si cuentas con personas que creen en aquello en lo que tú crees, ellas colaborarán contigo aunque les cueste sangre, sudor y lágrimas”

“Martin Luther King Jr. hizo un discurso sobre “¡Tengo un sueño!”, y no sobre “Tengo un programa”

Este planteamiento, aparentemente tan sencillo y obvio, me permite reflexionar sobre la necesidad de pasar de un liderazgo convencional en la Iglesia y en la vida religiosa, a un liderazgo inspirador y alternativo. Nuestra mayor dificultad a la hora de “renacer” como iglesias particulares e institutos religiosos consiste en la falta de un liderazgo inspirador; tenemos “managers” que intentan imponer y hacer cumplir programas, nos falta el responder a una cuestión fundamental: “¿por qué?”.

EL LIDERAZGO DEL QUÉ: ¡RESULTADOS!

Existe un tipo de liderazgo totalmente volcado en la obtención de resultados. Resultados que tienen que ver con el crecimiento: crecer en número, crecer económicamente, crecer en prestigio y fama, crecer en presencia social… El liderazgo de los resultados moviliza a la gente por obligación; se sirve  del chantaje del poder (“si no te implicas en esto, ¡atente a las consecuencias!, luego no pidas favores”, “si no colaboras con el sistema, el sistema no colaborará contigo”). Quienes tienen en mente ese tipo de liderazgo, cuando piden cuentas, lo hacen únicamente en la clave de los resultados, y quienes rinden cuentas, lo hacen también en esa misma clave. Lo vemos en el ámbito de la política, en nuestros parlamentos.

Este tipo de liderazgo también está presente en la Iglesia, en la vida religiosa. Hay grupos que “crecen” en número, en múltiples actividades, que tienen economías saneadas y prósperas, que funcionan como auténticas maquinarias. Los efectos de tal forma de gobierno sorprenden, pero no ilusionan. Dejan siempre víctimas en la cuneta. Quien se mueve no sale en la foto. Los dóciles son muy bien vistos en la institución; se vuelven imprescindibles. Quienes admiran este tipo de liderazgo aducen siempre “resultados”: “¿has visto cuántos jóvenes en la JMJ? ¿o cuántos jóvenes tienen en sus centros de formación? ¡Y con carreras!   El éxito inmediato es el objetivo de este tipo de liderazgo.

Podemos decir que el 100% de las instituciones -y de las personas implicados- centran su atención en “lo que hacen” y se justifican a partir de los resultados. Quienes piensan así el liderazgo, de seguro que pronto comenzarán a pedirle cuentas al Papa Francisco: ¡resultados y menos gestos!

EL LIDERAZGO DEL CÓMO: ¡FORMAS!

Hay otro modelo de liderazgo, que se fija mucho en el “cómo”. Es frecuente este modelo. Se sirve de diseños, de las ideas del momento,  de los nuevos medios de comunicación.  No solo interesan los resultados (el “qué”), sino -sobre todo- interesa el modo, la forma (el “cómo”).

Estamos en un tiempo en el cual la sensibilidad  humana está cambiando profundamente. No solo hay que informar, es necesario realizar las cosas con un estilo tal que afecte a los sentimientos, que guste, que responda a las innovaciones necesarias. Ahí tenemos el liderazgo que quiere venderse bien a través de un cuidado marketing. Se hace, por ejemplo una campaña en contra del aborto, que puede resultar espectacular, pero muy poco eficaz. Se buscan diseñadores capaces de hablar a los sentimientos.Se “copia” aquello que parece interesante. Se utilizan nuevos medios de comunicación (ipods, o ipads, smarphons con sus diversas posibilidades), se presentan los planes de gobierno en preciosos diagramas, se hacen de ellos preciosas presentaciones. La gente asiste al espectáculo ofrecido, pero ¿se siente movida a implicarse en algo diferente?

Podemos decir que un tanto por ciento de las instituciones y la personas centran su atención en “cómo lo hacen”. Cuando los resultados no son del todo satisfactorios, se reconoce al menos que “se ha hecho todo lo que se ha podido”. Pero las instituciones y sus líderes se mantienen en el nivel del “cómo”.

El Papa Francisco es un experto en el “cómo”: sus gestos de cercanía, su forma de aparecer, de relacionarse, está indicando un cambio en el “cómo”. La pregunta que uno se hace es: ¿ese cambio en el cómo es suficiente no ya solo para mejores resultados, sino ara crear una corriente de transformación, de sueños posibles en los cuales todos nos sintamos implicados?

Dentro de la vida religiosa tenemos nuevos equipos de gobierno que han revolucionado el “cómo” ante la admiración de las viejas generaciones que reconocen no saber presentar las cosas así. Surge, sin embargo, la cuestión: ¿y todo eso, para qué?

El “qué” y el “cómo” no bastan: ni siquiera son el camino. Hay que llegar a ellos pero en dirección opuestas: desde el “¿porqué?” hacia el “¿cómo?”, para llegar al “¿qué?”.

EL LIDERAZGO DEL PORQUÉ: ¿HACIA DÓNDE NOS LLEVA EL ESPÍRITU?

Muy poca gente se pregunta porqué hace lo que hace y también muy pocos líderes. Aunque no se esté del todo convencido, se sigue haciendo lo que se hacía. La pregunta por el “¿porqué?” resulta incómoda, peligrosa, rompedora con el pasado. Por eso, las instituciones tiende a evitar esas preguntas radicales.

La pregunta del porqué es, sin embargo, formulable en auténtica clave teológica, así: ¿Cuál es nuestra misión? ¿Quién determina nuestra misión? ¿Cuál es nuestra razón de ser? ¿Porqué es importante para el mundo, para la sociedad, nuestra iglesia, nuestra congregación, nuestra comunidad? ¿A qué estamos llamados? Ningún instituto, o comunidad tiene vocación de fotocopia. La pregunta por esa identidad es vital.

Este es el liderazgo que responde a una vocación, a una creencia. Lo que se pretende no es “ganar el mundo entero”, sino “salvar el alma, la vida, la inspiración”, realizar un sueño. Sólo la fe mueve montañas. La fe requiere el “no dudar” para no hundirse.

A veces vemos cómo la vida religiosa se re-organiza; y se producen cambios manifiestos en las configuraciones geográficas y personales; se implican mucho los líderes en descubrir el “cómo”: tienen en cuenta otras experiencias, otros modelos y se identifican con aquellos que les parecen más convincentes y aplicables al propio instituto. La pregunta que se olvida -de hecho-, o la que aparece solo en el papel, sin mayor repercusión, sin convertirse en una cuestión generadora, es “el ¿porqué?”. Fijemonos adónde puede llevar un liderazgo sin un serio ¿porqué?

El descubrir el “porqué” tiene mucho que ver con la inspiración, no simplemente con un proceso discursivo. La innovación necesaria en determinados momentos es concedida como carisma, como don. Quienes se dejan llevar por la auténtica inspiración, por los sueños aparentemente imposibles, por una causa, una creencia, un ideal, fácilmente encuentran otros soñadores o soñadoras que compartan el sueño, que “deseen” participar en su realización. Lo importante para ellas y ellos no es planificar inmediatamente, sino dejar que el sueño los movilice hacia lo imposible.

El liderazgo del porqué introduce en las instituciones, en las organizaciones preguntas y respuestas innovadoras, capacidad para descubrir milagros y no focalizarse en los problemas.

Los líderes inspiradores, las organizaciones inspiradas -independientemente de su tamaño, de su ubicación- no dan la primacía a los resultados, para después preguntarse por el cómo y finalmente el porqué, sino que parten del porqué para descubrir después el cómo y finalmente los resultados. Desde dentro hacia afuera.

Lo que más nos debe preocupar en el liderazgo de la Iglesia actual, en el liderazgo de la vida religiosa no es, ni los resultados, ni el cómo, sino descubrir el “porqué” de nuestras instituciones religiosas en el momento actual del mundo. En el Concilio Vaticano II se formuló esta pregunta: ¿Iglesia, qué dices de ti misma? Hoy la cuestión es diferente y más compleja: ¿Iglesia, qué dice “los otros” de ti? ¿Iglesia, hacia dónde te lleva el Espíritu? ¿Qué es lo que te dice el Espíritu en este momento?

Dudo mucho que la respuesta adecuada a esta cuestión tan fundamental la pueda dar una sola persona, ni siquiera un grupo aristocrático de líderes. Creo que llega el momento en que solo escucharemos la voz del Espíritu tras un esfuerzo revolucionario por instituir una gran asamblea de hermanos y hermanas, que representen todas las formas de ministerio y de vida; dispuestos no a imponer las propias ideas, privilegios y reivindicaciones, sino a escuchar lo que el Espíritu le dice a la Iglesia hoy. Y lo mismo cabe decir, a la vida religiosa. No es cuestión de que se salven algunas congregaciones o institutos de la casi cierta desaparición, sino que se salve la vida religiosa en su conjunto, a partir de un “nuevo sueño compartido”.