HONRAR A TUS MAYORES

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(José Tolentino de Mendonça). Un hecho al que no debemos acostumbrarnos es que en la información sobre las víctimas de la pandemia esté vinculada a su edad y a la explicación de que estaban afectadas por otras patologías. No nos damos cuenta, pero con ello rebajamos irreversiblemente algunos logros de ese precioso patrimonio común que llamamos civilización. No discuto que la intención pueda ser buena, porque supuestamente tiene como objetivo dar serenidad a los otros segmentos de la población. Pero hay que cuestionar ciertas serenidades inducidas, sobre todo si refuerzan la vulnerabilidad aquellos que ya tienen que soportar tanto. Es fundamental que nuestras sociedades tengan claro que hay cosas peores que la infección del virus Covid-19. Si los viejos se reducen a números, y a números con poca relevancia humana y social, podemos incluso superar la crisis sanitaria, pero nos reduciremos como comunidad. Rotarán las estaciones. A esta primavera le seguirá otra, tal vez más risueña, más distendida y más extendida. Pero nunca volveremos a respirar de la misma manera.

Se trata de entender que no envejeces para morir. Pienso en la extraordinaria y precisa forma en que el Libro del Génesis describe el viaje del patriarca Abraham: «Abraham expiró… viejo y lleno de días» (Gen 25,8). Envejecemos para saciarnos de la vida y así sentimos que, aunque sea escasa o vacilante, la vida es el milagro más asombroso, indecible y pródigo que nos ha tocado en suerte. Con razón, James Hilmann escribió: «Envejeciendo revelo mi carácter, no mi muerte. La vejez es un laboratorio de la vida presente y no solo de la vida pasada, una escuela donde se profundiza el significado de la esperanza y el amor. Cuando estos sentimientos, ya despojados de la contaminación de los cálculos, lejos del afán engañoso de las metas que nos hemos fijado, finalmente revelan su naturaleza. Lo que es el amor en sí mismo y lo que es la esperanza sin más los ancianos lo saben mejor.

Hace cien años, a principios de la década de 1920, Max Weber escribió que, a diferencia de las generaciones anteriores, «los hombres ya no mueren saciados de vida, sino simplemente cansados». El dogmatismo con el que nos enfrentamos hoy a la productividad, la eficiencia y el consumo nos ha convertido en una sociedad desconectada de dimensiones esenciales. Tenemos que reconciliarnos con la vejez.