Nadie piense que se trata de una maldición pronunciada por el Señor; es simple constatación de lo que lleva consigo la confianza del hombre en el hombre: “quien en la carne pone su confianza apartando su corazón del Señor”, ése transforma en desierto el paraíso, en sequedal la tierra prometida, en luto la fiesta de la vida.
No es una doctrina: es una historia. Es la historia de los padres en el paraíso, es la historia de Caín, es la historia del pueblo de la Antigua Alianza, es nuestra propia historia de pueblo de Dios, tentado siempre a poner el corazón en el dinero, en el poder, en los propios intereses, lejos de Dios.
“Maldito quien confía en el hombre”: en nombre de supuestos derechos, en nombre del propio poder, en nombre de sí mismo, por ser él quien es, va llenando de muertos los caminos, va amargando de lágrimas los hogares, va transformando en un desierto la tierra de las esperanzas.
“Maldito quien confía en el hombre”: lo suyo será la muerte. No tendrá que saber a quién dispara, lo suyo será disparar, no importa que sea sobre la inocencia de los niños, sobre el dolor de las madres, sobre los sueños de todos…
“Maldito quien confía en el hombre”: habéis echado sal sobre vuestras vidas, habéis echado horror sobre vuestro descanso, ya sólo podéis huir de vosotros mismos sin que jamás lo consigáis, como Caín. Mientras vosotros seáis vuestro dios, la muerte será vuestro compañero, vuestra sombra, vuestro destino.
“Maldito quien confía en el hombre”: “Apartaos de mí, malditos”… No seré yo quien lo diga; y pido no ser yo quien lo escuche dirigido a mí…
Lo dirá el Rey, y dirá también el porqué: “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber”; fui emigrante y pusisteis vallas en mi camino, pusisteis trampas mortales en la que quedase atrapado, me empujasteis sin piedad a morir de sed en el desierto, de frío bajo el invierno, ahogado en el mar, abatido a tiros en las fronteras de vuestro banquete, enfermo a las puertas de vuestra casa.
Ni siquiera me atrevo a recordar que puedes cambiar en bendición la maldición, que aún puedes amar, porque todo me dice que despreciarás ese recuerdo salvador, y continuarás poniéndote a ti mismo, por encima de cualquier otra consideración. Continuarás poniéndote a ti mismo en el lugar de Dios. Continuarás confiando en el hombre.
Entonces, para mí y para ti, el salmista insistirá: “Serán paja que arrebata el viento”. Y empiezas a intuir llenas de verdad las palabras del evangelio: “Dichosos los pobres… los que ahora tenéis hambre… los que ahora lloráis”…
He de escoger entre el rico epulón y el pobre que, cubierto de llagas, está echado a su puerta. He de escoger entre el guardia que dispara y el niño que muere con una bala en la cabeza. He de escoger entre el usurero que exprime al hambriento y el hambriento que busca pan. He de escoger entre quien crucifica y los crucificados. He de escoger entre el hombre y Dios.
Si hoy comulgo, se entiende que escojo el camino del Hijo, el camino de Jesús, el camino del que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, el camino de los pobres.. Si hoy comulgo, se entiende que escojo el camino de la confianza en el Señor, el camino de la mirada compasiva sobre el sufrimiento humano, el camino de ser bendición para los pobres, el camino de ser bendito para Dios. Si hoy comulgo, se entiende entrego a Dios mi corazón.. Si hoy comulgo, se entiende que escojo la bendición. Pero he de escoger.
Feliz domingo. Feliz encuentro con la bendición de Dios.