Gol de gloria desde el dolor de la cruz

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LA SERENA LLORA A SUS HIJOS

La vida y la muerte son milagro y misterio. Hace unos días, Isabel -madre de una niña muy pequeña-, al hablar de su hija, utilizaba la palabra milagro: ver a una persona en sus manos que ha salido de su seno, le parecía un milagro. Hoy, al ver cómo tiembla Badajoz, mi ciudad, pienso que así lo sentirían estos padres jóvenes al ver nacer a los cinco adolescentes que han muerto cerca de Castuera, naturales de Monterrubio y la Nava, de la zona de La Serena en Badajoz. Cinco chicos en plena vida, que sabían jugar con ella, han sido truncados por un accidente; han jugado el último partido de su existencia y parece que ha sido la muerte la que les ha ganado a ellos y a toda La Serena, que llora la muerte de sus hijos.

Hoy no se habla de milagro, sino de misterio en el dolor. Misterio que va a permanecer sobre los seres queridos de estos chavales durante toda la vida porque, como dice la Biblia, “el último enemigo vencido será la muerte”.

Nos desconcierta y nos rompe la muerte que se adentra inesperadamente y nos roba aquello que consideramos bienes preciados y únicos. Para mí ha sido muy iluminador en este sentido el contacto con padres que han visto morir a sus hijos, el acompañarles y, de un modo especial, la Asociación “Por Ellos” -nacida para vivir juntos el dolor de los hijos queridos que se fueron y no se quieren olvidar-. Es cierto que cada familia tendrá que vivir su propio dolor y la ausencia del ser amado, y que sólo podremos acompañarles en el silencio y en la lejanía de un sentimiento que, aunque nos duele, no podemos compartir; sólo acompañar, estar, sentarnos al lado, porque es único en sus corazones.

Juntos, se podrán unir entre ellos y no romper el equipo que sus hijos formaban, incluso asociarse a otros que ya jugaron en la liga de la vida y supieron de muerte, tendrán el mismo sentimiento y podrán elaborarlo juntos. Pero lo que sí podemos es reflexionar juntos sobre el sentido de la vida, abrirnos a las preguntas más profundas de la existencia, hacerlo todos y al mismo tiempo. Es el momento, cuando encontremos la serenidad, de cuestionarnos qué es lo más importante de nuestras vidas, lo que merece la pena, aquello por lo que vale la pena vivir y morir. Y ahí, en ese sentimiento perdido y encontrado, atisbaremos posibles caminos para vivir el dolor de la pérdida y la separación de los que queremos y, brutalmente, se nos van.

Sólo el amor verdadero y auténtico puede fundamentar la vida de lo humano. El amor es el motor de la existencia, aunque hoy en La Serena esté herido y sumido en un llanto interminable. Ha sido el amor quien ha dinamizado todas vuestras existencias, la de los padres y las de los hijos, el que hoy nos hace llorar a todos en nuestro interior, el que reclama sentido y justicia ante el misterio. Él es quien quien proclama que la vida tiene sentido y merece la pena, incluso aunque seamos mortales. Y en el amor, en esa herida que, a veces, cuesta tanto ver cicatrizar, aprendemos hasta de la muerte: ella nos hace conscientes de que somos criaturas y no dioses, somos temporales y no eternos, que cada momento es único e irrepetible, que cada ser humano tiene un valor absoluto y no es sustituible. Pero es el mismo amor, quien se enfrenta a la muerte y nos dice que él es más fuerte y que acabará imponiéndose, quien nos invita a soñar esperanzados que estos jóvenes, aparentemente han perdido en el partido de la vida y les ha ganado la muerte, pero que realmente han sido seleccionados para el equipo de la gloria y ahora sí que serán vencedores en Él –el crucificado que ha resucitado-, quien ha ganado el partido de la vida en la resurrección, humillando y pasando por encima de la mismísima muerte.

Sé que en estos momentos en que la familia y el pueblo viven en la angustia de Job, del dolor sin razón, no debe haber palabras, sólo silencio, acompañamiento y gestos en el abrazo y el beso dolorido. Pero en el silencio de este día siento que un texto se repite sin cesar en mi interior, y que necesito escucharlo mil veces: “Nada podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nada, ni siquiera la muerte”. Necesito creer que están jubilosos en el corazón del Padre y que ya le han marcado más de un gol a Jesucristo en la portería de la alegría y el júbilo de una juventud eterna. Por eso, quiero ser grada de aplauso y jugador número doce junto a toda su familia y sus seres queridos. Deseo que todas esta lágrimas queden enjugadas por el consuelo y, sobre todo, por la esperanza de que habrá un mundo nuevo –un equipo nuevo- en el que ya no habrá llanto, ni dolor, ni luto, porque la muerte ha sido vencida para siempre.

Espero y creo en el gol de la victoria final, y lo hago ataviado de verde, blanco y negro, con el escudo del equipo de La Serena adornando mi pecho y con el mismo afán con que ellos jugaron –y ganaron- su último partido.