Pases por donde pases en Roma te encuentras alguna ruina arqueológica. En cualquier esquina tropiezas con restos de un pasado glorioso que forma ya parte de la historia. Y, en medio de las ruinas, proliferan gatos gordos (aunque Garfield diría, más bien, que son “anchos de huesos”). Están pasaditos de peso porque los turistas se entretienen dándoles de comer y han perdido la agilidad necesaria para correr detrás de su propio alimento.
Cada mañana paso por la plaza Vittorio Emanuele y pienso en que no me gustaría ser como esos gatos: guardianes de ruinas que fueron majestuosas en algún momento, animales con sobrepeso que han perdido toda capacidad de reacción rápida y que acaban domesticados por los visitantes, incapaces de reaccionar con rapidez a lo que sucede alrededor.
Protagonistas estáticos de una estampa del pasado. Los religiosos y religiosas ¿acabaremos convertidos/as en gatos romanos.