FELICIDAD Y SALVACIÓN

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Dios nos ha creado para que seamos felices: es la vocación fundamental del hombre. Consiste y se concentra en el amor. Dios no nos ha creado para sufrir. Aunque la vida humana comporta también reveses inevitables. La tierra no es un paraíso; pero tampoco es un infierno. Jesucristo nos ha hecho vislumbrar y saborear que la felicidad plena se anticipa ya aquí. En su vida, muerte y resurrección nos ha incluido y nos ha asociado a su destino. Estamos bajo el dinamismo de la salvación.
Acontece, sin embargo, que la experiencia de necesitar y recibir salvación se ha vuelto extraña para muchas personas en nuestra sociedad. En cambio la idea de la felicidad está muy presente en la cultura actual. Merece la pena intentar vivenciar y pensar la salvación mediante la experiencia de la felicidad.
La auténtica prioridad de los bautizados es la búsqueda de la salvación… Estamos llamados a ser imitadores de Dios, en la misericordia, en la perfección del amor y en la bienaventuranza. Dios es feliz. Su felicidad como su amor es difusiva; nos hace felices.
Revela su gloria haciendo que el ser humano viva y sea feliz.

Actualidad del tema
La felicidad es un tema de actualidad permanente. La palabra aparece con mucha frecuencia en las secciones de sociedad de los periódicos. Entre los famosos es muy acariciada la felicidad. Otra cosa es lo que pueda significar. Todas las personas aspiran a ser felices. Es una aspiración común. Está en la calle, en los libros de autoayuda, en las propuestas espirituales1, en los anuncios de Coca-Cola. Esta empresa tiene un instituto para investigación sobre la felicidad.
Por su parte, el instituto Gallup investiga el nivel de felicidad de los distintos países. Según el informe del mes de julio de 2010, los habitantes de Dinamarca son los que se sienten más felices. España ocupa el puesto 17 del listado europeo, y el 47 del ranking mundial. La misma investigación ha descubierto que las personas casadas son más felices que las solteras, debido a la estabilidad emocional y doméstica, al sexo y al ocio. En cualquier caso, se pone de relieve que la felicidad tiene que ver con algunas dimensiones de la vida. El amor es el primer ingrediente de la felicidad, según la opinión mayoritaria de los españoles.
Siguiendo la convicción de la unidad psicosomática del ser humano, la investigación destaca otro aspecto: la felicidad influye positivamente en la salud de las personas, según el 95% de los españoles. Existe una íntima conexión entre el sentimiento de felicidad y la salud tanto física como emocional.

Las píldoras de la felicidad
Desde una perspectiva histórica y religiosa se puede observar que en épocas anteriores la búsqueda de la felicidad humana se vivía dentro del horizonte de la salvación. La promesa de la salvación eterna tenía un gran influjo social a la hora de configurar la vida presente. Trabajar por la salvación eterna, esperar la felicidad de la vida plena era una fuente de motivación y energía humana. Sostenía enhiesta la vida aun en medio de las carencias y de las adversidades.
En la sociedad actual el espacio de la vida humana ha perdido, para muchas personas, el horizonte la esperanza en la salvación. Esa categoría de profunda resonancia religiosa y antropológica se ha desvanecido. En el laberinto de la sociedad actual todo acontece muy deprisa; las relaciones sociales son fortuitas y efímeras. Se vive y se sufre la masificación y la fragmentación.
En este contexto social e histórico es explicable que la permanente sed humana de felicidad se ha acrecentado y acelerado. Hay que ser felices, y serlo cuanto antes. No hay tiempo que esperar. Desde esa vivencia del tiempo de la vida presente como único tiempo seguro se iluminan otros datos que nos dan las estadísticas. No dicen que ha subido mucho el consumo de ansiolíticos y antidepresivos. Hasta un 16% de la población tomó algún tipo de psicofármaco en el año 2009. Se pretende la felicidad en píldoras; de hecho, se llaman “píldoras de la felicidad”.

Anatomía de la felicidad
La experiencia de la felicidad está siendo objeto de gran interés y curiosidad para distintas disciplinas, más o menos científicas. Pete Cohen y su equipo de psicólogos buscan y proponen la fórmula para medir la felicidad combinado las actitudes personales con las necesidades prioritarias como son: la salud, la seguridad económica, la amistad… Otros ofrecen recetas para lograrla.
Hay quien se dedica a estudiar el cerebro humano para descubrir la “anatomía de la felicidad”, a base del análisis de las sensaciones placenteras: hormonas (adrenalina, endorfinas, oxitocina) y neurotransmisores (serotonina, dopamina, noradrenalina).
Para otros la búsqueda de la felicidad se expresa en el interés por recorrer nuevos caminos. Muchos cursos de ayuda y de auto-ayuda se ofrecen bajo el señuelo de la felicidad. No hay más que asomarse a las páginas de internet.
Pero la cuestión de fondo sigue siendo cómo entiende cada uno el contenido de la felicidad. La pregunta es: ¿En qué consiste para mí la felicidad? ¿Qué necesito para ser feliz? ¿Dónde se encuentra eso que necesito? ¿Existen las personas felices? ¿Cómo viven? ¿Cómo piensan, actúan y sienten?
Hace poco sorprendió a los periodistas la noticia de que la persona más feliz del mundo era un monje budista, de origen francés.

El contenido de la vocación fundamental
En el imaginario colectivo, la felicidad es el símbolo del sentido logrado de la vida humana. Una vida no acosada por los problemas y urgencias que la vida diaria tiene para la mayoría de los mortales: limitaciones del deseo, carencias, adversidades, enfermedades. Ciertamente la felicidad es un sentimiento subjetivo, personal, concreto; es una actitud ante la vida, en gran medida. En ese sentido no está lejos; no hay que buscarla fuera. Está dentro de cada uno de los seres humanos. Así lo expresaba ya Erasmo de Rotterdam cuando decía: “La esencia de la felicidad consiste en que aceptes ser el que eres”.
Pero no consiste sólo en eso. Es cierto que no se compra ni se vende. Es cierto que no reside en los éxitos y logros sociales. Pero es un desafío al desarrollo del sujeto humano. Sin ello tampoco existe la felicidad.
Cada ser humano está constituido por un conatus, una voluntad y coraje de existir. Esa faena del vivir humano se despliega como una ineludible escisión entre las experiencias y las esperanzas, entre los deseos y las manos, entre el presente y el futuro. Esa división que habita constitutivamente al ser humano es una amenaza permanente contra la vida feliz. La buscada felicidad se concreta al menos en el logro de estas tres dimensiones:
– Perseverar en el ser aun en contra de las amenazas de la muerte y del dolor de la finitud.
– Perseverar en la dignidad aun en contra de las amenazas de la utilización y la anulación.
– Crecer en la fecundidad de la vida y aspirar hacia la plenitud.
Si se mira más detenidamente el contenido de la felicidad humana, se ve que hay muchas imágenes de felicidad. Tal vez cada uno tiene la suya. Pero, sin duda, también hay coincidencia en algunos elementos. La felicidad implica:
– Encontrarse a sí mismo: conocerse a sí mismo, tener ganas de conocerse, tener entusiasmo e interés por la vida; tener capacidad de gozo incluso en las pequeñas cosas de la vida: la comida, el saber, la estética, el viajar, la lectura…“Sólo hay una condición para realizar nuestros sueños de felicidad: despertar”.
Un proyecto de vida coherente que incluye la creatividad y el ocio…Un proyecto de vida que tiene sentido. Que confiere ganas de vivir, de gustar y saborear la vida. Sin experimentar el sentido del vivir, la vida misma se vuelve tediosa, aburrida.
Una misión en la vida: ser significativo y fecundo para alguien. La existencia personal no es puramente individual; se recibe de otros. Se vive gracias a otros; se alimenta y se mantiene gracias a otros que han entrado a formar parte del tejido de la vida. Por eso la fecundidad personal es un ingrediente de la felicidad; alguien se beneficia de que “yo” exista. El mundo no será exactamente igual cuando lo deje que cuando lo recibí. La misión tiene una dimensión personal. Cada uno es único e irrepetible.
Vivir relaciones interpersonales de amor dado y recibido. El amor como síntesis de todas las necesidades humanas es un ingrediente necesario de la felicidad. Todos necesitamos dar y recibir amor para vivir la felicidad.

Somos responsables de nuestra felicidad…
Esto no quiere decir que la felicidad sea una obligación, según nos recuerda Pascal Bruckner en su obra “la euforia perpetua”, a la que estamos condenados; de suerte que el que no es feliz no tiene más remedio que verse frustrado, o juzgar que es torpe, porque no es capaz de conseguir esta obligación fundamental: ser feliz. Vivimos en una sociedad que nos repite de mil maneras que tenemos derecho a ser felices, nos promete que no vamos a tener problemas ni desgracias, que en nuestra sociedad todo tiene que tener solución y, además al instante. Como esto no sucede vienen las insatisfacciones y las angustias, contra las cuales no sestamos vacunados. Amenaza con convertirse en una pandemia de la sociedad actual. No se está entrenado para gestionar la adversidad y para afrontar las frustraciones sin renunciar a la felicidad.
No es fácil asumir nuestra propia libertad y responsabilidad. No es sencillo alcanzar la felicidad. Pero se trata de un desafío fundamental al que no se puede renunciar en la vida. Existen, sin embargo, muchas formas de abdicar de la responsabilidad de ser felices:
– Echar la culpa a otras personas de la propia infelicidad: estructuras, educación, familia, comunidad. Las demás personas pueden ayudar o entorpecer nuestra felicidad. Pero no son responsables de nuestra felicidad ni de nuestra infelicidad. Hay quienes que se hacen víctimas y se pasan la vida culpando a otras (padres, superiores…) de que no las han dejado estudiar lo que querían, de que las destinaron donde no querían…. Y eso se convierte en excusa para no responsabilizarse de su propia felicidad durante todo el resto de la vida.
– Tener ideas y creencias inadecuadas que nos dejan siempre insatisfechos y nos impiden ser felices. Tal como; no tengo derecho a ser feliz; estoy destinado a ser desdichado…
– Renunciar a la misma llamada de la felicidad. Porque la felicidad es esquiva y la búsqueda dura toda la vida, hay quien renuncia a ella en el camino. Se convence de que no la necesita, de que ya ha logrado ser todo lo feliz que se puede ser y que la condición humana no da de sí para más.
– Hacer consistir la felicidad en realidades que no alimentan la vocación a la felicidad. La hoja de ruta está mal trazada. Se va por caminos equivocados. Se logra una cierta sensación de bienestar, de éxito social, tal vez de admiración. En el fondo se descubre que es un sucedáneo de felicidad.
Otras formas de abdicar de la responsabilidad de ser felices es la nostalgia y la ensoñación. Por la nostalgia se sitúa la felicidad en el pasado: entonces si que era la gente feliz. Por la ensoñación se coloca la felicidad en el futuro condicionado: por ejemplo, cuando no tenga que trabajar será feliz. Tanto la nostalgia como la ensoñación son ladronas que roban la felicidad presente.
Refugiarse en los sueños diurnos para evadirse de la realidad e intentar ser felices en la imaginación. Toda creación y ficción artística constituye, de suyo, una rebelión contra la realidad. Es una forma de protesta contra la monotonía y el sufrimiento. Inventando otros mundos o simplemente entrando en los mundos imaginados por otros mediante el cine, la literatura, el arte, uno busca consuelo de la propia infelicidad. O bien, según los casos, se compromete a luchar por ella.

El sueño de Dios es que seamos felices
El sueño de Dios es la felicidad de los mortales. La felicidad está en nuestras manos; la ha puesto en nuestra historia de salvación. La felicidad se consigue si persistimos en su búsqueda. No es una cuestión de destino, o de suerte, o de origen familiar y cultural…
La felicidad es personal: a medida de cada persona. No reside en imitar a otros, en querer reproducir el modelo de las personas exitosas, ricas, poderosos. Los modelos felices nos guían hacia la felicidad. Pero yo soy yo. Y está bien que sea así. Yo procedo como el que soy. “Si logro ponerme en perfecta sintonía interior conmigo, agradecer las cualidades que Dios me ha dado y reconocer mis innegables limitaciones, entonces presiento en qué consiste la felicidad. Más aún, puedo afirmar: “Soy feliz, soy el que soy, y está bien que sea así”2. Entonces saboreo la vida, entonces experimento la felicidad.
Bertrand Russel en su libro “la conquista de la felicidad” describe las formas de felicidad según la cultura de las personas. La felicidad de las personas que tienen una cultura superior es diferente de las personas que tienen una cultura campesina, o deportiva.
La felicidad del artista está en la creación.
La felicidad del científico en la comprensión.
La felicidad de los revolucionarios en la transformación.
La felicidad del campesino en la naturaleza.
La felicidad de los que creen y luchan reside en tener una causa para ello.
Lo cierto es que en esta reflexión el filósofo no ahonda en la realidad humana de felicidad. La hace equivalente a satisfacción… Disfrute… placer. Es el gozo de hacer lo que a uno le gusta. Pero eso es quedarse al inicio del camino.

Hijos de un Dios feliz
La reconciliación entre la felicidad y la salvación no está lograda entre los cristianos hasta que no se tenga una imagen del Dios feliz. En la trayectoria bíblica hay muchas imágenes de Dios. Algunas son incompatibles con la felicidad humana, pero están superadas dentro de la misma Biblia. Con respecto a esas imágenes de Dios estamos obligados a ser ateos. El Dios de la alianza muestra su amor entrañable hacia los hombres en el rostro de de su Hijo.

Jesucristo, un hombre feliz
El Jesús que nos presentan los evangelios muestra permanentemente un sentimiento sereno y agradecido de la vida. Vive apasionado por el reino del Padre. Jesús es un hombre abierto y cercano a las personas; tiene una enorme capacidad de relación. Muestra una infinita confianza en las personas que se encuentra, sea cual sea su situación existencial. Es el portador definitivo de buenas noticias. Trae la liberación de la vida dañada. El evangelio de la salvación llega hasta las barreras y las fronteras humanas. Su tiempo es tiempo de alegría. Es la fiesta de la boda. Jesús nos invita a entrar en la nueva vida de filiación y fraternidad. Las bienaventuranzas son el camino de la felicidad.
Hay que tener en cuenta que las bienaventuranzas son un auto-retrato de Jesús. Jesús es el bienaventurado. Él personaliza dichas actitudes. Es el pobre; es el manso y el que conoció las lágrimas; es el misericordioso y el limpio de corazón. Él es nuestra paz.

1 Cf. Luis Rojas Marcos, Nuestra felicidad, Madrid 2006. Eduardo Puniste, El viaje a la felicidad, Barcelona 2005. Bertrand Russel, La conquista de la felicidad, Madrid 2003. Julián Marías, La felicidad humana, Madrid 1989. Aldous Huxley, Un mundo feliz (1932).
2 Cf. Anselm Grün, El libro del arte de vivir. Santander 2003, p. 14. Sal Terrae.