Es una cuestión de amor

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En el último domingo del Año Litúrgico, la Iglesia celebra la “Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo”. Dicho con la sencillez del pueblo fiel: celebramos la fiesta de “Cristo Rey”.

No preguntes a nadie el significado que, referida a Jesús, tiene la palabra “Rey”. Para ti, esa palabra sólo tendrá el significado que le dé tu fe. Y, aunque todos a una digamos: “el Señor es Rey”, esa confesión tendrá en cada uno de nosotros un significado diferente.

Hoy quiero acercarme a lo que significa para mí el nombre de “Rey”, que doy a Cristo Jesús.

Si me pregunto qué digo cuando digo “Jesús”, la fe evoca lo que ese nombre significa para ella: “Dios Salvador”, “el Mesías”, “el Señor”; “Luz para alumbrar a las naciones, y gloria de su pueblo, Israel”; “Enmanuel –Dios con nosotros-”… La fe evocará también lo que Jesús dijo de sí mismo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida”; “yo soy la resurrección y la vida”; “yo soy la luz del mundo”; “yo soy el buen pastor”…

Pero habré de preguntarle al fuego –me diría el Papa Francisco-, si quiero saber lo que significa para mí el nombre de Jesús; habré de preguntarle al corazón, y buscar allí, a la luz del fuego, la verdad de las palabras.

Iluminadas por el fuego, las palabras pasan de ser conceptos a decir lo que Cristo Jesús es para nosotros, lo que nosotros somos para Cristo Jesús. Entonces, para mí, él es “mi Señor, mi Dios”, “mi Salvador”, “mi Redentor”, “mi Luz”, “mi Resurrección”, “mi Vida”, “mi Bien, todo Bien, sumo Bien, Señor Dios, vivo y verdadero”: “¡Mi Rey!” Y para él, nosotros somos “los” pequeños “que él ama, los que él ha librado de los pecados por su sangre, los que él ha convertido en un reino y ha hecho sacerdotes de Dios, su Padre”.

Si a Cristo Jesús le digo: “Mi Rey”, las palabras evocan una historia de amor, un amor hasta el extremo, un amor crucificado. Si le digo: “Mi Rey”, esas dos palabras son confesión de amor recibido, de amor prendido en quien lo recibe, de amor encendido en nuestro corazón para que nunca se apague…

Cristo Jesús es nuestro Rey porque él es el amor que nos salva…

Nosotros no preguntamos si Jesús es el rey de otros -¡ojalá todos conocieran el amor con que Cristo Jesús los ama!-, sino que lo declaramos “Rey nuestro”.

“Todos los bienaventurados admiran la belleza de este Rey; su amor enamora, su contemplación reanima, su benignidad llena, su suavidad colma, su recuerdo ilumina suavemente, su perfume hará revivir a los muertos, su visión hará dichosos a todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial” (Clara de Asís).

Reconozco a mi Rey en su cuerpo eclesial, en su cuerpo eucarístico, en la vida de los fieles, en la vida de los pobres.

En esos sacramentos, Cristo Jesús es mi Rey,

A ese Rey quiero servir, a él solo quiero seguir y obedecer, a él solo quiero amar, en sus pobres, en sus fieles, en la eucaristía, en su Iglesia.

Es siempre una cuestión de amor. Es sólo una cuestión de amor.