El poder corrompe. Y el poder absoluto, corrompe absolutamente. Todo poder. El religioso también. Es llamativo que, casi en cada página de los evangelios, Jesús advierta a los suyos contra los dos grandes peligros que impiden ser discípulo suyo: no el sexo, sino el poder y el dinero, las dos caras de la misma moneda. Lo que pretenden los poderosos es conservar el poder. Unos lo hacen con métodos más burdos y otros con métodos más refinados. Los refinados son más tolerables. Método refinado es no pretender perpetuarse en el poder, porque el intento de perpetuarse puede ser contraproducente.
De ahí que sea provechoso, para la buena marcha de la sociedad, poner límites al inevitable poder. En los sistemas políticos modernos, el control del poder se ejerce de varias maneras. Una, mediante el reparto de poderes (judicial, legislativo, ejecutivo y, en algunos lugares como España, el poder moderador del jefe del estado). Otra, la convocatoria periódica de elecciones. Otro modo de limitar el poder es poner plazos a su ejercicio: en los Estados Unidos el presidente no puede ser elegido por tercera vez consecutiva.
En muchas instituciones hay cargos vitalicios. Me parece sano que las personas que los ejercen tomen la decisión de dimitir. Benedicto XVI fue un ejemplo que llamó la atención. El rey Juan Carlos es otro ejemplo. Aunque dada la situación compleja de la Iglesia, en el momento de la dimisión de Benedicto XVI, y dada también la situación compleja de España, estas dimisiones fueron en el caso del Papa y puede ser en el caso del rey, la oportunidad de insuflar nuevos aires e ideas, y la oportunidad de soltar lastre. De algún modo, aunque por distintos motivos, ambos personajes estaban lastrados por corrupciones que les afectan de cerca, y de las que seguramente han sido víctimas. Hay que agradecer al rey Juan Carlos sus buenos servicios a la democracia. Y desear que el próximo rey, Felipe, continúe esta línea de servicio a los ciudadanos. Esperemos que al rey Felipe le vaya bien, porque si le va bien a él, nos irá bien a los españoles.
En estos días podremos leer abundantes análisis políticos que, posiblemente, estarán condicionados por la ideología y postura política del que los realice. Algunos se han apresurado a tachar de cobarde al rey; habrá otros que consideren que lo que ha hecho es muestra de valentía. Aunque cada cristiano pueda tener su opinión, a la Iglesia como tal no le corresponden los análisis políticos. Lo que debemos desear, como cristianos, es que podamos vivir en paz y armonía, sea cual sea el gobernante o el régimen político. La Iglesia tiene poco que decir en la “pequeña” política. Cual es el rey más conveniente para España deben decidirlo los ciudadanos y la clase política. Por eso, este post se ha limitado a una serie de reflexiones que pueden parecer marginales, pero que quizás no lo son tanto