Erguido 

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Muchas veces a lo largo del día permanecemos erguidos en un intento de autojustificación que nada tiene que ver con Dios sino solo con nuestro propio ombligo. 

Nuestra relación con Dios nada debería tener que ver con la enumeración de nuestros méritos o de nuestros triunfos. Y mucho menos con ese afán comparativo que se nos cuela tantas veces: menos mal que no soy como esos…

Para orar y para vivir, que viene siendo lo mismo, es necesario saber reconocer nuestra propia fragilidad que nos acerca a la misericordia del Todomisericordioso. Para ello solo es necesario aceptar lo que somos, ese conjunto de trigo y cizaña que no nos corresponde a nosotros arrancar porque pertenece al dueño de la mies. 

Muchas de las búsquedas de pureza y de la sacralidad mal entendida solo responden a esa necesidad de aparecer ante los ojos de los demás como justos, entrando así en una estúpida batalla de moralidades impostadas que produce el engaño de nosotros mismos. 

La frase del publicano, de tantos hombres y mujeres de Dios a lo largo de los siglos, el mejor nexo de unión con nuestro Padre y nuestros hermanos, porque es la única que dice verdad de lo que somos: Oh Dios, ten compasión de este pecador. 

Hermandos en esa realidad de pecado que es la que Dios aprovecha para una sobreabundancia de gracia. Nada más hermoso 

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