Puedes estar de acuerdo o no con Francisco. Lo que me asusta es que estas reacciones estén causadas por este gesto del Papa. Ha pedido perdón. Ha saludado con cariño a millones de personas de todas las edades y colores. Ha expresado muchas veces que no le gusta recibir vasallaje en forma de besamanos (¡incluso por mera higiene!). Pero todo eso queda reducido a nada porque una noche, alguien de 83 años cansado y tironeado (con buena voluntad) hasta el punto de desequilibrarle, reaccionó con brusquedad e irritación.
Aunque no hubiera pedido públicamente perdón a la mañana siguiente (gesto que le honra y que no se ha publicitado con tanto empeño), a mi sí me representa un líder religioso (o político) que es humano, tanto para bromear, como para abrazar o para enfadarse. Por cierto, creo que hemos olvidado que el mismo Jesús se dejó llevar por la irritación desproporcionadamente en varias ocasiones. Una derribando las mesas de cambistas en el Templo y otra contra una pobre higuera que no daba fruto “porque no era tiempo de higos” (Mc 11, 12-14).
Sólo se me ocurre un modo de explicarlo. Curiosamente, con fe o sin ella, seguimos prefiriendo la perfección, aunque sea falsa. Personajes públicos impolutos, puros, irreprensibles,… aunque estén huecos y sus discursos sólo sean más de lo mismo. Ese que no incomoda a nadie y sonríe a todos, pero no aporta nada. Pasa con hombres y mujeres públicos, pero creo que nos pasa también a nosotros, hombres y mujeres de andar por casa. ¿Cómo explicar si no, esta especie de incapacidad para acoger debilidades humanas que todos tenemos y sin embargo, tragar con mentiras y fachadas “fake”?
Agachamos la cabeza ante corrupciones, robos, alianzas vergonzantes, acusaciones injustas, bulos, chismes… Y nos escandalizamos, muy dignos, ante una falta de paciencia o un arrebato violento.
Me asusta. Primero porque cada vez creo que menos en la perfección (¡no existe!). Y segundo porque, a la larga, huimos de la gente humana para los dirigentes y para nuestro entorno más inmediato. A la larga, repito, huimos de humanizarnos y elegimos mentirnos. Un desastre.