“El Señor no me llamó a fracasar”

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(Ante la festividad de Todos los Santos y liturgia de los Difuntos)

Josie murió el viernes pasado. Un archivo de audio de Fran -vía whatsApp- nos transmitió su llanto esperanzado y glorioso ante la pérdida de la amiga, igual que Jesús lloró ante Lázaro sabiendo de su resurrección y esperanza.

Hoy, Jueves, hemos celebrado una Misa de Gloria en la capilla de las Hermanas de Gévora, por este proceso de vida y gracia que hemos vivido desde esta pareja de jóvenes en su camino hacia Dios: uno, acompañando desde su experiencia –siendo arcángel-, la otra, abriéndose, en torrente arrollador, ante un rostro de Dios que le parecía novedoso y sorprendente, y en el que quería beber a borbotones -más allá de lo que el tiempo y sus fuerza vitales le permitían-.

Recuerdo cada una de las palabras que, hace unas semanas, trataba de escribir en la festividad litúrgica de los Arcángeles acerca de Fran. Susana, religiosa de Gévora y acompañante espiritual, había hecho en aquella Eucaristía una petición por este joven, mientras nos relataba la misión que estaba realizando con su amiga. Fran vive y trabaja cerca de Londres; allí estaba él, junto a una joven atea y alejada de la fe –enferma y en estado terminal-, que le había pedido que le ayudara a descubrir a Dios en esos momentos tan definitivos.

Hace años, en Madrid, Fran había sido acompañado por esta religiosa para, así, iniciarse en el camino de la contemplación de la vida, conociendo a Cristo para más amarle y seguirle. A partir de ahí, cada uno siguió su camino, por lo que no había habido contacto posterior entre ellos. Un día, alguien llamó a la residencia de las Hermanas de Gévora. Su voz pertenecía a un joven de palabra sencilla y calmada, quien preguntaba por Susana. Sin embargo, ésta no sabía quién era ese Fran que, detrás del teléfono, solicitaba un rato de su tiempo…

Ahora, tras todos estos años, la había buscado y volvía a ella, como maestra y acompañante, con una doble intención: que le asesorara sobre cómo acompañar a Josie en este proceso de acercamiento a Dios en los últimos días de su vida –a su amiga le habían pronosticado que no llegaría a Navidad-, y que lo tuviera en cuenta en su oración personal y comunitaria para que Dios le enviara el Espíritu y supiera cumplir con la misión que se le había encomendado. A partir de ahí, muchos hemos sido cómplices desde nuestra oración ante el Padre y testigos de un proceso admirable de iniciación en la fe, a la vez que de un apostolado vivo y original en un joven en medio de un contexto secular y pagano.

La relación entre Josie y Fran ha sido paradigmática de lo que es el camino de Dios para encontrarse con sus hijos queridos y sorprenderlos amándolos de un modo único, incluso en el atardecer de sus vidas, para darle el denario de gloria de toda la jornada como a los de la primera hora –primero para ella-… porque, sin más excusas ni razones, Él es así de bueno y gratuito con todos.

Los audios -vía whatsApp- de Fran para Susana nos han ido iluminando acerca de las claves teológicas-pastorales de dicho proceso.

Josei falleció. Pero nada de todo esto ha sido en vano. Hoy –abrazados e iluminados por este misterio-, hemos celebrado todo este acontecer vivido en una Misa de Gloria. Ella acarició las puertas del Reino en la cuarta semana de acompañamiento y Ejercicios Espirituales en los días previos a su muerte. De alguna manera, ha sido una preparación para la festividad de Todos los Santos que se acerca. Sí, no cabe duda de que el Señor ha querido vivir este encuentro glorioso con ella ya, para que al celebrar la fiesta de Todos los Santos pudiéramos tener viva y presente, con alegría, a esta joven atea que, al encontrarse con Cristo, ha confirmado la intuición última que escribió en su cuaderno de vida y contemplación –en los ejercicios de su oración diaria-, al hilo de la Palabra que le iba deshilvanando Fran: “el Señor no me ha llamado a fracasar”.

La Eucaristía la hemos introducido con el último mensaje de Fran a Susana, al enterarse de que íbamos a celebrar el paso a la vida de Josie en la mañana de este Jueves. Así nos escribía y se unía él a nuestra celebración de comunión en la vida:

“¡Creo que es una gran idea y que Josie lo va a agradecer mucho! Lo único que me gustaría que dijeras de mi parte el Jueves en la Eucaristía es: me gustaría daros las gracias a todos los que, en estas cuatro semanas, habéis rezado por Josie, sus padres y  por mí. Sin vuestra oración, esto habría sido mucho más duro. En estas cuatro semanas, me he dado cuenta de lo bonito pero también de lo agotador que es abrir el corazón y predicar a Jesús. Por eso, Josie, sus padres y yo os agradecemos de todo corazón vuestras oraciones. El último evangelio que estuvimos contemplado Josie y yo fue en el que Jesús se acerca a la barca de los apóstoles, andando sobre las aguas en mitad de la tormenta. Para mí este evangelio era la vida de Josie, que en la tormenta del último momento de su vida y sin conocer muy bien al Señor le pedía: Señor, si eres tú, mándame que vaya hacia Ti. Y yo creo que Josie salió de su barca y empezó a hacer lo que sólo se puede hacer con la fe: andar sobre las aguas para llegar a Jesús. Y cada vez que nos hundíamos, estaban vuestras oraciones, que nos recordaban que el Señor nos llamaba a andar sobre las aguas, no para hundirnos sino para llegar a Él. La última frase que Josie escribió en su cuaderno de ejercicios fue esta: “el  Señor no me ha llamado a fracasar”.

El Día de Todos los Santos es la proclamación gloriosa y definitiva de que no estamos llamados al fracaso. A veces, la tormenta nos confunde y la seguridad de la barca nos adormece, la muerte nos paraliza y la escondemos, pero la voz amable y cálida del Señor de la vida nos quita los miedos y nos lanza al enfrentamiento con la muerte: a salir de nuestra comodidad y a abrirnos a la invitación de un Evangelio que trae buena noticia y vida.

Fran, tienes un fuego interior que te arde en demasía y, en el camino de vida -en tu particular Emaús-, cuando la vida se hace fría y monótona en un mundo secular y pagano, Dios se ha hecho compañero tuyo de camino en Josie, pidiéndote fuego para iluminar su muerte. A partir de ahí, ha habido una conversación con una Palabra de vida que tú le has mostrado. Palabra que quería ser: principio y fundamento para que se sintiera querida y creada por el amor, verdad para iluminar tinieblas, misericordia para perdonar sus pecados, olvidos e indiferencias de las vidas superficiales y simples en una cultura de prisas y placeres falsos, y amistad y compañía en los pasos torcidos, dolorosos y oscuros de la historia y de la muerte, para poder sentir que no estamos solos, sino habitados por el que nos ama y nos conduce a la vida. Por eso, Josie ha soñado el encuentro, ha querido caminar por encima de las aguas que hablaban de hundirse y de fracaso, para abrazarse a Él  en un abrazo de gloria y de éxito, en un paraíso que le habrá descubierto la razón última para ser y existir: el amor divino.

Por eso, Fran, te damos gracias, porque tú has prendido con tu fuego y has hecho arder el corazón de Josie en ese tramo tan difícil del camino. Y, por eso, ella te pidió que entraras en su casa y que te sentaras en su mesa cuando su día ya iba de caída y se acercaba su noche oscura y sombría. Ahora, cuando ella lo ha conocido -sin velo alguno- en la mesa celestial, nosotros no hemos podido por menos que sentarnos en la mesa de la Eucaristía y, con vosotros dos –arcángel de Dios y Josie canonizada-, gritar con la mirada repleta de esperanza: “Por Cristo, ¡con Él y en Él!”.