Una primera y muy sintética valoración de estas Jornada de oración y reflexión por la paz celebrada en Asís el pasado 27 de octubre es altamente positiva por varios motivos. Valoración positiva porque esta Jornada continua la iniciativa, audaz y profética a la vez, llevada a cabo por Juan Pablo II hace ahora 25 años, con el primer encuentro en Asís el 27 de octubre de 1986, y renovada por el mismo Papa en el 2002. Balance positivo también porque esta Jornada refuerza la comunión entre todos los creyentes y de estos con los no creyentes. Es importante recordar que a este encuentro han sido invitados, por primera vez, los no creyentes. Esta Jornada es, pues, un nuevo y fuerte empuje en la promoción del diálogo ecuménico, el diálogo interreligioso y con la cultura. Valoración positiva porque ha contado con el apoyo y con el compromiso para trabajar por la paz de numerosos líderes religiosos, y de agnósticos. Por todo ello y, por otros muchos aspectos que se podrían señalar, la Jornada de Asís convocada por Benedicto XVI es un encuentro de esperanza: Esperanza de la cual se ha hecho portavoz el Santo Padre en sus palabras de clausura de la Jornada: “¡No más violencia! ¡No más guerra! ¡No más terrorismo! ¡En nombre de Dios, cada religión traiga sobre la tierra Justicia, Paz, Perdón y Vida, Amor!”
Una esperanza que, sin embargo, no se puede frustrar, pues es una realidad frágil, como puso de manifiesto el magistral discurso del Papa en Basílica de la Porciúncula, en Santa María de los Ángeles (Asís). El Papa, haciendo un balance de estos 25 últimos años, no dudó en afirmar la violencia y la discordia tiene hoy otros rostros, pero no por ello han desaparecido. Esos rostros son fundamentalmente dos: el terrorismo y la ausencia de Dios. El terrorismo, en palabras del Papa, va contra “lo que el derecho internacional era reconocido y sancionado como límite de la violencia”, y que muchas veces viene incluso “motivado religiosamente”. En este caso “la religión no está al servicio de la paz, sino al servicio de la justificación de la violencia”. Por su parte la ausencia de Dios lleva a la “adoración de mamona, de tener y del poder”, con lo cual “se revela una contra-religión en la que ya no cuenta el hombre, sino solo la ganancia personal”. De ahí que sea importante el compromiso que los líderes religiosos y también los agnósticos han adquirido al final de la Jornada de trabajar incansablemente por la paz, peregrinos de la paz, y de buscar la verdad, peregrinos de la verdad. Paz y verdad que, Benedicto XVI no dejó de subrayar, para nosotros los cristianos está en Cristo. De este modo, la Jornada fue un manifiesto por la paz: coral, bello y emocionante y comprometido. ¡Hay motivo para la esperanza!
Con esta Jornada, Asís se convirtió de nuevo en “el arca donde se refugia la humanidad” (Cardenal Echegaray), y Francisco, el Pobrecillo Francisco, se presentó como un símbolo al que “Todos reconocen, leen, miran y admiran una lección y un ejemplo, o una prueba segura de aquella delfida (útero) que hace que todos los hombres se sientan adelfoi, hermanos” entre sí, como afirma Panaghiotis Yfantis, teólogo ortodoxo, o, en palabras de Juan Pablo II, el “apóstol de la paz, el hermano universal, el hombre de diálogo, verdadero artífice de paz y de reconciliación, y por ello conocido y venerado por muchos en el mundo entero como símbolo de la paz, de la reconciliación y de la fraternidad”. Y todo porque Francisco es el cristiano que encarnó “en modo ejemplar la bienaventuranza proclamada por Jesús en el Evangelio: ‘Bienaventurados los constructores de paz, porque serán llamados hijos de Dios’ (Mt 5, 9). El testimonio que él dio en su tiempo lo hace natural referencia para cuantos hoy cultivan el ideal de la paz, del respeto por la naturaleza, del diálogo entre las personas, entre las religiones y las culturas” (Benedicto XVI).
El diálogo y la paz sólo son posibles desde el “espíritu o la lógica de Asís”, que no es otra que la lógica de las Bienaventuranzas, la lógica que vivió san Francisco en sus múltiples actos de reconciliación y que encontramos sintetizada en la Oración de la Paz: “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz: donde haya odio ponga amor, donde haya discordia ponga unión, donde hay guerra ponga paz… Maestro, que no busque tanto ser comprendido como comprender, ser amado como amar”. El diálogo y la paz solo son posibles desde la humildad de quien busca, de quien camina, de quien vislumbra, como peregrino, el horizonte de la Verdad.