EL DISCERNIMIENTO DE LA REALIDAD EN EL HOY DE NUESTRA HISTORIA

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Introducción
En su última encíclica Caritas in Veritate el Santo Padre Benedicto XVI, dedicada a la Doctrina Social de la Iglesia, dice que ésta “ha sido atestiguada por los Santos y por cuantos han dado la vida por Cristo Salvador en el campo de la justicia y la paz. En ella se expresa la tarea profética de los Sumos Pontífices de guiar apostólicamente la Iglesia de Cristo y de discernir las nuevas exigencias de la evangelización”1.
Creo que estas breves frases ponen de manifiesto algo sobre la relación que existe –y está llamada a profundizarse siempre– entre la vida religiosa y la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), una relación que yo definiría como circular. Esta circularidad nos ayuda a abordar el tema del discernimiento de la realidad social en el hoy de nuestra historia.

Estructuras de pecado: estructuras de discernimiento y de gracia
En la Sollicitudo Rei Socialis, que Juan Pablo II escribió para conmemorar los 20 años de la Populorum Progressio, el Papa acogió en la DSI el concepto de estructuras de pecado: “la suma de factores negativos, que actúan contrariamente a una verdadera conciencia del bien común universal y de la exigencia de favorecerlo, [que crea] en las personas e instituciones, un obstáculo difícil de superar”. Estructuras que “se fundan en el pecado personal y, por consiguiente, están unidas siempre a actos concretos de las personas, que las introducen, y hacen difícil su eliminación… estas mismas estructuras se refuerzan, se difunden y son fuente de otros pecados, condicionando la conducta de los hombres”2.
Este concepto de estructura de pecado ha tenido una grandísima recepción en la moral católica. Una de las razones de ello es, en mi opinión, que tiene en cuenta la dimensión social de toda acción moral, ayudando a la conciencia del católico a salir de lo que se podría llamar un cierto individualismo moral. Este individualismo moral concibe la vida cristiana en términos que, si no podemos decir que olvidan, sí que minusvaloran la dimensión social de nuestra vida de fe, la pertenencia a un cuerpo, elemento fundamental de la vida cristiana. El cristiano es generado por la Iglesia y es parte de ella como miembro del Cuerpo de Cristo.
Creo, sin embargo, que la recepción de la encíclica se ha quedado a la mitad. Los teólogos morales y los que se ocupan de la DSI hemos acogido el concepto pero no hemos ido más allá. Hablamos de estructuras de pecado cuando analizamos la realidad social pero olvidamos que la Iglesia no existe para proclamar el pecado del mundo, sino para anunciar al mundo el evangelio de la gracia.
Una vez que hemos comprendido la acción y presencia del pecado no sólo en el plano de lo personal, sino también de lo estructural, es importante que a las estructuras de pecado la Iglesia oponga estructuras de conversión y de gracia. Creo que es aquí donde la vida religiosa tiene mucho que aportar a la vida de la Iglesia.
Si la Iglesia es en Cristo como un sacramento, las comunidades religiosas –miembros de la Iglesia– están llamadas a ser en Cristo como un sacramento, a ser en Cristo signos visibles de la gracia invisible. A las estructuras de pecado estamos llamados a oponer estructuras de gracia. Para poder hacer esto es necesario –en la complejidad del mundo social que nos rodea– un discernimiento adecuado de la realidad social en la que vivimos inmersos. La SRS recordaba que la DSI “ha reivindicado una vez más su carácter de aplicación de la Palabra de Dios a la vida de los hombres y de la sociedad así como a las realidades terrenas, que con ellas se enlazan, ofreciendo principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción.”3
El mundo actual presenta una realidad social complicada, una realidad social que en el último año y medio ha dejado desorientados a políticos y politólogos, sociólogos y economistas. No vale hoy decir que hay que pedir opinión al experto y luego con los “datos científicos” actuar cristianamente.
Como afirma Benedicto XVI en la Caritas in Veritate, escrita para conmemorar los 40 años de la Populorum Progressio la “crisis nos obliga a reproyectar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a buscar nuevas formas de compromiso, a apostar por las experiencias positivas y a rechazar las negativas”4. Para hacer esto necesitamos discernir nuestra realidad social a la luz de la DSI para poder presentarnos ante el mundo como estructuras de gracia.
¿Cómo puede ayudarnos la DSI a discernir la realidad social en el hoy de nuestra historia?
Conociéndola

Lo primero sería que en el curso de la formación de los religiosos existiera siempre una toma de contacto con la DSI. Una toma de contacto que no es sólo un estudio de una asignatura. No vale afrontar la DSI como quien estudia un curso de economía internacional o sociología de las instituciones, sino que la toma de contacto con la DSI debe ser semejante a la escucha de la Palabra de Dios. No casualmente dice Juan Pablo II en la SRS que la DSI es la “aplicación de la Palabra de Dios a la vida de los hombres y de la sociedad”5. Creo que a propósito del conocimiento de la DSI habría que hablar de un conocimiento en el sentido bíblico, y que no sería bueno hablar de estudiar o leer la DSI sino de ponerse a la escucha de ella. Pero si hablamos de conocerla en sentido bíblico, de ponernos a la escucha más que de leerla o estudiarla, tenemos que tener presente que nuestra relación con ella no es ya sólo la de unas directrices a poner en práctica, sino la de unos principios de reflexión frente a una realidad compleja y unos criterios de juicio para poder acoger la gracia que viene, la de una semilla que debe dar fruto para lo cual debe ser acogida.
…como comunidad
La escucha y la acogida de la DSI se ha de hacer no individualmente, sino como cuerpo, es decir la DSI no es sólo social porque nos confronta y nos informa sobre cómo es y qué podemos hacer en la realidad social en que vivimos inmersos. Debemos ponernos a la escucha de la DSI socialmente. ¿Qué quiero decir? Que en la vida religiosa sólo tiene sentido acercarse a la DSI como comunidad, como cuerpo, como sociedad y nunca como individuo. Este conocimiento y esta escucha no pueden ser nunca la acción de un individuo sino de un cuerpo social que es cada comunidad religiosa. El sujeto del conocimiento de la DSI no es el religioso o la religiosa concreta que hacen un curso de DSI, sino una comunidad que ha sido convocada por el Señor y que se pone a la escucha de los textos del magisterio sabiendo que en ellos puede resonar como cuerpo la voz del Maestro que nos ha convocado para ser testigos del evangelio de la gracia, que nos ha con-vocado para ser en el mundo signo visible de la gracia invisible, un ser signo que ha de ser discernido usando ciertos principios de reflexión sobre la realidad y ciertos criterios de juicio, para apostar por las experiencias positivas –que no tienen por qué coincidir con el éxito o la utilidad– y rechazar las negativas.
…teniendo en cuenta su relación circular con la vida de la Iglesia
Hay que ponerse a la escucha a la luz de la relación circular que se da entre la DSI y la vida de la Iglesia. Al principio citaba la CV: “esta doctrina … ha sido atestiguada por los Santos y por cuantos han dado la vida por Cristo Salvador en el campo de la justicia y la paz”6.
La DSI es la formulación doctrinal de lo que el Magisterio discierne en la vida de la Iglesia, es la formulación doctrinal de lo que ya se da, de lo que ya se vive, por ello el eco y el fruto de ponerse a la escucha de la DSI es distinto según la comunidad religiosa que escucha. Es decir, será necesariamente diferente el fruto de la escucha en una comunidad benedictina, franciscana, dominica o de los hermanos de San Juan de Dios. Porque el cuerpo que escucha es diferente, tiene historias y memoria diferentes, raíces y prácticas diversas. Y está bien que sea así porque es parte de lo que es la DSI su relación con la vida de la Iglesia, una doctrina discernida de la vida que el Espíritu da a la Iglesia.
…dejando que fructifique
Una vez que se conoce, que se escucha y se acoge, en el seno de una comunidad concreta, teniendo en cuenta el carácter circular de la relación, la DSI no puede dejar de dar fruto. La escucha de la DSI, como comunidad, teniendo en cuenta la relación circular DSI-vida de la Iglesia dará su fruto en nuestras órdenes y congregaciones, en nuestras comunidades y obras apostólicas. Pero para que dé ese fruto es necesario que estemos abiertos a la novedad, que aceptemos que lo hecho hasta ahora puede tener que cambiar, no por un afán de cambio por el cambio, sino porque el seguimiento de Cristo es siempre una peregrinación, un dejar nuestra tierra para ir adonde el Señor nos quiere llevar.
…para volver a ella como criterio de discernimiento
Y una vez que la escucha ha dado su fruto tendremos que volver a la DSI para que ilumine la realidad nueva que ha surgido, denuncie lo que no es concorde con el Evangelio y haga brillar lo que haya de testimonio de la gracia que viene de Dios. La DSI nos puede servir, a través de principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción para examinar lo que de su escucha ha surgido, para apostar por las experiencias positivas y desechar las negativas.
Un caso práctico
El Compendio de la DSI nos recuerda que:
“Los principios permanentes de la doctrina social de la Iglesia constituyen los verdaderos y propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica: se trata del principio de la dignidad de la persona humana… del bien común, de la subsidiariedad y de la solidaridad. Estos principios… brotan del encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias… con los problemas que surgen en la vida de la sociedad”7
Estos principios conocidos y vividos son verdaderos criterios de discernimiento de la realidad social que nos circunda y del modo en que querríamos tener incidencia sobre ella.
Un caso práctico imaginario breve. Una comunidad religiosa que se dedica al cuidado de los enfermos realiza una tarea que indudablemente pone de manifiesto el amor de Cristo por ellos, pero esto se puede hacer de muchos modos. Si se pone en contacto con la DSI y tiene en cuenta sus principios, tendrá que ver cómo el principio del bien común, que incluye el destino universal de los bienes, y el principio de subsidiariedad y de solidaridad resuenan a la luz del carisma fundacional y de la realidad social. ¿La atención sanitaria se da en función de ese destino universal de los bienes o los recursos sanitarios van a pocos y no necesariamente a los más necesitados? El modo de gestionar la institución ¿tiene en cuenta el principio de subsidiariedad y el de solidaridad? ¿O se presta una atención sanitaria a quién lo necesita y a quién se debe pero con unos métodos que ignoran la subsidiariedad y la solidaridad entre los que prestan la atención sanitaria?
La comunidad que cuida de los enfermos lo puede hacer de muchos modos, y dada la variedad de realidades sociales de nuestro mundo estoy convencido que no es lo mismo hacerlo en Roma, que en un remoto pueblo de China, que en Kinshasa, que en Chiapas. En todos los sitios hay que cuidar de los enfermos fieles al carisma fundacional, pero el bien común, la solidaridad y la subsidiariedad se presentan de modo diverso en cada uno de estos lugares. Sólo una comunidad discerniente puede concretar cómo el Señor le llama a hacerlo en su realidad concreta.
Tres ejemplos
Querría acabar proponiendo brevemente tres ejemplos de esta relación circular de escucha de una comunidad que da frutos que tienen que ser discernidos y que da lugar a propuestas de espiritualidad, de modos concretos de vivir y discernir la realidad social en comunidad.
Encargados de la creación: una espiritualidad franciscana de la tierra
El Compendio de la doctrina social de la Iglesia dice a propósito del problema ecológico que “una visión del hombre y de las cosas desligada de toda referencia a la trascendencia ha llevado a rechazar el concepto de creación y a atribuir al hombre y a la naturaleza una existencia completamente autónoma… El ser humano ha llegado a considerarse extraño al contexto ambiental en el que vive… la cultura cristiana ha reconocido siempre en las criaturas que rodean al hombre otros tantos dones de Dios que se han de cultivar y custodiar con sentido de gratitud hacia el Creador. En particular, la espiritualidad benedictina y la franciscana han testimoniado esta especie de parentesco del hombre con el medio ambiente, alimentando en él una actitud de respeto a toda realidad del mundo que lo rodea”8.
Esta llamada de la DSI se concreta de muchos modos y lugares, quiero destacar Care for Creation9 que no sólo es un libro, sino el fruto de una acción sobre la que se reflexiona y que ofrece una “espiritualidad franciscana de la tierra.” La cuestión ecológica es abordada como asunto de la teología dogmática y de la teología moral, como asunto de la teología espiritual y de la antropología que os dice lo que es el ser humano y como está llamado a relacionarse con el resto de la creación.
Dios en exilio: acompañar, servir, defender
El Compendio de la DSI dice también que: “Una categoría especial de víctimas de la guerra son los refugiados, que a causa de los combates se ven obligados a huir de los lugares donde viven habitualmente, hasta encontrar protección en países diferentes de donde nacieron. La Iglesia muestra por ellos un especial cuidado, no sólo con la presencia pastoral y el socorro material, sino también con el compromiso de defender su dignidad humana”10.
El P. Pedro Arrupe, General de la Compañía de Jesús, creó en 1980 el JRS –Servicio de los Jesuitas para los Refugiados– para integrar los servicios que ya prestaban algunos jesuitas a los refugiados en distintos lugares del mundo. Desde entonces está organización ha crecido hasta convertirse en un ejemplo no sólo de ayuda a los refugiados, sino también de colaboración entre diversas congregaciones y órdenes religiosas y de integración de laicos en un carisma compartido.
Lo que querría destacar es que una de las iniciativas del JRS para conmemorar sus 25 años de existencia fue publicar un libro que se llama Dios en exilio. Hacia una espiritualidad compartida con los refugiados,11 un intento no sólo de atender a los refugiados en sus necesidades materiales sino de compartir con ellos un discernimiento y una experiencia de la acción de Dios en la historia, y especialmente en un espacio aparentemente tan abandonado de Dios como la vida de los refugiados.
Bautismo de sangre: predicadores de la justicia en Brasil
El Compendio de la DSI también recuerda que: “el principio del destino universal de los bienes exige que se vele con particular solicitud por los pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso, por las personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado. A este propósito se debe reafirmar, con toda su fuerza, la opción preferencial por los pobres”12.
En Predicando la justicia. Contribuciones de los dominicos a la moral social en el siglo XX,13 el escrito de Carlos Josaphat Pinto de Oliveira pone de manifiesto como esta opción preferencial por los pobres en el seno de su Priorato llevó a la fundación de un periódico que se llamaba Brasil Urgente. También pone de manifiesto el bautismo de sangre que por ello tuvieron que pagar los dominicos en Brasil. No fueron los únicos, la vida religiosa a lo largo del siglo XX ha dado la vida cotidianamente y cruentamente en tantos lugares.
La contribución de la espiritualidad
Al final de su artículo Pinto de Oliveira usa una expresión que creo que puede muy bien formular el papel que está llamada a jugar la vida religiosa en este discernimiento de la realidad social hoy: elaborar la doctrina a través de la vida y de la lucha.
Es llamativo como a lo largo de los tres relatos que he resumido brevemente uno de los elementos comunes es la consideración de que falta entre los cristianos una toma de consideración seria del problema de la justicia, del problema de los refugiados, del problema de la ecología. Y sin embargo estas son cuestiones que enlazan fuertemente con la Escritura –no podemos ignorar la fortísima valencia de justicia social que recorre toda la Escritura, no podemos ignorar que el Pueblo Elegido y el Verbo Eterno sufrieron el exilio, no podemos ignorar que la Creación es reflejo de la Sabiduría salida de la boca del Altísimo–. Estas cuestiones se encuentran con profusión en los escritos y, sobre todo, en las vidas de los santos, y son cuestiones que han sido señaladas por el magisterio pontificio. A pesar de esto, no ya en el mundo, sino en el mismo seno de la Iglesia parece que existe una resistencia a acoger esta llamada a la conversión que hace que nuestra fe no sea una piedad aguada.
Los religiosos hemos dejado padre y madre, mujer o marido e hijos, campos y casas porque hemos oído la voz de Cristo que nos ha dicho ven y sígueme (Lc 14, 25), pero el seguimiento del Señor requiere un constante discernimiento, un discernimiento que se compone de criterios y sanas reglas, pero también de una vida esforzada y trabajada, como la que vivió el Hijo del hombre que no tuvo donde reclinar la cabeza (Lc 9, 58).
Para el discernimiento de la realidad social en el hoy de nuestra historia la vida religiosa encuentra en la Doctrina Social de la Iglesia un precioso instrumento que le proporciona criterios de discernimiento, pero también la Iglesia –y los pastores que la guían en medio de la historia– pueden encontrar en la vida religiosa propuestas de vida en el Espíritu –de espiritualidades en el sentido fuerte de elementos integradores de toda una vida– que iluminan y encarnan la doctrina de la Iglesia, porque la han hecho vida al usarla para discernir el hoy de nuestra realidad social.
1 CV, 12.
2 SRS, 36.
3 SRS, 8.
4 CV, 21.
5 SRS, 8.
6 CV, 12.
7Compendio de la DSI, 160. http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc_sp.html
8 Ibid, 464.
9 Ilia Delio, Keith Douglas Warner and Pamela Wood, Care for Creation: A Franciscan Spirituality of the Earth, St. Anthony Messenger Press: Cincinati, 2008.
10 Compendio de la DSI, 550.
11 http://www.jrs.net/Assets/Publications/File/GodinExile.pdf
12 Compendio de la DSI, 182.
13 Preaching Justice. Dominican Contributions to Social Ethics in the Twentieth Century, ed. Francesco Compagnoni OP and Helen Alford OP, Dominican Publications: Dublin, 2007.