INTRODUCCIÓN
El desafío de “construir una gran historia y no sólo de recordar y contar una historia gloriosa” (VC 110) hoy en día se plantea en un verdadero cambio de época.
Hemos pasado de la era industrial a la era post-industrial, de una era histórica a una era post-histórica; hemos pasado de lo local a lo global, a la era de la información; también a la de revolución de la genética humana con la composición del genoma humano…Todo esto, en conjunto, representa un gran desafío para la vida consagrada: “Hoy la vida religiosa se ve ante el desafío de aprender a vivir en una cultura secular, en una cultura plural, en una cultura marginal… y quizá en una cultura de la minoridad y la insignificancia”1 .
El cambio cultural e histórico en el que estamos metidos coincide con cambios significativos en la realidad de las congregaciones e institutos de vida consagrada. En general es constatable la disminución numérica de la vida consagrada, sobre todo, en Europa, el envejecimiento de los institutos, la pérdida de relevancia en la Iglesia y en la sociedad, la emergencia de nueva conciencia eclesial centrada en el pueblo de Dios, la aparición de nuevos caminos de santidad y compromiso apostólico, la presencia de nuevos modelos de santidad. Estos datos están en el contexto de una Iglesia afectada también por el envejecimiento de las comunidades cristianas, por la disminución de la práctica cristiana, por la ruptura de la memoria cristiana y la disminución de la visibilidad de la Iglesia2 .
1. EL CICLO BIOGRÁFICO
En la siguiente reflexión se trata de manejar el ciclo vital y biográfico de las personas como modelo eurístico para entender y diagnosticar la vitalidad de un instituto de vida consagrada3. (Es aplicable también a la vida de la pareja, de la familia, de la parroquia etc.). En la vida de las personas, estamos familiarizados con la comprensión cronológica. Ésta es un criterio externo, pero se basa en indicadores que afectan al conjunto vital de las personas. Distinguimos infancia, juventud, madurez, ancianidad. El alargamiento del tiempo de la vida tiene repercusiones importantes en la configuración interna de los tiempos de cada etapa. Las etapas se solapan unas con otras; biografía personal cuenta con un tiempo de tercera edad, que no se daba en épocas anteriores, y que influye en la consideración de las otras etapas.
Este ciclo vital es aplicable a un organismo compuesto por personas que interactúan, se organizan, se forman, se gobiernan. Ya sabemos que el ciclo vital de las personas, con sus etapas y ritmos, tiene una duración, cuyo pro-medio se puede averiguar. No es lo mismo la cronología vital de una organización. Cierta-mente nace y muere. Muchas han nacido y han muerto. El 62% de las órdenes religiosas que existían antes del año 1800, ya no existen en la actualidad. “Algunos institutos corren el riesgo de desaparecer”4. Podemos pues preguntarnos: ¿Qué edad exhibe la vitalidad de nuestro instituto? Dejando a un lado la pirámide de edades ¿Somos un instituto joven o estamos envejecidos? En este caso, ¿es posible la regeneración?
Vamos a tener en cuenta para nuestro análisis cuatro elementos: visión, comunidad, formación, administración. Estos cuatro elementos van surgiendo sucesivamente: se comienza por la etapa de espontaneidad carismática, viene luego la etapa de incipiente institucionalización; en tercer lugar, está la etapa de consolidación, y, finalmente, la etapade declive y posible regeneración5. Por su parte D. O’Murchú distingue y describe el ciclo vital de un instituto en cinco fases: fase de fundación, fase de expansión, fase de estabilización, fase de decadencia y fase de transición6 . Según R. Hostie el cliclo vital constaría de tres fases: génesis, expansión, extinción7 .
En la siguiente reflexión, sobre este fondo de los ciclos vitales, propongo tener en cuenta cuatro dimensiones que, de hecho, se dan simultáneamente en la vida de los institutos. Según sea la combinación e interacción entre estos elementos dinámicos, así será la situación vital de un instituto de vida consagrada. La interacción de los cuatro elementos nos ofrece un criterio de discernimiento pastoral y espiritual: visión (V), comunidad(C), programas (P), administración(A).
EL INSTITUTO COMO HECHO
CARISMÁTICO
Un instituto de vida consagrada nace de la inspiración del Espíritu mediante una o varias personas. La fenomenología de las fundaciones es muy variopinta. Esa o esas personas reciben la inspiración y moción de Espíritu para una misión determinada.
El carisma tiene estas dimensiones funda-mentales: es un don del Espíritu que configura con Cristo, que realiza de forma peculiar la misión de Cristo, que expresa y visibiliza la naturaleza de la Iglesia, desarrolla una cierta pedagogía de la misión cristiana. Como todo carisma es una “experiencia del Espíritu”. Implica inspiración, intuición, una manera de mirar y ver la realidad. Comporta dones y signos del Espíritu. En los momentos fundacionales del cristianismo ya se constata la abundancia de dones del Espíritu (Hch 1,8+; Heb 2,4). Son tiempos fundacionales.Son tiempos de entusiasmo y de realización.
El carisma de vida consagrada implica “genuina novedad”, peculiar efectividad; puede crear incomodidad y situaciones difíciles8 . Como experiencia del Espíritu puede ser comunicada y trasmitida a otros9. El carisma es como un fuego. Es comunicativo. Se trasmite como por contagio e irradiación.
El carisma de vida consagrada empieza siendo personal, pero es esencialmente comunicable. Es un carisma participable por otros. Los grandes paradigmas de vida consagrada están vinculados a personas carismáticas. Pero la variedad de institutos muestra una fenomenología diversa; se suele distinguir entre el carisma de fundación, el carisma de fundador, el carisma de instituto. Originariamente, en algunos casos sobresale el don personal del Espíritu; en otros sobresale la misión e incluso la función y, a partir de ella se va creando un proceso de espiritualidad, bebiendo de distintas reglas y aceptando diversos influjos.
La experiencia carismática no se da en el vacío; está siempre institucionalizada; es decir, está siempre expresada en lenguaje, verbalizada, aunque sea confusa e imperfectamente. Expresarla en lenguaje inteligible es ya una forma elemental de institucionalización. El fundador o fundadores la tienen que expresar en gestos, decisiones y acciones; tienen que narrar qué es lo que ven, qué nueva vitalidad descubren en la Palabra escuchada, qué nuevas posibilidades y oportunidades ven en cuanto a la evangelización, qué nuevas necesidades des-cubren en el pueblo de Dios. El carisma de vida consagrada implica una visión. Es una forma de ver la vida y la misión cristiana.
El carisma es la inspiración. En cuanto tal es dinámico; no está encerrado; es móvil. Puede expandirse, profundizarse, prolongarse. Es una visión llena de fecundidad. Se trata de una experiencia del Espíritu. En sí misma incluye una visión de Jesús, del hombre, de la misión pastoral y de la pedagogía para responder con creatividad…Por eso la experiencia del Espíritu puede sufrir desgaste con el paso del tiempo; está sometida al ritmo vital de las personas y de las comunidades. Y por eso mismo el carisma tiene capacidad de ser revitalizado.
Es cierto que alguno de los usos del término “carisma” resulta vago y ambiguo. Y resulta difícil de describir en su originalidad. Puede albergar un significado tan amplio que resulte poco funcional10.
COMUNIDAD CONGREGACIONAL
El carisma de vida consagrada puede compararse con el fuego del Espíritu. Como es la naturaleza del fuego:
-calienta
-ilumina
-se apaga y se puede avivar
-permanece bajo las cenizas
-congrega en hogar y en familia
Los fundadores, iniciadores de vida consagrada, viven una experiencia del Espíritu. La expresan con espontaneidad sin largas explicaciones ni reglamentos. Sienten la necesidad de compartirla; en realidad, no es para sí mismos; es un don compartido. Normalmente el fundador o fundadora vive con fuerza y novedad la nueva iniciativa. La contagia, la irradia. Pero hay otras personas que son sensibles a la misma inspiración espiritual y misionera, y también ellas perciben con creatividad las necesidades del pueblo de Dios. Forman parte del clima fundacional. La comunidad fundacional se va formando por sintonía con la experiencia del Espíritu de la persona o las personas que muestran un liderazgo carismático.
De hecho los grandes paradigmas de la vida consagrada surgen como respuesta a los desafíos que plantean las nuevas situaciones históricas: el monacato, el cenobitismo, los mendicantes, las congregaciones misioneras…
Por eso la primera generación no necesita muchas explicaciones para entender el carisma y la misión. Pero a medida que el carisma se hace operativo en la misión, necesita institucionalizarse de manera más concreta. El momento puede coincidir con la rutinización del carisma. Ya han pasado los tiempos en que el carisma era ante todo frescura y entusiasmo. Viene el contraste con la realidad. Surge el cansancio de algunas personas. Tal vez los conflictos internos. El carisma necesita irse institucionalizando y recibiendo forma espiritual y jurídica se va haciendo necesario poner por escrito las ideas fundacionales; se necesita escribir algo para expresar la originalidad y novedad de la fundación. Es este un momento conflictivo y confrontación con la sociedad en que se vive y se actúa. La experiencia actual del naci-miento de nuevas formas de vida muestra esa misma dificultad. Suele ser momento de divisiones y decepciones: no es esto lo que yo quería… Se tiene la impresión de que la nove-dad de la vida descubierta no puede caber en odres ya existentes.
LOS PROGRAMAS
A medida que la primera generación va dando forma a la nueva experiencia del Espíritu, el carisma va mostrando su fecundidad en la capacidad para seducir a otras personas. La comunidad va creciendo. Se va haciendo compleja. El don espiritual es recibido por personas de diversa idiosincrasia, de diferentes ideas y culturas. El carisma es fecundo; pero es sutil; hay que darle forma. Tiene que ser expresado como camino espiritual de santidad, como testimonio pastoral, encuadrado en la vida pastoral del conjunto de las comunidades.
Todo esto tiene que ser codificado. Ya no basta el lenguaje espontáneo de la convivencia y el contagio con los líderes carismáticos del inicio; hay que expresarlo por escrito, concretarlo. Se necesita una constitución fundamental, que sea codificación del carisma y la visión. No hará superfluo el testimonio vivo; servirá de apoyo. Pero tiene que formular con claridad lo que constituye la identidad del instituto. Se necesita tener claridad sobre las prioridades de la misión, sobre las necesidades de la sociedad a las que se quiere responder, sobre cómo organizar la nueva visión carismática. Surge la necesidad de crear programas comunes de misión. Pronto se siente la urgencia de procesos comunes de iniciación para las personas que se van agregando a la visión carismática.
LA ADMINISTRACIÓN
A medida que la comunidad va creciendo, las actividades se multiplican y se hace imprescindible una cierta organización. Hay que situar la nueva experiencia en el conjunto de las formas de vida, en el seno de la Iglesia que es comunidad de discípulos y seguidores de Jesús. La experiencia tiene que ganar perfiles concretos y prácticas: casas para vivir, obras, medios para realizarlas… La visión tiene que hacerse socialmente visible. A medida que crece el número de las personas que empatizan con la visión y el carisma, es menester organizar las funciones, las relaciones, los recursos económicos. Al principio los recursos son escasos. Están muy claramente al servicio de la misión. Pero el funcionamiento comunitario requiere una administración fluida. Al comienzo la administración se adapta con agilidad a la visión originaria.
LA LARGA ETAPA DE LA MADUREZ
La vida del instituto funciona de una manera estable cuando se da la adecuada relación entre los cuatro elementos precedentes: carisma/visión, comunidad, formación administración. La congregación vive una etapa de madurez. Y es fecunda. El primado estará siempre en el carisma y la visión. Sigue siendo una experiencia compartida, pensada y trasmitida. Tiene la primacía para todos. Se mantiene fresca e inspiradora. Muestra su fecundidad en frutos de santidad y de evangelización. Es la visión la que nutre la comunidad, los programas, la administración. Se logra un equilibrio estable y creativo entre todos estos elementos. Las personas disfrutan y transmiten ese equilibrio fecundo y esperanzador.
EL DECLIVE
Las personas naturalmente envejecen. Disminuyen las fuerzas, la agilidad mental, la movilidad. Lo mismo le pasa a las instituciones, constituidas por personas. “Los institutos de vida religiosa tienen una vida dura. Necesitan un período de gestación de diez a veinte años. Para consolidarse les hace falta el doble de tiempo. Su expansión (si no queda retrasada por un período de incubación) ocupa cerca de un centenar de años. Se estabilizan durante un tiempo casi igual. Después bruscamente, inician una curva descendente que, a su vez, puede durar de cincuenta a cienazos. Después de lo cual, según las circunstancias, la extinción queda debidamente registrada… bastante más tarde. El ciclo vital concreto de las agrupaciones de vida religiosa se extiende por un período que varía entre 250 y 350 años”11 .
El descenso en la curva de la vitalidad se expresa en algunos signos. Disminuye la visión carismática. Siguen vivas la comunidad, la formación y la administración. Pero Surge la duda fundamental sobre la fecundidad y actualidad del carisma. La incertidumbre afecta también a la validez actual de la propuesta ético-espiritual de la orden o congregación. Para describir el declive Diarmuid O’Murchu utiliza la categoría de duda. Distingue cuatro tipos de dudas: operativa, ideológica, ética, absoluta12. Los miembros de la misma se cuestionan sobre la capacidad del propio patrimonio espiritual para responder a los desafíos que los cambios socio-culturales están planteando a la misión evangelizadora de la Iglesia. La iglesia en su conjunto tiene la experiencia repetida de la dificultad para la trasmisión de la fe; sufre con dolor la ruptura de la memoria cristiana.
Eso se traduce, a nivel personal, en las dudas acerca de la propia fecundidad personal: uno experimenta que es incapaz de comunicar la experiencia carismática. Faltan las vocaciones. Es el tiempo de los aniversarios; la mirada colectiva se vuelve hacia la propia historia. Se destaca la gran historia que contar.
En conjunto, comienza a entrar en declive la visión y el carisma. Es más difícil su comunicación. Ha perdido frescura. Pierde interés. Se duda seriamente de su validez y su fecundidad. Se pregunta si se habrá cumplido la misión para la que el Espíritu lo inspiró en su Iglesia.
Como consecuencia de esa pérdida de la visión común e ilusionante, crece la autoridad de algunas personas. Se instaura una cierta aristocracia; crece la importancia de las autoridades internas. La comunidad se hace más vertical; se acentúan las estructuras autoritarias, las normas y la disciplina.
El declive avanza en la medida en que también la comunidad se va haciendo más débil. La organización entonces funciona. Pero pierde energía creativa; pierde cohesión interna. Se va imponiendo la inercia. Se multiplican las comisiones y los documentos pero se quedan en nada; no logran movilizar nuevas energías creativas. “Es el triunfo de las posaderas sobre la cabeza”. Prevalece la burocracia. Puede haber muchas instituciones formativas que siguen funcionando perfectamente desde el punto de vista burocrático, pero sin resultados. Puede haber conventos muy renovados en los edificios pero vacíos; parroquias con muy buena organización pero sin un católico más en la misma.
La lógica del declive es la extinción. Puede durar mucho tiempo una institución cuyos miembros hayan cedido a la resignación y a la supervivencia. En algunos casos ha prevalecido un final conflictivo y traumático para los miembros de la institución.
LA REVITALIZACIÓN
El declive no es un proceso irreversible. Puede ser modificado. Una congregación puede renovarse, reformarse, refundarse desde la fecundidad y novedad permanente del carisma. La cuestión es cómo se vive la situación de declive13. ¿Se vive como reversible? ¿Cuáles son sus condiciones de posibilidad? ¿Hay situaciones en que ya se ponen en duda la capacidad de renovación y de cambio? ¿Es posible recrear la vitalidad del carisma?
En primer lugar, es preciso tener en cuenta que la analogía entre la biografía personal y la institucional no se puede forzar. En una congregación religiosa hay muchas personas; tienen edades distintas; están en momentos diferentes del ciclo vital. En una congregación existe el influjo de diferentes culturas; unas son culturas jóvenes y otras son viejas culturas. Existen comunidades más inmovilistas y comunidades más innovadoras, unas que incorporan mejor la experiencia carismática y otras que la incorporan peor.
La experiencia de la fragilidad y la debilidad no impide la revelación de la presencia y de la acción de Dios. Al contrario, muestra más claramente la identidad y la misión de la Iglesia de Jesús. Viene de Dios para salvación del mundo y revelación de la gloria del mismo Dios. Esa es la paradoja cristiana: la fuerza se realiza en la debilidad. El modelo pascual de la muerte y resurrección es radicalmente esperanzador.
En esa paradoja pascual arraiga la fe y la con-fianza de que es posible la revitalización. Es posible percibir la fuerza rejuvenecedora del carisma. Las obras concretas de misión no agotan el carisma; éste puede encarnarse en otras obras, en otros lugares. Puede ser reinterpretado, releído por otras personas. El Espíritu de Jesús resucitado es sorprendente. Es Spiritus creator. Y nuestro Dios es un Dios resucitador de los muertos. Una brillante imagen bíblica para leer teológicamente la realidad de la revitalización es la visión de los huesos secos del profeta Ezequiel 37,1-14. Pero a lo largo de toda la Biblia Dios se revela como el Dios de la alianza y las promesas, que cumple su palabra. Saca vida de la esterilidad de Abrahán y Sara. Por eso hay en la Biblia una permanente plus-valía de la esperanza sobre la experiencia, de las promesas sobre el cumplimiento. Por eso la Biblia nos enseña a vivir en una historia siempre abierta a un futuro mejor.
1 F. Martínez, Situación actual y desafíos de la vida religiosa, Frontera 44(2004) 17.
2 Cf. Claude Dayans, La passione del Vangelo, en Regno-att, LV, n.1077 (2010)267-282.
3 Cf. Romano Guardini, Las edades de la vida, Würburg 1959, traducción Buenos Aires 2005. Paul Tournier, Die Jahreszeiten unseres Lebens. Entfaltung und Erfüllung, Güterloh 1983. Anselm Grün, La mitad de la vida como tarea espiritual. Madrid 1990. Le etá della vita, en Credere oggi 109(1999)23-126. Segundo Galilea, Las edades del espíritu, Bogotá 2004.
4 VC. 63
5 Cf. G. Pastor, art. Sociología, en: Diccionario teológico de la vida consagrada (Aparicio, A. y Canal, Joan Mª Canals, eds), Madrid 1992. pp.1667-1679. Cf. G. Scarvaglieri, L’instituto religioso come fatto sociale. Padova 1973. D. O’Murchú, The prophetic Horizon of religious life. London 1989.
6 D. O’Murchu, The prophetic Horizon of religious life, Londres 1989; p. 66- 67.
7 Raymond Hostie, Vida y muerte de las órdenes reli-giosas, Bilbao 1973, p.343 ss
8 Mutuae relaciones, 12
9 Mutuae Relationes, 11; VC 48
10 Para superar esta dificultad se ha propuesto utilizar otras categorías, por ejemplo, de tipo estructuralista y narrativo, Cf. Bernard Lee, ASocio-Historical The-ology of Charism, Review for Religious 48 (1989) 124-135. M.S. Thompson, Charism or Deep Story? En Review for Religious 58(1999)230-250.
11 Raymond Hostie, Vida y muerte de las órdenes religiosas. Bilbao 1973. p. 371 12 The prophetic Horizon of Religious Life, Londres 1989, pp. 101-107.
13 Peter Kösler se refiere al gráfico que estamos siguiendo para tener un punto de partida en el proceso minucioso de discernimiento como proceso espiritual a la hora de tomar decisiones importantes. Cf. Ordensnachtrichten 31(1992)4, pp. 9-56.