¿Qué se nos permite esperar? ¿Qué posibilidad nos abre la esperanza como espacio que desafía la inmediatez para escribir una nueva historia de la vida religiosa? En la esperanza encontramos la amplitud necesaria para manifestar lo posible, pero precisamos quererlo y hacerlo amanecer. Así lo afirmó tan sentidamente una hermana indígena de la Amazonia, cuando en el Sínodo celebrado nos compartió la frase que su abuelo acostumbraba a repetir: “Hagamos amanecer la palabra en obras”.
Es hora de “dejar atrás los discursos abstractos sustentados en principios apriorísticos y desencarnados, necesitamos proponer respuestas vitales que testimonien un mensaje que tiene que ver con lo que nos pasa. Encontrar palabras que fundamentadas en el existir no queden encerradas en su propia parcialidad, sino que apunten más allá de sí mismas […] universalizando así caminos de lo posible”1. Por cierto, un párrafo que invita a desencadenar posibilidades y aterrizaje para evitar quedarnos arropadas o arropados por solos discursos. Palabras que nos empujan a ubicarnos desde el lugar de la oportunidad como umbral del acontecer.
Quizás como vida religiosa, nos falte aliar más la fe a la esperanza para levantarnos de nuestras postraciones y parálisis. ¿Creemos en lo que esperamos? ¿Deseamos lo que esperamos? ¿Amamos lo que soñamos para hacerlo acontecer? No sea que la comodidad del “más de lo mismo” siga encontrado fisuras para calarse y quedarse instalada. ¡Hagamos que suceda!
1 Carme Soto Varela, “Sentido y sensibilidad: creer en el nuevo paradigma cultural”, en He visto al que me ve. (España, Verbo Divino, 2006), 199.