Se suele insistir en las razones de que la Cuaresma dure cuarenta días. Quizá no se acentúa tanto que por algo el tiempo pascual es todavía más largo. ¿Qué supuso y supone la Pascua? ¿Qué se invita a celebrar? ¿Qué se nos revela del misterio de Dios, de nosotros mismos, del sentido de la vida y de la historia?
La resurrección de Jesús crucificado es un acontecimiento real. El Jesús crucificado está vivo; ha pasado de la muerte a la vida definitiva y para siempre. Y este acontecimiento tiene muchos significados. Afecta a Dios mismo que lo resucita; afecta al Jesús crucificado, a su vida, a su historia, a su mensaje. Tiene repercusión en el futuro de la vida y de la historia. Afecta a la fe pascual de los seguidores.
Voy a tratar de expresar algo de la riqueza de este acontecimiento en diez palabras que comienzan por la letra «p».
1 Proceso
La resurrección de Jesús es un acontecimiento real; el Jesús crucificado está vivo; el humillado está ahora glorificado. Jesús ha pasado de la muerte a la vida definitiva y para siempre. Su humanidad ha sido trasfigurada y participa de la gloria de la divinidad.
Pero este acontecimiento es entendido de forma progresiva por los discípulos. Se trata de un proceso lento y progresivo; pero no es lineal y continuo. Va desde la interjección y el asombro puntual a la proclamación de fe, la narración de las cristofanías y la relectura de la Escritura desde la nueva experiencia.
Es cierto que la liturgia nos propone un tiempo de preparación para la Pascua. Pero nos propone también un tiempo largo de proclamación y vivencia de la Pascua. El tiempo pascual hace justicia a la necesidad de este proceso. Hacerse cargo de la realidad de la resurrección de Jesús requiere proclamación, escucha, docilidad, celebración, tensión entre fe e incredulidad, entre el ver y el creer. La lógica del testimonio es: ver, escuchar, testimoniar. El gran acontecimiento de la resurrección del crucificado sólo puede ser creído y testimoniado. Los discípulos tienen que pasar de seguidores a testigos.
2 Pregón
La resurrección de Jesús crucificado es un hecho real. Constituye la gran buena noticia. La noticia esperada por generaciones y generaciones. En medio de la oscuridad de la noche ha brillado una gran luz. La resurrección del crucificado hay que proclamarla a los cuatro vientos. Es verdad. ¡Ha resucitado! ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!… Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; ¡la muerte en ti no manda!
Las mejores imágenes y las mejores palabras tienen que ser pronunciadas para proclamar este inagotable acontecimiento. La liturgia de la noche de pascua nos propone un pregón que expresa la frescura y el significado del gran acontecimiento. Se fija más en el significado salvífico que en el hecho mismo de la resurrección. La resurrección de Jesús requiere anuncio y celebración. Hay que hacer fiesta. La gran fiesta de la historia: la fiesta de la luz y la alegría. El resucitado es el lucero que no conoce ocaso. Hay que contemplar cómo la historia es iluminada, incluso en sus lados oscuros. ¡Oh feliz culpa que mereció tal Redentor! Toda la historia humana, especialmente la historia del pueblo de la alianza, culmina en el acontecimiento de la resurrección. ¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos (Pregón Pascual). La luz del día que nace de en medio de la noche oscura se convierte en una metáfora de la resurrección de Jesús. De ahí la repetición del ¡qué noche tan dichosa! Es una noche santa; una noche de gracia.
3 Pasión
La resurrección del crucificado Jesús tiene que ver con la pasión al menos en estos tres sentidos. Por un lado es obra del amor apasionado del Padre al Hijo y a los hijos. La resurrección es la obra escatológica de Dios. Tanto es así que configura y define el nuevo rostro de Dios. Es el Padre y resucitador de nuestro señor Jesucristo.
La resurrección es el nuevo nombre de Dios. Lo pone de relieve el salmo que se repite en este tiempo pascual: Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
En segundo lugar, la resurrección del Mesías crucificado constituye el final de una gran pasión, es decir, de sufrimiento. Y es también el resultado de un gran apasionamiento por parte de Jesús. Es la culminación del proceso de encarnación del Hijo de Dios en nuestra condición humana histórica. El reino de Dios es la causa que motiva la vida entera de Jesús. El mensaje del reino de Dios es el motor de la vida histórica del Mesías esperado. Vive y se desvive por hacer presente la gran liberación del Dios amor. Anuncia una nueva etapa de la historia de la salvación. La gran liberación ya está ahí a las puertas; el Dios de los padres y de los profetas la hace surgir. Ha roto su silencio de siglos y hace surgir la buena noticia. Algo nuevo y decisivo está sucediendo. Dios comienza a mostrar su voluntad de vida para todos, de libertad para todos.
Jesús anuncia apasionadamente este sueño de Dios para todos sus hijos. Recorre los caminos con este mensaje; se rodea de discípulos para colaborar en la gran pasión de su vida. Les contagia su carisma. Los forma para ser mensajeros y mensaje al mismo tiempo. Ellos simbolizan y encarnan el mensaje del reino, tienen que mostrar que la novedad del reino ya está presente en su vida, que es como una semilla que se siembra, como una levadura que fermenta la masa.
El apasionamiento de Jesús por el reino de Dios choca con la incomprensión, con la indiferencia. La sima de la incomprensión va creciendo. Se convierte en conflicto abierto. Se radicaliza el conflicto con la aristocracia de Jerusalén, con los custodios del orden establecido en nombre de la ley de Dios.
El amor apasionado de Jesús termina históricamente en la pasión, la persecución, la marginación, la exclusión y la crucifixión.
4 Paso
La resurrección de Jesús es el paso de la vida temporal a la vida eterna; de lo provisional a lo definitivo, de lo efímero a lo permanente. El resucitado es el mismo Jesús histórico; hay continuidad personal. El resucitado no es ni un fantasma ni un espíritu; pero tampoco es una figura distinta de Jesús. El Señor resucitado sigue siendo el siervo de Dios. El Cristo de la fe sigue siendo el Jesús orante. Vive intercediendo por nosotros.
La vida de Jesús no ha sido anulada por su muerte. La resurrección de Jesús revela el sentido de su muerte; y, por ende, de su vida. Puesto que el resucitado es el mismo Jesús histórico, el acontecimiento de la resurrección afecta a toda la vida anterior del Maestro. En adelante las palabras de Jesús se trasmiten como palabras del Resucitado; los gestos de Jesús son gestos que tienen la validación del resucitado; la forma de vida histórica de Jesús es ahora la forma de vida del glorificado por Dios.
La resurrección es la ratificación, la convalidación de la historia de Jesús. La obra vivificadora de Dios sobre Jesús hace irrevocable, irreversible y definitiva toda la vida histórica del profeta galileo. La resurrección del Crucificado afecta también a la anterior historia de la salvación: la liberación de Egipto, el paso del Mar Rojo, el camino del pueblo por el desierto guiado por la “columna de fuego”. Afecta incluso a la creación entera: ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?
5 Paradoja
La resurrección de Jesús es el gran paso de la muerte a la vida. El crucificado es el resucitado; el humillado es exaltado; el deshonrado es ahora el glorificado. Pero también la inversa es verdadera: el Resucitado es el crucificado, y no otro.
Lucharon vida y muerte / en singular batalla, / y muerto el que es la Vida, / triunfante se levanta (Secuencia Pascual).
El Hijo exaltado es el Hijo encarnado; el Hijo glorificado es el Hijo kenótico y el humillado. El Cristo es Jesús. Es el mismo, aunque no sea lo mismo. Entre Cristo y Jesús hay identidad y diferencia; el resucitado es el crucificado; el crucificado no es el resucitado.
La resurrección no consiste en la vuelta a este mundo, ni en la revivificación del cadáver, ni en la permanencia en la causa o en el mensaje; la resurrección de Jesús consiste en la ida total al Padre, es una resurrección hacia la vida, hacia la gloria del Padre. Por eso no hay testigos directos del acontecimiento mismo de la resurrección. No se puede captar con una cámara o un telescopio. Pero esa culminación no aleja de la cruz ni de la historia de Jesús; no convierte a la cruz en una etapa de paso hacia la meta. Convierte el enigma de la cruz en el misterio de la cruz. El resucitado es para siempre el crucificado, el histórico, el hombre libre, el profeta del reino de Dios.
El acontecimiento pascual es paradójico: Tiene dos caras: muerte y vida, historia y transhistoria, visibilidad e invisibilidad, revelación y ocultamiento… Implica la entrada en la vida divina de una historia humana. Lo provisional se hace definitivo; pero lo definitivo está en el tiempo provisional que vivimos.
6 Promesa
La resurrección del Jesús crucificado tiene una dimensión de promesa; abre un futuro a la historia humana. La resurrección de Jesús es promesa de nuestro propio futuro. Promete también el futuro de la vida, de la libertad, de la justicia. Es promesa de la consumación escatológica. La luz de la resurrección no sólo ilumina hacia la cruz; ilumina también hacia el futuro; descubre un nuevo horizonte. La resurrección hace histórica a la historia. Revela e introduce nuevas posibilidades: la muerte no tiene la última palabra; sus días están contados, será el último enemigo en ser superado. La vida terminará absorbiendo a la muerte. El resucitado es la esperanza del mundo.
Y desde esa esperanza nace la capacidad de protesta contra las formas de desesperanza. Las promesas ratificadas por Dios fundan la capacidad crítica frente al presente que se absolutiza a sí mismo y se resiste a cambiar. Hacen bailar las relaciones paralizadas en el tiempo presente. La promesa moviliza la memoria de las esperanzas frustradas, aparcadas, diferidas. La esperanza aviva la memoria peligrosa de las víctimas.
7 Primicia
La resurrección de Jesús es primicia de nuestra propia resurrección. En el resucitado Jesús se anticipa el futuro de Dios. Lo que será el futuro de la historia se deja vislumbrar ya en la glorificación del crucificado. La resurrección de Jesús no constituye pues un acontecimiento aislado, un milagro de excepción. La resurrección del crucificado Jesús tiene un significado y un alcance universal. Resucita como el primero de la fila. Otros le seguirán. El resucitado de entre los muertos es el comienzo de la resurrección de los muertos. Jesucristo es la primicia que simboliza toda la masa; es el nuevo Adán que representa la nueva humanidad. Lo que acontece a Jesús no acontece sólo a un individuo de nuestra historia. Él nos representa y nos incluye a todos. Lo que acontece en él, acontece en nosotros. ¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino! (Pregón Pascual).
8 Presencia
La resurrección del crucificado Jesús implica una transformación de su vida humana e histórica. El crucificado ha entrado en la gloria de Dios. Participa de la vida y comunión de la santa Trinidad. Pero resurrección no significa ausencia de la vida de los discípulos y de su historia. El resucitado tiene una nueva forma de presencia entre los suyos. Sigue siendo el mismo, pero no lo mismo. El resucitado se aparece, se hace ver, se manifiesta. La resurrección no inaugura un vacío cristológico. El profeta escatológico del reino sigue haciéndose presente entre los discípulos. Sigue dándoles el mismo mensaje: paz a vosotros; no temáis; alegraos; anda, ve a mis hermanos y diles… Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda criatura…
Los discípulos tienen que aprender a ver y vivir esta nueva forma de presencia. Es real, es efectiva, pero distinta. Jesús resucitado sigue hablando, enviando, formando a los seguidores; sigue haciendo los mismos gestos, dándose a conocer por las mismas palabras, los mismos comportamientos.
La fe pascual es iniciación en esta forma de presencia. Los textos pascuales insisten mucho en la dificultad y el proceso de la fe pascual de los discípulos. Los relatos de las cristofanías suelen centrarse en el reconocimiento: Él está ahí pero no lo reconocen. María Magdalena lo confunde con el jardinero y lo reconoce cuando pronuncia su nombre, los dos de Emaús sienten que se les abren los ojos al final del camino y de la conversación, Tomás lo reconoce en las huellas de la pasión en su cuerpo.
Los textos del tiempo pascual constituyen una progresiva pedagogía de la fe: acostumbrar la mirada a los nuevos signos de la presencia de Jesús. Los sacramentos nacen como signos de la presencia del resucitado. Son signos pascuales; despiertan la mirada y los oídos para ver y creer. Y para atestiguarlo.
9 Paciencia
Creer en la resurrección de Jesús como futuro de la vida es experimentar la dureza de la muerte. Creer en el futuro de la vida es empezar a experimentar la mortalidad de la muerte. Esperar el futuro de la libertad prometida es empezar a sentir la dureza de la esclavitud presente.
La resurrección del condenado en nombre de la ley de Dios revela que Dios está en contra de los que crucifican; es el sí de Dios a Jesús; es el no de Dios a los que crucifican. La resurrección del crucificado es la protesta de Dios contra la muerte y contra lo que hace inevitable la muerte de los justos e inocentes: “lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte” (Hch 2, 23-24).
Por eso mismo creer y celebrar la Pascua de Cristo es romper el poder esclavizador del miedo a la muerte; es empezar a romper las cadenas de la muerte. La esperanza en la resurrección suscita la capacidad de resistencia histórica contra el mal. La resurrección es el principio de insurrección contra el fatalismo de la historia, el fatalismo que se expresa en la afirmación ‘el cambio no es posible’.
La esperanza que nace de la resurrección del crucificado confiere capacidad de resistencia frente al poder del mal en la historia. Alienta la lucha a largo plazo contra los poderes que causan víctimas. Sabe que la opresión y la muerte serán finalmente vencidas, que Dios hará triunfar la justicia. Pero ese triunfo se hace esperar; vivimos en el período del todavía-no. Y el futuro está en manos de Dios, depende de sus promesas y de nuestras respuestas. Éste no es todavía el mundo que Dios quiere. “Otro mundo es posible”. Y ésta es una afirmación sociológica y teológica.
10 Parusía
Creer en la resurrección de Jesús es esperar su consumación. El acontecimiento de Cristo todavía no está terminado. Le falta una fase: la culminación. Se denomina parusía, segunda venida, pascua del mundo…
Vivimos en el tiempo del todavía-no y del todavía más. Todavía no se ha realizado el significado pleno de la resurrección de Jesús, no se ha realizado del todo la justicia. La vida todavía no ha triunfado sobre la muerte. Pero ya está en marcha. Lo fundamental y decisivo de la historia ya ha tenido lugar. Estamos en la cuenta atrás.