Hoy despedíamos en mi comunidad parroquial a una familia de brasileños que habían llegado a nuestras tierras hacía ya cuatro años. Ellos son Urbano, Shirlaildie, Cayo y Maria Xulia.
Los dos últimos, niños de 10 y 4 años respectivamente. El matrimonio de 39 y 38 años.
Con ellos compartimos vida y fe durante este tiempo. Mucha vida y mucha fe.
Vinieron buscando un futuro mejor y no lo encontraron. Dejaron atrás a la familia, a los amigos, a la tierra y encontraron una inestabilidad laboral: él en una empresa auxiliar de automoción y ella de camarera en un restaurante.
Fue pasando el tiempo y los contratos y los arreglos de papeles y la vida se fue llenando de nuevos rostros y de nuevos nombres.
Y ahora, llegó el momento de volver a su país porque las oportunidades en Brasil son ahora mejores que aquí.
Hoy nos alegramos y nos entristecimos con ellos en la celebración dominical. El anuncio del Enmanuel nos llegó en un tiempo también preñado de esperanza y de dificultades, como en la lectura de Isaías. Ellos no piden signos a Dios como el despótico rey Acaz. Ellos se fían (siempre se fiaron), como Abraham, de la capacidad que Dios tiene para guardarlos como a las niñas de sus ojos.
Y el signo que se dibuja es igual de frágil como el de la joven que está encinta en el periodo belicoso de Isaías.
La fragilidad de un futuro incierto, de volver a su tierra sin herencia, pero cargados de nombres y de cercanía desde aquello que parecía el dorado y que no lo fue.
Fracaso ilusionado. Renacer, volver a ponerse en camino. Esta crisis producida por los especuladores nos resitúa y nos redime. De alguna manera nos redime, no sé.
Muchas gracias a los cuatro, ahora también tenemos un hogar en Brasil
La comunidad no se rompe con la distancia y además tiene que tener la misma fuerza para acoger que para despedir. Enhorabuena por el signo que estáis haciendo.
Feliz IV semana de Adviento, pronto nace la Esperanza.