Los saduceos no creían en la resurrección y por eso llevan al extremo del ridículo una normativa de la Ley: si se muere el marido sin dejar hijos el hermano de este se ha de casar con la viuda.
De este modo comienzan a sumar hermanos hasta 7 y hacer la pregunta inútil que inutiliza la Vida: de quién es esposa?
Y Jesús pasa por encima de todo ello y, como siempre, va a lo esencial que suele ser siempre una respuesta abierta: Dios es un Dios de vivos. Aquí reside toda la gloria de nuestra fe.
La vida que Dios cuida con mimo incluso después de eso que nosotros llamamos punto final: la muerte.
Vida que es más fuerte que la muerte y que todas las pequeñas muertes que vamos atravesando a medida que vamos creciendo. Ya no hay un final oscuro de silencio y soledad. Tampoco hay callejones sin salida de pequeñas soledades, desamores, dolores, lágrimas o sin sentido.
En toda nuestra existencia Dios se empeña en luchar contra todas las muertes que nos acechan para cambiar nuestro luto en danza. Pequeñas resurrecciones que son anticipo de esa que será ya definitiva en el amor.
No sabemos el cómo, pero sí que conocemos esa certeza frágil de que el amor es más fuerte que todo lo negativo, en este ahora y después de la muerte. Tenemos la certeza de que Dios es un Dios de vivos que no tolera la muerte ni las pequeñas muertes porque es todoamoroso. El cómo es lo de menos…
Padre sin esas pequeñas muertes no se crece?
Esas pequeñas muertes siempre están ahí. Hay que verlas como oportunidad de resurrección y como regalo hermoso del Padre