Dicen algunos autores que, en nuestro tiempo, consumir es sinónimo de estar vivo. Producimos y valoramos a la misma velocidad que despreciamos. Son momentos inestables, inciertos y no tan providentes.
En la vida religiosa no se viven circunstancias diferentes. No es un mundo paralelo que guarde incólume su significación frente a los cambios. También se perciben excesos de palabras y ambigüedades de las mismas. Mientras tanto, la vida de las personas discurre en un día a día superado, no pocas veces, por el realismo, poco profético, de sacar las cosas adelante, cumplir e ir viviendo, que no es poco.
El consumo de máximas es consecuencia de un cambio de paradigma que, por explicado, no es ni tan entendido, ni tan comprendido. Hablar de cambio es fácil, sobre todo si se sigue haciendo lo mismo, desde los mismos ángulos y perspectivas. Siguen provocando emoción efímera, pero emoción al fin y al cabo, los grandes titulares: profecía, radicalidad, libertad, amor, donación, totalidad… No hay encuentro que se precie dónde estas y otras palabras parecidas no se barajen a modo de slogans. Lugares cálidos donde un público convencido aplauda y quienes formulamos propuestas sintamos esa vaga sensación de estar tocando la verdad. No tendría sentido convocar a los religiosos y religiosas a un encuentro en el que la temática verse sobre la normalidad o la significación de los consejos evangélicos en las decisiones personales, o la experiencia de compartir la misma suerte que los más débiles de la calle. Parece, por ejemplo, que una convocatoria que verse sobre la pobreza no tendría éxito, pero resultaría de relumbrón si se titulase: “La sencillez alternativa”. Y es que así somos, o así creemos ser…
Estamos en año de máximas. He querido recopilar convocatorias, las que tengo conocimiento, en las que he participado, en las que participaré, en las que no participaré, las convocadas aquí y allá… desde un estilo y perspectiva o desde su contraria… y no puedo lograrlo. Pienso que “si quisiéramos ponerlas todas en un libro”, éste sería inmenso, grandilocuente. Tan enorme como las máximas que contiene y, por ello, tan absurdo como buscar el éxito social en lo que es una propuesta de vida sencilla, alternativa, liminal o en cercanía con el querer de Dios. Vamos, lo que es y será siempre la vida religiosa.
Cada vez es más fuerte la certeza de que para encontrar los caminos que lleven a la vida religiosa hacia el futuro, en el que el mundo y la misión ya viven, tenemos que desprendernos de aquellos que, sin serlo, nos parecen gloriosos de la historia reciente. Sin embargo, seguimos anhelando masas y fuerza. Probablemente porque en ellos descubrimos mucha capacidad para la misión, pero quizá también porque nos falte fe. El seguimiento, desde la vida religiosa, es aquel que pone su única fuerza en Dios que sostiene la debilidad. Nuestros “orígenes más originales” nos conducen a la Alianza: “Vosotros seréis mi pueblo y yo vuestro Dios”. Algunos desarrollos posteriores, respondieron a un tiempo social, cultural y eclesial que ya no es el nuestro.
Hay dos estilos de vida religiosa que no acaban de encontrarse. La que vive para los congresos y la que se gasta en el “entre congresos” Ésta última es la real. La que la Iglesia y el mundo necesitan. Ésta está en espera. Sigue viva y continúa celebrando que se muere de amor por la humanidad. Sigue soñando al calor de esa vida de comunión que, aunque en crisis, es el gran anuncio. Sigue buscando la reconciliación y el perdón sin condiciones, que es la ofrenda más transgresora y radical. Sigue esperando una vida sencilla que se hace acogida del mendigo, el jubilado o el ama de casa. Es una vida religiosa anciana que cuida el regalo de su vocación para pasárselo a los jóvenes, se lo pide todos los días a Dios y también le dice que no sabe cómo hacerlo, porque siempre es fuerte la tentación de que “lo que se hizo conmigo” valga para otros.
Hay una vida religiosa, entre congresos, débil pero que está llena de vida y de experiencia religiosa. Dos valores imprescindibles, eternos y que sólo se transmiten por contagio, por la convivencia intensa y pequeña en las tardes muertas; por los fracasos de anunciar a los derrotados y derrotadas de este mundo que hay salida. Esta vida, cargada de sana experiencia religiosa, se siente incómoda de tanto micro, tanta luz y tanto ruido… está incómoda con el consumo que consume.