En la actualidad, la mayor parte de los miembros de la vida consagrada son criollos, herederos de los carismas que sembraron las generaciones precedentes. La inserción en los sectores populares y en las periferias de las ciudades y en las fronteras les ha dado un sello peculiar y una aceptación grande de parte de la gente.
En medio de la crisis que vivimos, lo primero es que quieren permanecer y acompañar el sufrimiento de la gente. El testimonio que dan es grande en desprendimiento, pobreza, pero sobre todo en el acompañamiento cordial a la población. Están surgiendo nuevas formas de vida consagrada ligadas unas a los movimientos modernos y otras, que surgen, “de manera silvestre”, mejor, buscando nuevos caminos todavía no trillados.
Entender los retos del cambio de época, con sus implicaciones antropológicas, la asunción del desprestigio por los abusos reales o inducidos, la valoración de la mujer todavía tímida en la Iglesia y una experiencia vocacional de vida comunitaria más en consonancia con los tiempos, forma parte de los retos. Desde la perspectiva latinoamericana la Iglesia en salida, la opción preferencial por los pobres con el énfasis en las periferias y los excluidos, la intercongragacionalidad, entre otras, están dando vitalidad y esperanzas a la vida consagrada.
La pasión por Dios, en un mundo que tiende a construirse al margen de Dios, urge mantener cuanto se hace y a la vez, crear nuevos espacios que sean escuela y taller de la vida con Dios, que muevan a adorarlo “en espíritu y verdad” (Jn 4,21).