Por otra parte, los cristianos, y de modo especial los consagrados, hemos apostado nuestra vida a la causa de Dios y de su Reino. El drama resulta de constatar que lo que da un sentido a la vida de uno, resulta insignificante para otros, incluso para los más cercanos. Si nos paramos en el sentimiento de estupefacción y pensamos pastoralmente, se brindan dos flancos que pensar: ¿realmente Dios ha muerto? ¿Realmente no se le echa de menos? ¿No existen gritos silenciosos y claman hacia Dios?
Por otro lado, es preciso tomar conciencia del posible contagio de este ambiente. ¿Participamos de la secularización interna de la Iglesia? ¿Nos estamos haciendo “mundos” o estamos en el retorno de lo sagrado? ¿En qué medida estamos inmersos en el mundo líquido y cómo nos afecta? Por contraste, se hace apremiante la pregunta: ¿en qué se manifiesta que he sido cautivado por la belleza de Dios? ¿En qué medida he sido tocado por la vitalidad de su misterio de amor? ¿Somos incapaces de mantener la memoria de Dios que es amor, y transmitirla? ¿Se ha interrumpido el flujo histórico de la memoria cristiana? Además, es preciso revisar la imagen de Dios con la que vivimos, rezamos, nos emocionamos o tememos. ¿Ante qué Dios quiero existir y morir? ¿Con qué Dios quiero encontrarme en el abrazo eterno?
La relación con el misterio de Dios puede ser contemplada desde distintas perspectivas. Es una única relación, peculiar, original2. Pero al mismo tiempo está habitada por una gran riqueza de matices, imágenes, sentimientos, cuestionamientos y situaciones hermenéuticas. Esta variedad de rasgos de nuestra relación con Dios tiene que ver con la variedad de las imágenes de Dios. Ese mundo de las imágenes de Dios que bullen en nuestras cabezas es un territorio complejo. Resulta difícil de explorar. Eso explica, en el fondo, las diversas maneras de entender la vida consagrada, cuyo objetivo es el quaerere Deum. Nos reunimos en comunidad para acompañarnos y ayudarnos en la búsqueda de Dios.
Teo-dulía
Nuestra relación con Dios es la del servidor. Dios es creador del universo; el Señor de los tiempos, el rey de los siglos. Relacionarse con Él tiene que ver con reconocimiento de la propia realidad finita y limitada. Hay distancia ontológica: entre Él y nosotros la desigualdad no tiene medida. El ser humano tiene que clamar: escucha mi voz. El Señor de la vida también invita a la escucha: ojalá me escucharas, Israel… No queremos escuchar la voz de Dios; es una experiencia terrible. Necesitamos mediadores; altavoces que canalicen y adapten la voz de Dios a nuestros oídos humanos. Es el Dios creador, el Dios de nuestros padres, de Abraham, Isaac, Jacob; el Dios de la liberación y de la historia. Es el Dios de Jesús. El ser humano ha sido creado por Dios. Es imagen y semejanza de Dios. Su vocación sublime es parecerse a Dios, obedecer su proyecto de amor. El mismo Hijo de Dios, Jesucristo, es obediente que cumple toda justicia (Mt 3,15) y también la ley y los profetas (Mt 5,17). Su alimento es cumplir la voluntad de Dios.
El sentimiento de la vida en la cultura europea actual no muestra la idea de servicio. La cultura popular actual revela la satisfacción consumista; el hambre existencial de sentido tiende a diluirse entre los objetos del deseo de posesión. Padecemos una cierta atonía y desgana espiritual. Tal vez es la consecuencia de estar hipnotizados por el pequeño fulgor de lo cotidiano. La superficialidad y la inconsciencia impiden la realización plena. Parece que nos hemos vuelto “incapaces de Dios”, incapaces de creer en lo que creemos3.
Hay formas de espiritualidad que tratan de proponer nuevos paradigmas de relación transpersonal en una cultura individualista y nihilista. Está por ejemplo la espiritualidad de la no-dualidad. Parte de la unidad del sujeto. No parece que llegue a establecer una relación con un Dios personal que rescate al hombre de su ego. Más bien da la impresión de un panteísmo difuso, un Dios apersonal, que no llega a descubrirnos la relación con los demás, la fraternidad. Creer es más que caer en la cuenta.
Teo-patía
Hablar de Dios requiere tomar conciencia de una asimetría fundamental. Dios no es el mundo. El mundo no es Dios. El mundo es hechura y creatura de Dios. Pero la distancia es imposible de salvar desde esta orilla. Dios es siempre Dios. Transcendente. Inefable. Inabarcable. Solo Dios puede hablar de Dios. Pero Él ha querido crear su propio relato que es el ser humano en la historia y en el mundo. Inventamos relatos para referirnos a Dios, pero la referencia nos impulsa a dar el salto propio del lenguaje analógico, es decir, metafórico. Siempre será mayor la desemejanza que la semejanza. Ya lo decía el IV Concilio de Letrán.
El misterio de Dios no es manejable por nosotros; nos transciende por todas partes. Ver a Dios, escuchar su voz de las múltiples formas en las cuales se revela y se hace presente en la historia humana colectiva y personal, requiere interioridad y atención a la vida. El papa Francisco critica la postura de los que prefieren “un Dios sin Cristo; un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo”4.
Conocer a Dios es padecer a Dios: el misterio de su amor y el escándalo de su silencio, de sus eclipses, de su aparente indiferencia ante nuestro dolor humano… El misterio de Dios es purificador; nos hace pasar la relación con Él del “te amo porque te necesito al te necesito porque te amo”. Es un largo aprendizaje de dejar a Dios ser Dios. Aprender la actitud de adoración y confianza.
Y es también el aprendizaje de dejarse hacer por Dios… dejarse hacer hijos en el Hijo y relación de amor en el Espíritu; la trascendencia de Dios implica dejar que sea Él el que conduce la vida, que sea su presencia y su palabra la que orienta la vida. Y la alegra mediante el itinerario de crecimiento y desposesión del egoísmo…La historia de amor y amistad de Dios con cada uno de nosotros pasa por muchos momentos de luz y muchos momentos de oscuridad. El itinerario de la relación pasa por el ocultamiento; juega al escondite con nosotros. La transcendencia y gratuidad de Dios nos hace pasar por noches obscuras de la fe; es preciso purificar nuestros afectos. Dios está presente en la vida concreta de las personas, de todas las personas5.
Está también presente como el Crucificado. Es el Dios rechazado, condenado a muerte.
Teo-logía
No podemos por menos de hacernos cargo de la realidad de Dios. El hombre naturalmente desea saber; y especialmente desea encontrar la luz sobre las cuestiones radicales que envuelven nuestra existencia en el mundo. Sentido de la vida… misión personal en la vida… el futuro de la vida y del amor.
El creyente se estremece ante la palabra de Dios; se alegra, se sorprende, se resiste, se asusta ante la palabra de Dios; como ante el fuego, el creyente tiene miedo a quemarse. El creyente balbucea sus impresiones, se expresa en jaculatorias. Recurre al lenguaje metafórico para referirse a Dios, que es el inefable. Es menester romper los relatos lineales de la vida y de la historia para mirar con atención dentro de ellos. Hay que explorar sus referencias a base de desmontar el sentido obvio.
Pero la fe busca salir de su propio éxtasis. Necesita encontrarse con la inteligencia; necesita dejarse interrogar. La fe busca la inteligencia: se expresa en palabras inteligibles, en oraciones articuladas, en testimonios comprensibles. Además, la fe requiere la teología; busca la coherencia y la claridad. Dios es amor. Es relación de amor entre el Padre y el Hijo en el amor del Espíritu. Las preguntas, las preocupaciones, los sueños y las luchas constituyen una clave hermenéutica para acercarnos a Dios. La confianza en Dios es razonable aun en medio de la oscuridad. Que Dios es digno de fe, auto-creíble, puede ser afirmado ante el tribunal de la razón humana.
Teo-sofía
El conocimiento humano tiene muchas dimensiones; aplicado al misterio del Dios, cuya presencia nos envuelve, no basta con la fides quaerens intellectum; es necesario que esa inteligencia llegue a ser sabiduría. No basta el conocimiento intelectual informativo y discursivo; hace falta el lenguaje narrativo. El olvido de las obras de Dios en la historia es una falta de fe. En cambio, recordarlas, proclamarlas, agradecerlas es la manera de aprender la sabiduría de la fe. La fe cristiana se refiere fundamentalmente a un Dios que se hace presente en la historia. Ha escrito las tablas de la ley con sus propios dedos (Ex 32,17). Ha liberado al pueblo de la esclavitud de Egipto. Es el Dios de la historia y el Dios de la creación. “Jesús no anunció los atributos sino las actitudes de Dios para con el hombre y el mundo”6. Jesús habla de Dios con autoridad. Jesús muestra su experiencia del Padre a través de sus gestos, signos y palabras. Producen asombro y hacen nacer la alabanza: “Hoy hemos visto cosas increíbles” (Lc 5,26).
Todo cristiano es teo-didacto, un enseñado por Dios. Así lo recoge el Evangelio de Juan (Jn 6, 45), refiriéndose al profeta Isaías según su profecía de la nueva Jerusalén, “todos tus hijos serán discípulos de Yahvéh y será grande la dicha de tus hijos” (Is 54,13). Ser humano es tener capacidad de recibir la palabra y lo signos de parte de Dios. La palabra incluye la promesa y también la indicación del camino: la ética y la escatología. La fundamental dimensión de nuestra condición humana consiste en la capacidad para recibir. “Creer es recibir, y no simplemente descubrir”7.
Teo-filía
El camino del amor es otro de los itinerarios para el encuentro y la experiencia de Dios. El amor es la dimensión de más hondura, altura y anchura en la identidad humana. El amor es sentimiento; es también pasión, es química y es también decisión, es cerebro humano y es espíritu. En la relación religiosa el amor es siempre respuesta. La iniciativa la ha tenido y la sigue teniendo el Dios de la vida, de la historia y la alianza. Él es como un padre, una madre, un esposo, un novio, como un pastor, como un buscador de lo perdido… Desde el principio ha querido entrar dentro de la historia humana para rescatarla. La Biblia describe la historia de amor de Dios en busca del hombre como una relación de noviazgo y de matrimonio. A la inversa, la idolatría es presentada como adulterio y prostitución.
Una dimensión básica de la experiencia religiosa: Dios escucha los gritos de los oprimidos. Él ve la miseria de sus hijos y se acuerda de la alianza con Abraham. Es un Dios que escucha las súplicas. Uno puede dirigirse a Él con confianza, no para huir de los problemas y sufrimientos humanos. No es solo relación de amor a nosotros. Es relación de amor ad intra: el Padre es el amante, el Hijo el amado, el Espíritu es el amor entre el Padre y el Hijo. Dios es la suprema relación de amor: es la comunión personal de la vida divina. Amor generativo, amor filial, amor recíproco. En otras palabras: fecundidad, fidelidad, felicidad, las tres efes.
Frente a esta convicción básica, en nuestra sociedad actual se cuestiona la consistencia de la relación amorosa. Se diagnostica que en nuestra sociedad el amor es líquido. Y también la vida8. Y también la modernidad.
Teo-kalía
La verdad resplandece; la verdad tiene fulgor y forma. La verdad es belleza y esplendor; la filocalía desemboca en la teo-calía, amor a la belleza de Dios. El misterio de Dios es tremendum y fascinans; fascina, atrae, cautiva; el misterio que nos envuelve nos estremece con su silencio y con su palabra. Es un misterio de belleza que nos cautiva y nos hace vivir la filocalía. El amor a la divina gloria que resplandece en el rostro resucitado de Jesús, el Mesías crucificado. El rasgo bello de nuestro Dios se revela en la resurrección de Jesús: Dios nos revela su gloria, su poder y esplendor.
Esto nos plantea de lleno la relación de Jesús con el Padre. Vemos que esa relación pasa por distintas vicisitudes históricas. ¿Era Jesús feliz con el Padre? ¿Cómo era su relación durante el recorrido histórico? Retrospectivamente la carta a los Hebreos interpreta que Jesús gritó y lloró, que presentó oraciones y súplicas ante el Padre; que sintió angustia (Heb 5,7-9). El Evangelio de Jesús nos recuerda los sentimientos de turbación y agitación de Jesús al ver llegada la hora (Jn 12,27; 11,33; 13,21). Pero, al mismo tiempo, Jesús era un orante ante el misterio del Padre y de su plan de salvación.
Teo-latría
Actualmente la palabra adoración se emplea con mucha superficialidad en la publicidad. Yo adoro… tal perfume, tal vestido. El sentimiento de fragilidad y mortalidad es connatural a la vida humana. El hombre es un ser piadoso en el sentido de que reconoce realidades a las que admirar, a las que venerar. En virtud de esa índole de la condición humana los seres humanos pueden adorar al misterio último que nos envuelve y que no podemos aferrar; pero puede también convertirse en un ser idólatra. Puede mostrar su reconocimiento y veneración y sumisión a realidades finitas que aparecen con un encanto muy atractivo. En la Biblia es conocida la narración sobre el becerro de oro (Ex 32,1-34). El ser humano es potencialmente infinito y realmente finito.
En el camino de la liberación la novedad y trascendencia del Dios de Yahvéh resulta difícil de entender y aceptar. La tentación de volver a las fiestas y ritos de la religión antigua es constante. Tiene atractivo lo visible y tangible. Yahvéh, en cambio, es invisible. Se revela en la nube y en el fuego. No se puede ver su rostro. Traería la muerte. A Moisés se le muestra la gloria de Dios. El mismo Dios le tapa los ojos. Y solo puede ver a Dios por la espalda (Ex 33,19-23).
La inclinación a la idolatría sigue vigente a lo largo de la historia colectiva y la historia personal de cada uno: el poder, el tener, la apariencia, el status. Incluso la ideología funciona como ideo-cracia. El resultado es un cierto ateísmo práctico y, al mismo tiempo, una afirmación exagerada del yo, que construye a la carta su propia creencia. Y adora aquello que le aportar éxito, placer, satisfacción. Tal vez a esto se refiera el papa Francisco cuando nos habla y critica el neo-gnosticismo9.
La adoración es una forma radical de expresar la fe, logike latreia (Rm 12,1). Creer es adorar. El referente directo de la adoración es Dios mismo como Señor. El nombre de Dios es santo, es glorioso: no se puede profanar, y, en ese caso, “Yo santificaré mi nombre que habéis profanado entre las naciones” (Ez 36,23). Dios “me guía por el sendero justo, por amor de su nombre” (Sal 22,3), “Él da gloria a su nombre” (Sal 115,1). Los creyentes en Dios, glorifican su nombre, le dan gracias a su nombre. Jesús nos recuerda en la llamada oración sacerdotal que ha manifestado su nombre (Jn 17,6); “le he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor que tú me has dado esté en ellos y yo en ellos” (Jn 17,26). Dios mismo es celoso de su nombre y de su gloria, porque en eso está implicada la vida misma del pueblo. Repetimos con frecuencia la súplica: sea santificado tu nombre.
También Jesucristo es referente de adoración; implica reconocerlo como Señor. Además de actitud fundamental de la fe, la adoración se convierte en una forma peculiar de oración.
Una expresión señera de la actitud de adoración del verdadero Dios es la doxología, la alabanza, el agradecimiento y proclamación. Una forma de doxología es la oración de alabanza y de acción de gracias. La gloria se atribuye a Dios para indicar el resplandor de su rostro, el fulgor de su presencia. Representa el carácter santo y sagrado de Dios. La gloria de Dios denota su presencia poderosa, su autoridad y su belleza. Dios revela su gloria; su gloria llena la creación entera. Resplandece especialmente en la resurrección del Crucificado de entre los muertos.
Teo-terapia
¿Es Dios feliz? ¿Es fuente de felicidad para los seres humanos? Dios es medicina de la vida humana; cura el ansia del corazón humano, calma la sed de vida para siempre que habita en la entraña finita de la vida humana. El Dios del amor humaniza divinizando y diviniza humanizando. Que Jesucristo es confesado como Hijo de Dios, significa que tan humano solo puede ser Dios mismo. Jesucristo nos ama a nosotros como el Padre le ha amado a Él (Jn 17,23).
Como ser de necesidades, el ser humano lleva las huellas de Dios. La búsqueda de la felicidad y de la plenitud de la vida contra la muerte es búsqueda disfrazada del mimo Dios. No se trata simplemente de un objeto; se trata de persona. Es el mismo Dios que se acerca a cado uno y nos pregunta: ¿a quién andas buscando? ¿Quién soy yo para ti? ¿Qué pinto en tu historia? ¿Soy un adorno? ¿Doy sentido, finalidad, hondura a tu vivencia del tiempo, de la contingencia y de la muerte?
El Dios resucitador, al mismo tiempo, nos recuerda: yo no hago basura; tú eres único; eres mi hijo amado. Estás lleno de potencialidades, de promesas y de sueños. Sé fiel a tu mejor tú, cree en ti mismo como yo creo en ti. Haz crecer tus posibilidades de amor. Tú eres mi milagro. Y esa huella de Dios se expresa, por nuestra parte, en el agustiniano “nos hiciste Señor para ti”. El misterio de Dios es fuente de interioridad, de paz y de armonía. El Dios revelado en la historia de Jesús despierta la mejor compasión y solidaridad. Jesús mismo pide el perdón para los que lo asesinan (Lc 23,34). Renuncia a toda forma de venganza, precisamente siendo Él la víctima inocente. Con ello inaugura la curación del círculo diabólico de la culpa-venganza que está a la raíz de la destructividad humana10. Suscita el compromiso para curar a las víctimas de la opresión mientras vivimos en la provisionalidad de la historia.
Teo-foría
Portadores de Dios. Dios es más que la religión. Dios es más que la Iglesia. Dios es más que la ortodoxia y las instituciones que se remiten a Él. La historia humana es lugar de la presencia de Dios; el corazón humano está habitada por la presencia que todo lo penetra. En la medida que el amor es la patria del corazón humano, en la misma medida hay que decir que es la patria de Dios, puesto que Dios es amor. Los amores humanos son reflejo del amor en persona. Dios se hace presente en el esplendor del libro de la naturaleza, en el jeroglífico de las aspiraciones del prójimo… Se trata de descubrir y dar nombre a esa presencia callada en los corazones, en las conciencias, en las religiones.
Dios se hace presente en el sarcóforo por excelencia que es Cristo; Él es el portador de la carne mortal y de la carne sometida al poder del pecado en cuanto que es fuerza transpersonal que a todos envuelve. Gracias a Él nosotros somos de carne y hueso nos convertimos en pneuma-tóforos. Nuestro cuerpo es portador del Espíritu. Nuestro amor es signo que actualiza y comunica ese amor. Somos mensajeros y mensaje, al mismo tiempo.
Siguiendo la economía de la encarnación, la Iglesia es el gran sacramento de la presencia salvadora de Dios. Los discípulos de Jesús siguen el modelo de vida y de historia del Maestro; continúan su estilo de vida. La fundan en la experiencia de ser amados con amor incondicional: “Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor” (Jn 15,9). Llevan adelante la misión de realizar y predicar la buena noticia. Y lo hacen contando con la oposición y la reacción negativa que tuvo Jesús. La comunidad discipular encuentra el rechazo, sufrimiento, indefensión. Transformada en comunidad apostólica, la Iglesia es mediadora de la fe y del encuentro. Y en esta línea, la espiritualidad cristiana es una espiritualidad de la transparencia de la vida cotidiana, es decir, una espiritualidad sacramental.
Teo-timía
Temor de Dios y estima y respeto de Dios es actitud del creyente. Ser conscientes de su gloria que se revela a los hombres: la gloria de su gracia que ha mostrado en toda su abundancia. La gloria de Dios que sale del templo al exilio. Y vuelve guiando al pueblo hacia la tierra y el templo. Mora en medio del pueblo y hace el mismo itinerario del pueblo de Israel.
La alabanza de la gloria de su gracia es una expresión de hondo sentido religioso. El temor reverencial ante Dios es uno de los dones que el Espíritu suscita ante la presencia de Dios, del Resucitado, de los ángeles: “no temas” (Lc 1,13.30; Mc 5,36; Lc 5,10). Especialmente el Evangelio de Lucas está muy atento a la reacción de los oyentes de Jesús y los testigos de sus signos. Anota la reacción de temor reverencial, de asombro, de pasmo, de susto, sobrecogimiento (Lc 1,12s). También en los Hechos de los Apóstoles deja constancia del estupor y el asombro con que reaccionan los discípulos “por lo que había sucedido” con el tullido (Act 3,10; 5,5.11; 10,4; 19,17).
La relación viva con Dios configura biografía espiritual y, a la inversa, la biografía espiritual configura la imagen de Dios, es la teología práctica. La teo-timía nos enseña a seguir a Jesucristo en nuestra propia vida con respeto, con temor y temblor, en lo referente a su relación con Dios. Jesús es un hombre orante. Nos enseña a pedir que el nombre de Dios sea santificado. El nombre de Dios es santo, reconoce María en el Magnificat. Como a su pueblo, también a nosotros nos recuerda el peligro de profanar su nombre con nuestras infidelidades, por eso Él “tiene consideración de su nombre para que no sea profanado” (Ez 20,9.14.17.22) Jesús en el proceso con respecto a su trayectoria histórica tiene que santificar el nombre de Dios. También Él tiene que experimentar la obediencia del sufrimiento al que le han sometido los responsables históricos de la religión y del poder imperial. Tiene que experimentar la infamia y la soledad de la crucifixión.
Y nuestra vida histórica está hecha de imaginaciones y sueños, de experiencias de frustración, de conversiones, de visiones, de oraciones. La propia historia nos va enseñando cómo respetar y a coger los caminos y el tiempo de Dios que no es nuestro tiempo. El proceso por el que descubrimos su gran historia de amor a través de las vicisitudes de nuestra es lento; requiere discernimiento, paciencia y humildad.
1 Cf. Diálogo filosófico, número monográfico, 2019.
2 Cf. Gallagher, M. P., El evangelio en la cultura actual, Santander 2014. Vattimo, G., Después de la cristiandad. Por un cristianismo no religioso, Barcelona 2003.
3 Cf. Cobo, José, Incapaces de Dios. Contra la divinidad oceánica, Barcelona 2019.
4 Papa Francisco, Gaudete et Exultate, n. 37.
5 Papa Francisco, Gaudete et Exultate, n. 42.
6 González Faus, José Ignacio, Calidad Cristiana, Santander 2006, p. 22.
7 Tillard, J. M. R., La vida religiosa, vida carismática, Madrid 1977, p. 55.
8 Cf. Bauman, Zygmund, La vida líquida, Espasa 2005.
9 Papa Francisco, Gaudete et Exultate, 36ss.
10 Cf. Estrada, Juan Antonio, De la salvación a un proyecto de sentido. Por una Cristología actual, Bilbao 2013, p. 247.