(Fernando Millán Romeral, O. Carm.)Creo que todos los que ya vamos teniendo “una edad” (valga el eufemismo) hemos conocido en aquellos años de estudio de filosofía o de teología, con grupos más numerosos que ahora, a algún compañero aficionado a crear latinajos macarrónicos. Es un mecanismo cómico bien conocido: se toma una expresión popular o castiza y se “traduce” al latín. Quién no ha oído la expresión “Intellectus apretatus discurrit qui rabiat” para expresar el ingenio que tiene que desarrollar quien se halla en un apuro o el no menos célebre “Peoni camineri res” para referirse a una obviedad o simplemente a una tontería.
Esto del latín macarrónico (la latinitas culinaria), viene de lejos y se relaciona incluso con los goliardos de la baja Edad Media. No pocos autores lo han utilizado en sus obras, generalmente con un interés cómico. Por ejemplo, Rodriguín (un escolar de los jesuitas de Madrid) decía aquello de “Acababerit sicut rosarium albae matutinae” en Un faccioso más y algunos frailes menos (uno de los más célebres Episodios Nacionales de Pérez Galdós). Incluso un personaje del Ulises de Joyce, profiere un burlesco “Muchibus Thankibus” (¡como suena!).
Bueno, pues el caso es que algunas veces me viene a la mente uno de aquellos latinajos que decía mi amigo, cuando se refería a la manía de algunas personas de ponerle pegas a todo y de boicotear (al menos sutil e intelectualmente) cualquier proyecto novedoso. Mi colega decía que la persona que fuere tenía el “Canis hortulanus morbus”…
Las técnicas para el “no hacer ni dejar hacer” son variadas y, en algunos casos, muy sofisticadas. Quién no conoce al típico aguafiestas que cuando una comunidad (un grupo juvenil, una parroquia, una comunidad religiosa) está preparando qué hacer de especial en Navidad… pues se arranca con el clásico “¡Bueno, es que Navidad es todo el año!”. En otros casos se trata de resistencias más pasivas, como el no menos clásico derrotismo de quien afirma: “Eso ya lo intentamos hace muchos años y no funcionó”. Y qué decir del famoso adagio (típico de las casas romanas) que, ante el más mínimo cambio, alude al irrefutable principio de que “aquí siempre se ha hecho así…”
En fin (y bromas aparte), se trata de mecanismos muy humanos y sin la mayor maldad, pero a veces (sobre todo en temas de más calado), pueden llegar a bloquear procesos, a crear frustración y, lo que es peor, a destruir experiencias antes de que nazcan y a cerrar caminos, aún antes de emprenderlos.
Entre todas estas técnicas del “boycotting”, la más frecuente en nuestras curias es el “boycotting canónico” y quiero que se me entienda bien. Ciertamente que una Curia General o un Dicasterio romano tienen que velar porque se cumplan los cánones. Y no se trata de legalismo, sino de que lo que se haga responda a la naturaleza, a los objetivos y a la finalidad de un grupo religioso, así como (importantísimo) que los derechos de todos sean respetados. Esto no lo pone en duda nadie en su sano juicio. Más aún, ésta es una de las funciones más importantes de nuestros superiores. ¡Para eso les pagamos! que diría un castizo.
El problema empieza cuando esa tarea, más que cautelar, proteger e incluso animar se convierte en un tapón, en verle pegas a todo, en ser puntilloso con las nuevas experiencias que, sin duda deberán ser bien discernidas, evaluadas con el tiempo, analizadas… pero que no deberían rechazarse de principio. El Papa Francisco nos ha animado a todos -pero de forma muy especial a la Vida Religiosa- a asumir riesgos, a abrir nuevas vías, a buscar nuevos cauces. Forma parte de nuestra esencia. De hecho, de ciertas experiencias novedosas nacieron grandes movimientos eclesiales y de eso, en la Vida Religiosa, sabemos mucho. Que (con toda la prudencia y la sensatez necesarias) no nos falte algo de audacia y de creatividad para no caer en la enfermedad del perro del hortelano que, como es bien sabido, ni comía, ni dejaba comer.