Es difícil convivir con esas seis letras que son malditas. Cuando se pronuncian parece que todo pierde contornos y se viene abajo, resquebrajándose sin remedio. Hace poco supe que a una amiga le diagnosticaron uno. Y, de pronto, comienzan todas la preguntas y todos los reproches y todas las angustias, con razón.
Y se comienza a buscar la causa de ese efecto, los porqués necesarios y molestos, de ella y de los suyos. Las lágrimas y la impotencia hacen acto de presencia, la rabia, el carrusel de sentimientos y de pensamientos. Ella es creyente y los suyos también. Y Dios aparece como un horizonte al que se le pidió para que el diagnóstico fuese otro y no funcionó; el diagnóstico fue un tumor.
Y los años se agolpan en el corazón, los de atrás y los que quedan por vivir. Y la pregunta a ese Dios cercano para ellos (para nosotros) es clara: por qué. Y Dios permanece mudo, o eso parece. Y es muy complicado describir que esa mudez de Dios no es tal, que incluso es un silencio audible. Que es no una manera, sino la manera de ser Dios, es más, de estar en Dios. Un silencio denso como el de los amantes que no necesitan palabras porque los demás sentidos entran en juego y son plenos. Un silencio en el que la respiración se hace compromiso no pronunciado y en el que los roces sutiles, suaves, acumulan una consistencia inusitada.
Es cierto que no es lo que quisiéramos, la manera que nosotros tendríamos de solucionarlo si pudiésemos. Y creemos, como siempre, que el amor de verdad curaría, sanaría, con un golpe de mano potente y fuerte. Pero el amor de Dios no va por ahí (el nuestro, en el fondo, tampoco). Es ese amor débil que regala la gran fortaleza de percibir, multiplicado por millones, los trazos suaves de todos los amores que están en nuestro entorno.Es esa debilidad escandalosa de un amor que no grita, que no es atronador como creemos que debería ser.
Y Dios, el Dios de la Vida, está presente en esa debilidad, la de ella y la de los suyos. Debilidad que sigue siendo frágil, pero debilidad poblada de amores. Y la caricia suave se transforma en roce que regenera, aunque a veces no cure como quisiésemos, aunque no ahorre el pasar por esa senda oscura de las quimios y las radios. Aunque no lo haga (extraña contradicción) lo hace en el silencio audible de muchos amores que transforman la vida para bien, desde la musicalidad de una sinfonía increíble de un Dios de amor encarnado y débil, en apariencia mudo, pero que logra que la fragilidad se convierta en sutileza amorosa y amada. No es nada y lo es todo, todo…
Ufff…siempre tan profundas tus palabras Miguel, me han llegado muchísimo justo en éstos momentos en los que mi madre está luchando contra ésta enfermedad. Bicos