jueves, 28 marzo, 2024

MONOGRÁFICO VOL. 118

Cubierta1-15.inddHay o debería haber (Editorial)

Es evidente que algo no existe por el mero hecho de decirlo. Mucho menos por reiterarlo. Cuando el Papa Francisco afirma que donde hay religiosos hay alegría, está formulando un deseo y una necesidad. Porque un carisma de seguimiento como la vida religiosa no se entiende si no es desde la alegría.

Una sociedad cansada

Se ha hecho palpable que la sociedad del cansancio ha invadido también la vida de no pocos religiosos. Tiempos de muchos proyectos, bastantes cálculos y logros, han contribuido a crear, en algunas personas, la conciencia de estar “de vuelta”, evidentemente, sin estarlo.

Una misión compleja y cualificada ha conllevado, asimismo, la dedicación en “cuerpo y alma” de las generaciones más jóvenes a su responsabilidad. Tanto que ha aparecido, con fuerza, el síndrome Burnout o del agotamiento creativo y que se explica, muy bien cuando percibimos la “auto referencialidad” de consumir mensajes sin integrarlos; hablar del cambio sin vivirlo o proyectar itinerarios, respondan éstos o no a un vivir consagrado.

La cuestión es compleja, porque paralelamente aparece una constante y es la vida respondiendo a lo pactado o marcado, pero sin alegría. Sin mordiente de esperanza ni proyección vocacional.

Nos parece muy preocupante sobre todo porque quien se estanca en estos procesos, descubre la justificación de los mismos en una suerte de autocomplacencia, que le lleva a creer que las cosas son así y, lo que es peor, tienen que ser así.

Recuperar el yo cooperativo

Uno de los logros de nuestro tiempo ha sido, sin duda, la recuperación de la persona. La riqueza plural de las familias religiosas constituye no solo la prueba objetiva de un amor de Dios que necesita la pluralidad para la misión, sino también la posibilidad de que los carismas adquieran un desarrollo sorprendente gracias a los dones y riquezas de cada persona.

A lo peor de tanto afirmarnos personalmente, aparece un “yo no cooperativo” y si competitivo que mina la alegría.

Se trata de ofrecernos pautas, inquietudes y retos que nos ayuden a hacer un viaje de vuelta hacia el otro para redescubrir un “nosotros” de posibilidad. Creemos que, en buena medida, la alegría anhelada, –la que centra la misión– y ofrece una explicación luminosa de qué significa darlo todo por el Reino, necesita un “nosotros” expresivo y creíble. “Donde hay religiosos hay alegría” es una máxima de verdad si estos religiosos descubren, vitalmente, la comunidad como ámbito de realización y misión y no como pesar.

Es el signo lo que vale

Cuesta aceptar que la mayor parte de nuestra vida resulta inútil a los ojos del mercado. Aceptar vocacionalmente ser solo signo, necesita alegría cuidada y recreada de la mano de Dios. El vértigo de ofrecer respuestas eficaces; la ingente red de presencias a las que hoy se les quiere dar vida; los procesos personales vividos con una notable independencia; las estructuras caducas… son frentes que están amenazando la alegría.

Quizá, a diferencia de otras cuestiones, recuperar la alegría, –repartirla y extenderla–, solo dependa de si estamos dispuestos a renunciar, a perder o desaprender. No vendrá de una decisión voluntarista, ni de artificiales propuestas que nos “obliguen a ser felices”. Vendrá de una convicción interna, profunda y a la vez humilde, cuando intelectualmente nos digamos “ni en mis mejores sueños intuí un plan mejor para mi”; y vitalmente nos sorprendamos, en un cada día intenso, desvividos, sin un minuto para pensar en nosotros, y con todas las horas para escuchar la voz de Dios, compartirla con los hermanos, y gritarla en los areópagos de este siglo XXI.

Se puede ser feliz en este mundo, por el que nos consagramos. Nos necesita alegres. Y tan sensible, como es, a lo que merece la pena o no… lo que más valora y le interpela es descubrir a alguien feliz y que, además, no lo apoya ni en tener, ni en mandar, ni en comprar. Sí, nuestro mundo positivista y complejo, todavía sigue dispuesto a dejarse inquietar cuando algunos ofrecen con convicción su alegría que nace de un Padre que se cuida del mundo. Y eso les basta.

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