Cada mañana paso por la plaza Vittorio Emanuele y pienso en que no me gustaría ser como esos gatos: guardianes de ruinas que fueron majestuosas en algún momento, animales con sobrepeso que han perdido toda capacidad de reacción rápida y que acaban domesticados por los visitantes, incapaces de reaccionar con rapidez a lo que sucede alrededor.
Protagonistas estáticos de una estampa del pasado. Los religiosos y religiosas ¿acabaremos convertidos/as en gatos romanos.