viernes, 19 abril, 2024

El Misterio ¿a distancia?

Estos días nos acercaremos al Misterio del dolor de una Madre por su Hijo; al que da a luz y al que tiene que entregar crucificado. Misterio de la paciencia de un Dios Padre; que comprueba cómo rechazamos la mano que nos tiende en Jesús. Un Misterio ante el que solemos tomar distancia…

Tenemos tres días para comprender ese Misterio y decidir dónde nos situamos… pero ¿cómo hacerlo?

Podemos acercarnos al Misterio del amor de un Dios que permitió que su Hijo se hiciera hombre y no un ángel. Lo que supuso asumir nuestra carne y nuestra fragilidad para que, al menos, uno de nuestra raza venciera a la muerte y cargara con las consecuencias de nuestros pecados. Pero claro, esto supuso mucho sufrimiento: El sufrimiento de un Jesús tan humano que tuvo que aprender a buscar la voluntad de Dios tan a tientas como tú y como yo. ¡Hasta en el último suspiro! ¡Colgado de una cruz! El sufrimiento de un Jesús tan divino que no pensó, en ningún momento, en sí mismo para no bajarse de la cruz porque a ti y a mí no se nos da esa opción.

¿Cómo comprenderlo?

Podemos acercarnos al Misterio del amor de la Madre, de María. Ella que el Viernes Santo quedó desposeída de su tarea de madre de Jesús, del sentenciado, para convertirse en la Madre de los discípulos: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.

Podemos acercarnos al Misterio de una Viuda que, debajo de la cruz de su Hijo, queda estigmatizada por ser la madre del condenado. De una mujer a la que acompañaron sólo mujeres. Como tantas mujeres y madres de hoy; las únicas que fielmente acompañan y sostienen en los desastres, las guerras y las persecuciones.

¿Cómo comprenderlo?

Podemos acercarnos al Misterio del amor personal de un Jesús que, teniendo un corazón humano, sintió predilección por ciertas personas: por los ciegos, los tullidos, los huérfanos, las viudas, los pecadores… Por Juan, por Magdalena, por Pedro, por Judas y por ti. Y que, a un tiro de piedra de su cruz, te dice: “Ahí tienes a tu Madre”.

Ante el Misterio de la Pascua es pertinente que te preguntes: ¿A qué distancia te vas a mantener tú de este Misterio?

¿A una distancia cultural?

Una distancia que te permita días de vacaciones, de descanso y que te lleve a asistir a alguna procesión. A la misma distancia que los habitantes de Jerusalén, que un día aclamaban a Cristo con hosannas para pedir que le crucificaran al día siguiente…

¿A una distancia respetuosa?

Una distancia que te permita asistir a los oficios, guardar la vigilia, incluso vestirte de nazareno. A la misma distancia que estuvo el sanedrín judío o los soldados romanos, que vieron aquella crueldad pero que no movieron un dedo…

¿A una distancia religiosa?

Una distancia que te permita colaborar en las celebraciones, en la Hora Santa, incluso a la Vigilia Pascual, pero que no permite que Dios toque el corazón… Para ser como los discípulos que estuvieron con él hasta que llegó la Pasión, entonces lo traicionaron y negaron…

Cada uno de nosotros somos un Misterio porque no sabemos, ante el sufrimiento, cómo vamos a responder. Somos y nos decimos consagrados… No podemos estar a distancia. ¡No debemos! Por eso, pongamos a la Madre en el centro de nuestra casa y nuestra vida para que ella nos eduque en este Misterio.

 

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