Bautismo

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Este sacramento para la mayoría son solo unas fotos en blanco y negro o en color, o unos minutos de video o una narración (en la mejor de las ocasiones) de alguien que nos quiere. Pero para nosotros es solo eso: una imagen o una palabra, algo anclado en el pasado y sin demasiadas repercusiones en el presente.

Pero en realidad es el sacramento fundante, el que nos incorpora a la comunidad y el que nos iguala. Nos iguala en ese sentido extraño de un Dios que nos hace profetas, sacerdotes y reyes a todos. No es ya una cuestión de méritos o de dignidades o de ambiciones. Es el simple regalo que nos convierte en servidores los unos de los otros. El que opera el raro milagro de no baremar a los demás por lo que tienen o por de dónde vienen o por lo que nos puedan dar. Es el sacramento que nos da la libertad de ser hijos de Dios y de no estar sometidos (si queremos) a otras realidades que nos van ahogando la vida. Es el catalizador del amor sin límites, el de la forma suave y el de la excentricidad exagerada. Es el que nos capacita gratuitamente para ir transitando por los caminos inversos del Reino, el que nos susurra al oído que la felicidad no depende tanto de acaparar sino de darse en la abundancia loca de la pérdida aparente.

Es tantas cosas. Es Espíritu en agua, aceite y luz ya para siempre, sin poder desprenderse de nosotros, sin que el abandono forme parte de su ser.

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