En este día, el octavo de la Navidad, la Iglesia celebra la solemnidad de Santa María, Madre de Dios.
En este día, los hijos de la Iglesia contemplamos a Jesús desde los ojos de su Madre, desde el corazón de su Madre, desde el misterio de su Madre.
Ella es la bendecida, la iluminada por el resplandor del rostro de Dios, la agraciada, la “sobre-manera-agraciada”.
Ella, porque ha creído, es bendición para la humanidad, pues para todos ha concebido al Hijo de su fe, para todos ha dado a luz al Hijo con el que Dios nos bendice.
El apóstol lo dijo de aquella manera: “Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer”. Y tú, Iglesia en fiesta porque ha entrado en el mundo ese Hijo que es tu principio, entiendes que, con él, también tú has nacido de la fe de María, también tú has nacido de su obediencia confiada, de aquella disponibilidad suya con la que, acogiendo al Hijo de Dios, nos acogió a todos con él y para siempre.
Recuerda además lo que el apóstol añadió: “Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer… para que recibiéramos el ser hijos por adopción”. Porque la Madre creyó, nosotros hemos recibido a un Hijo; porque ella aceptó como sierva la palabra del Señor, el Hijo de su fe nos ha rescatado de la esclavitud de la ley; porque ella creyó, hemos recibido el Espíritu de su Hijo, el Espíritu que clama en nuestros corazones: ¡Abba! ¡Padre!… Porque ella creyó, nosotros somos hijos de Dios, y también herederos por voluntad de Dios. Su bendición es nuestra bendición. Su luz es nuestra luz. Su paz es nuestra paz.
Si el apóstol nos ayudó a acercarnos al misterio del Hijo que por ti, Madre, hemos recibido, el evangelista nos acerca al misterio de lo que guardabas en tu corazón.
Ahora, los mensajeros del cielo son unos pastores: buscan a un niño, envuelto en pañales, y recostado en un pesebre; buscan lo que se puede reconocer y anuncian lo que no se puede ver.
“Encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre”… Ven al niño, y anuncian que ha nacido un Salvador, que es el Mesías, que es el Señor… Los pastores anuncian el misterio, y todos se admiran… Todos se admiran, y María… todo lo guarda y medita en su corazón.
María, en la intimidad del corazón, aprende a conjugar la gloria de Dios con la pobreza de la tierra, la grandeza de Dios con la pequeñez de un niño, la gracia de Dios con un espacio donde cobijar animales, la luz de Dios con la oscuridad de la fe, la paz de Dios con la soledad, el abandono, el sufrimiento…
Madre de Dios, Madre por fe, Madre de corazón lleno de preguntas, Madre de un Dios que nace pequeño y necesitado de todo como todos los niños, Madre de un Dios que nace pobre, de un Dios frágil, vulnerable, Madre que un día habrás de guardar en el corazón la imagen de tu Hijo crucificado, habrás de acoger en tu regazo el cuerpo de un Dios muerto, y habrás de clamar en la noche pidiendo luz al ángel de la anunciación… luz para saber de aquel Hijo… luz para saber de todos tus hijos…
Madre, enséñanos a conjugar como tú los verbos de la vida, esa nube de contrarios que necesitamos sintetizar a la luz de la fe.
Madre, enséñanos a creer. Enséñanos a esperar. Enséñanos a amar.
Santa Madre de Dios, “llévanos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”.