El Evangelio de este domingo, rozando ya el fin del año litúrgico, es de tono apocalíptico, es decir, hace referencia al final de los tiempos según la cosmovisión judía del momento. Esos hechos catastróficos y cósmicos era la manera de describir el imaginado final.
Hoy seguimos viviendo en esa franja apocalíptica. No sólo por los mensajes desalentadores y cuasi tenebrosos de todos los telediarios, sino con nuestra forma de vida. Esas prisas, ese resquebrajamiento del cotidiano, esa inseguridad en la toma de decisiones o en la posibilidad de certeza en el mañana. Son otras cosmovisiones, otras maneras de entenderlo, pero en el fondo vivimos, sin percibirlo, de ese modo apocalíptico. El instante es la instancia sacrosanta desde la que se dibuja el resto. Pasado y futuro pierden nitidez y una bruma perezosa se instala en lo diario.
Me levanto, voy al trabajo o al cole o a la universidad, como donde puedo (no con quien quiero), vuelvo a casa (la mía, la compartida, la de mis padres, la residencia), ceno (o no), veo la tele, me conecto y cuento cosas que no vivo o cosas que me gustaría vivir o cosas que viví o que otros vivieron. Y otro día.
Es verdad que hay fines de semana, puentes, vacaciones, festivos… Pero puestos a contar no sé cuantos saldrían de los 365. Contadlos. Y ¿el resto qué?
Todo es demasiado fluido, diría que gaseoso. Y ahí, en ese humus, flotamos, nos llevan y nos dejamos llevar.
Hay una diferencia radical con la apocalítica de los tiempos de Jesús: en ella había esperanza. La seguridad de que todo pasaría salvo las Palabras que tienen la fuerza de la vida. Hoy pocas palabras tienen ese valor.
Pero sigue siendo posible vivir de otro modo. Quizás haciendo casi lo mismo, pero de otro modo. Quizás cambiando radicalmente de vida, de otro modo. Y ese «modo» depende de nosotros de una manera propia e intransferible. Se trata de ver si lo que vivimos nos conduce a la plenitud del amor y si no es así cambiarlo. Tan fácil y tan difícil, pero tan apasionante. Si así se intenta pasado y futuro cobran nueva vida y saltan de alegría porque lo que era posible se hace real, aunque con carencias.