Es nuestro segundo nacimiento. El momento puntual que se expande hacia un futuro y hace que el presente se cristalice en esperanza.
No es solo una identidad o un rol. Es la acción del Espíritu que sigue siendo actor y protagonista en nuestras vidas, con nosotros y no a pesar de nosotros.
Dejarse habitar no es sencillo. Son tiempos recios para dejar que alguien dé una palabra sobre ti o sobre nosotros. Son tiempos de búsqueda de identidades férreas y más o menos estancas en los que es muy complicado dejarse hacer por otros que son distintos a mi o a nosotros. Pero resulta que el Espíritu es lo más diferente a nosotros mismos. Por ello no caben las identidades férreas, intolerantes y excluyentes que hoy tanto aparecen, también al interior de nuestras comunidades.
El Espíritu es adaptación y libertad, rehacer indefinidamente aquellas seguridades que solo crean separación y heridas. Soplo hermoso que no sorprende y nos descentra (tan necesario). Capacidad de vivir a la intemperie de cara a los otros y yendo a donde no queremos ir porque otro nos ciñe. Incomodidad preciosa que nos hace más del Reino y más de los frágiles.
Feliz Bautismo, fiesta del Espíritu.