Esta anécdota me hizo reflexionar, piénsenlo con todo lo que comporta. Es preocupante la dificultad para asumir servicios de animación, en algunas comunidades hay quien nunca quiere involucrarse y a otros les es contra natura. En gobiernos provinciales y generales cuesta el cambio, muchos religiosos prefieren «loco conocido que sabio por conocer» y así nos luce la innovación. Hay quien sigue hablando de reestructuración después de veinte años, sin ser capaces de abrir nuevos horizontes. Con maneras más ágiles –no reduciendo número de personas en consejos o comisiones sino repartiendo bien las tareas–, más expeditivas –y así pasan los días–, más sinodales –variadas, asumiendo laicos que trabajen con nosotros–, más transparentes –comunicar sin faltar a la caridad–, permitiendo movilidad –con algunas comunidades itinerantes– y desarrollando la creatividad –asumiendo riesgos…
Es la generación del concilio que tanto vivió y gozó, pero una gran parte no ha sido capaz de transmitir la riqueza del aggiornamento. Esto lleva a que algunos religiosos más jóvenes (aunque no necesariamente) se hayan contentado con que ya les llegará la hora (si antes no abandonan la congregación) y mientras tanto el tiempo pasa y esto no es ni bueno ni fructífero. Los cambios deben hacerse en su momento, no por agotamiento o muerte o cuando ya no haya remedio.
Aliento a estos religiosos más desapegados o menos mayores, aunque sean pocos, a levantar su voz, a explicar sus pareceres, a gastar saliva en hacerse entender, a pedir paso, que nadie se contente pensando que los años ya pasarán factura a los anclados en el pasado o en miedos estructurales, económicos e incluso lógicos que impiden el cambio.
Mientras, hay que perseverar con las raíces hundidas en el que nunca falla. Él lo sabe todo…