CUARENTENA Y PASCUA

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(Card. José Tolentino de Mendonça).En nuestro imaginario contemporáneo, el término «cuarentena» nos remite a tiempos pasados, que la modernidad ha superado. La idea de metrópolis enteras en cuarentena es absolutamente sorprendente. No es de extrañar, por lo tanto, que la primera reacción sea el miedo.

Aquellos que, movidos por motivaciones religiosas o por elecciones conscientes de vida, han aprendido a hacer fructífera y solidaria su propia soledad, han hecho, en cambio, un viaje preparatorio y han educado sus corazones en este sentido. De hecho, esta educación falta en una sociedad en la que los mayores estímulos van en la línea del aturdimiento consumista y la vida dispersa. Por eso estamos llamados como sociedades a una experiencia pedagógica. Que la cuarentena no sea sólo un recurso forzado, del que solo vemos los aspectos negativos. Incluso, con un esfuerzo innegable, puede ayudarnos a transmutar el Cronos en Kairós. Nos pasamos la vida repitiendo que «el tiempo es oro» y ni siquiera nos damos cuenta del costo existencial de esta proposición. Este puede ser el momento de buscar aquello que hemos perdido; o lo que hemos dejado sistemáticamente sin decir; o ese amor para el que nunca hemos encontrado voz ni tiempo; o esa gratuidad reprimida que ahora podemos saborear y ejercitar. Debemos ver la cuarentena no solo como una congelación adversa de la vida que nos deja varados. Saldremos más maduros si lo tomamos como un regalo, como un espacio abierto y concreto, como un tiempo para ser.

En esta Pascua recuerdo esa composición en piedra formada por un par de manos que se cruzan y estiran para que los dedos, en el punto más alto, se toquen, dibujando la forma de un arco. El escultor Rodin, que es su autor, pensó en llamarla «El Arca de la Alianza», pero luego decidió llamarla «La Catedral». ¿Qué es una catedral? Una catedral no es sólo un territorio sagrado exterior a donde nuestros pies nos llevan. También se llega a una catedral con nuestras manos abiertas, disponibles y suplicantes, dondequiera que estemos. Porque donde está el ser humano, herido con la finitud y el infinito, es el eje de una catedral. Donde podemos realizar esta experiencia vital de búsqueda y escucha para la cual la pura inmanencia no es la respuesta. Donde nuestras manos pueden ser levantadas en alto, en el deseo, la confianza y la entrega, hay una catedral.