Todo parece claro, pero puede mal interpretarse. Por eso importa pasar de la teoría a la práctica, de las palabras al ejemplo. El mejor ejemplo del servicio al que Jesús nos llama se encuentra en el episodio del lavatorio de los pies. Lavando los pies a sus discípulos, Jesús realiza algo inaudito para “el Maestro y el Señor” (Jn 13,13-14), pues un gesto así sólo podían hacerlo los esclavos de inferior categoría, los últimos entre los últimos. Jesús obra como un servidor, lo que provoca el desconcierto de Pedro. Pero él y nosotros debemos comprender que mientras nuestro servicio no llegue a tal extremo, no podremos “tener parte” con el Señor (Jn 13,8). Ahora bien, el relato deja claro que el servicio no va en una sola dirección. Es siempre recíproco: “si yo, el Señor y el Maestro os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13,14). Unos a otros. El servicio al que están llamados los cristianos en sus comunidades es recíproco.
El cristiano debe siempre vivir en actitud de servicio, allí donde se encuentre y con quién se encuentre. Pero hay dos tipos de servicio: el unidireccional, que el cristiano presta a otra persona; y el bidireccional, el servicio mutuo, recíproco, que los cristianos se prestan unos a otros. Este es el servicio de las comunidades de Jesús, pues lo propio de esas comunidades es el amor mutuo: “amaos los unos a los otros” (Jn 13,34). Si el servicio no es mutuo estamos ante otro tipo de amor, cuyo caso extremo es el amor al enemigo, pero ya no describimos la vida de la comunidad de Jesús.
En las comunidades cristianas hay que ir con mucho cuidado para no convertir el servicio en unidireccional. Porque entonces no edificamos la comunidad de Jesús. En las comunidades cristianas es tentador abusar de la bondad de las personas, convirtiéndolas en servidoras de los que no sirven, de los que quieren ser servidos, y en el colmo de la desfachatez, sermonearlas diciendo que ese servicio es el que Jesús quiere. En realidad, Jesús advierta a los suyos sobre el peligro de relaciones basadas en la desigualdad: no llaméis a nadie padre o maestro, porque todos vosotros sois hermanos (Mt 23,8-10). Los buenos hermanos (digo buenos, porque los hay malos), siendo distintos, se relacionan en un plano de igualdad. En la comunidad cristiana sólo hay verdadero servicio cuando los que sirven son servidos.